Título: Lo que quedó de nosotras
Autor: Ángel Alonso
Editorial: Esqueleto negro
Nº de páginas: 292
Género: Terror, suspense
Precio: 16 €
«(…) Se siente como si hubiera sido atropellada por un camión. A toda velocidad. Si eso fuera posible.
Pero ella sabe que se trata de algo peor.
El brillo del sol se apaga. Una sombra cae sobre ella.
A lo lejos, una bandada de pájaros huye».
Así comienza Lo que quedó de nosotras, el thriller psicológico que Ángel Alonso ha presentado al mundo. No es precisamente sutil, y es que la sutileza brilla por su ausencia en las páginas de esta novela: hablamos de lo peor de la naturaleza humana, de esos recovecos que a nadie le gusta comentar con los amigos en las noches de cerveza y olvido, hablamos de heridas, las que no cicatrizan por mucha sal con la que las bañemos, hablamos de venganza, la que jamás, digan lo que digan, se sirve fría.
La sinopsis del libro es atrayente, sobre todo para los lectores que, como yo, hemos bebido del thriller como el bebé mama de los pechos de su madre. Tres mujeres van a arrojar las cenizas de Nerea, una amiga común, en el lago Mortigo, donde Nerea fue encontrada un año atrás violada y asesinada. Sin embargo, este viaje que debería suponer una purga, una redención, se convierte en algo completamente distinto con la irrupción en sus vidas de tres hombres: Guzmán, Benjamín y Bosco, que las invitarán a pasar juntos una noche transformada en pesadilla.
A partir de ese momento comienza un baile de máscaras en el que cada personaje muestra una faceta variable y distorsionada, ofreciéndole al lector un muestrario de pensamientos, actitudes y emociones que supondrán un auténtico desafío. Porque si tengo que destacar algo de Lo que quedó de nosotras es precisamente la construcción psicológica de cada una de las piezas de este ajedrez macabro: Ángel Alonso consigue lo que busca, la perturbación del sentimiento, el encogimiento del alma, el impacto visual con un escenario bastante detallado y grotesco en el que concede un espacio propio y protagonista a la verdadera estrella del libro. La crueldad. Así, sin más rodeos. La más pura y descarnada crueldad. Esa que estalla dentro del pecho cuando la vida se resquebraja, cuando el mundo se desmorona, cuando el límite es desdibujado por los hilos cortantes de unas marionetas al servicio del dios de la derrota.
De dolor.
De eso va, y mucho, Lo que quedó de nosotras.
«Nerea permanece inmóvil hasta que al cabo de un rato la luz se apaga. A pesar de la luz natural que se filtra por el hueco de la escalera, está sumida en un pozo sombrío. Llora. Lo hace sin aspavientos ni gestos histriónicos. Lo hace de manera pausada, consciente de cada lágrima derramada».
Y es que no existe cara amable entre las páginas. No hay brillante amanecer ni promesas de futuro. Ángel Alonso deja patente la mueca más real de las relaciones humanas, desmaquilla los complejos, los retuerce, te susurra al oído que las letras de las canciones son mentira, que el amor duele, que todos tenemos una parte perversa, que la posesión es un tabú de nuestra sociedad, que estamos enfermos, siempre enfermos, por muchas eclosiones que provoquemos en nuestra carcasa de gusanos para convertirnos en falsas mariposas. Quien espere una historia de aventuras, de momentos épicos, de exaltación de la amistad, que no se sumerja en las páginas de esta novela: aquí vas a encontrar miedo, faltas, pecados, malas intenciones y daño. Un daño que supera con creces las expectativas previas a la lectura. Un daño casi íntimo. Del que te aprieta y no te suelta.
«Había previsto que en algún momento la situación pudiera escaparse de las manos. Pero ¿tan pronto? ¿Cuándo ni siquiera había conseguido dar el primer paso?»
Es cierto que peca la narrativa de una descripción excesiva de las escenas, con tanto detalle que en ocasiones ralentiza la acción presente en la trama casi desde el minuto uno. Un libro tan trepidante como este requeriría de un «menos es más» para conseguir lo que pretende: el impacto directo, el desgarro, la fluidez entre diálogo y actuación. Hay una recreación a veces desbordante en detalles que no importan demasiado para lo que la trama dibuja, un mapa de las bajezas humanas que buscan la causa de todas sus consecuencias, que pretenden explicar un porqué que no existe, que justifican las acciones descontroladas con mentiras que ni ellos mismos creen.
Aun así, resulta una lectura fluida, atrayente, que invita a pasar las páginas y que despierta algunas zonas de nuestra mente anestesiada. Lo que quedó de nosotras es un trago de tequila sin sal ni limón.
Porque todos tenemos fantasmas.
Porque en la vida a veces el azul es un fundido a negro.
Más oscuro que la más larga de las madrugadas.
Lorena Escobar
Redactora