Esto de escribir y publicar reseñas, en la mayoría de los casos, solo es de interés para el autor reseñado. Es triste, pero es así. Uno se rebana los sesos leyendo, eligiendo obras, intentando ayudar a los demás, y luego a nadie le importa. Se podría decir que esta es la entradilla que voy a utilizar para hablar de esta colección de cuentos que nos regala Javier Martos —digo regala porque en realidad nos está dejando disfrutar de su arte para siempre—. Un recopilatorio publicado como dupla, con un detalle que me encanta: Javier nos pone en situación y narra brevemente la intrahistoria que hay detrás de cada una de las selecciones literarias. De forma breve y concisa, con sus motivos y pretensiones, la idea, el concepto y si existió desdicha. Reconozco que el detalle me ha gustado bastante. Es como abrir la puerta de su casa y mostrar tu cara más amable.

Vamos a entrar en materia:

El estilo de Javier es templado, como el acero de una buena espada, similar al de Stephen King o Joe Hill. Me explico. El lector nunca va a tener problemas porque todo está escrito de una forma clara, centrada en la realidad de sus personajes y con una prosa clásica. Una vez dentro, ahonda en las historias hasta llegar a una resolución que, en muchos casos, nos hace pensar que existe algo más allá —tiende a enseñar la patita por debajo de la puerta y dejarnos con la idea o el concepto final rondando de un modo especulativo—. Porque una cosa está clara, no todos los relatos se centran en el terror o la ciencia ficción. Es eso lo que me gusta.

No hay una definición clara para englobar esto que vais a leer —porque lo vais a leer—. De hecho, hay uno de los relatos que me ha gustado por encima del resto —La apuesta—, relacionado con la falsa amistad y centrado en el punto de vista de dos amigos que se pisan vitalmente hasta… —ya está, no cuento más—. Me gusta porque tiene cierta similitud con uno de Carver —de mis escritores favoritos—, pero con un final muy distinto. Destacaría de forma clara otros tres o cuatro, que no puedo ni podré olvidar jamás, cuyas imágenes permanecerán en mi mente durante toda mi vida. Detalle: eso es algo muy complicado.

Como obra global Javier ha ido con todo, y eso se nota, porque es una apuesta cojonuda. Te sientas. Abres una cerveza. Y lees. Me parece perfecto. Todos los cuentos son buenos, sin fisuras. Personajes que sientes como reales, e historias entretenidas y con algún tipo de mensaje. Relatos como Cuadros vacíos se salen un poco de la media, y precisamente es otro de mis relatos favoritos. Con un aire a realismo sucio americano bastante claro. Similar a El gran Gatsby, aunque no tengan nada que ver.

La grandeza de Javier es esa, que nos lleva a lugares ya construidos dentro de nuestra cabeza, y los dota de una nueva historia, de un nuevo color. Maquilla esos mundos fantásticos tan trillados y los riega con nuevas vidas, tan reales como la tuya o la mía. A mí eso me resulta de maestría, de manejar este don de la escritura con soltura y sin pretensiones. No se trata de ser el mejor escritor del mundo, consiste en crear historias, manejar el estilo de un modo propio. Se nota que el tito Martos hace lo que quiere.

Existe un homenaje a Lovecraft. Tenemos cuentos clásicos de zombis cruzados con alienígenes —ya entenderéis—. Hay acción. Terror. Fantasmas. Y, como digo, un realismo intrínseco que nos obliga a empatizar con los personajes de un modo magistral. Otra cualidad de esta recopilación es que son historias cortas, muy destacable, pues en este mundo tan alocado en el que vivimos es importante. Puedes ir en el tren, estar clavado en la taza del váter, o cualquier otra cosa. Te abres uno de los libros, y lees. Javier Martos no tiene nada que envidiar a nadie. Felicidades, amigo.