Título: Nuestro mundo muerto
Autora: Liliana Colanzi
Editorial: Eterna Cadencia
Nº de páginas: 128
Género: Relatos inquietantes
Precio: 16,90 €
SINOPSIS
Una mujer en una misión de colonización en Marte, un joven poseído por el impulso asesino de un indio mataco, un chico que dice comunicarse con gente del espacio, una nana ayorea a la que le gusta comerse los piojos y asegura que los muertos nunca se van. En los bordes de la ciencia ficción, lo fantástico y lo pesadillesco, estos cuentos exploran, con una mirada alejada de todo exotismo, la idea de la muerte en las grietas del mestizaje, allí donde la idiosincrasia indígena y su historia de explotación chocan con la vida moderna y urbana.
RESEÑA
Decía Liliana Colanzi en un encuentro con los alumnos de la Escuela de Imaginadores la que tuve el honor de asistir que vivimos un momento gótico en literatura. No solo por la cada vez más voluminosa corriente de autoras latinoamericanas que ofrecen una nueva «mirada de lo inquietante», sino por la cantidad de elementos siniestros —que a menudo tienen que ver con la muerte— que se deslizan en obras muy alejadas a priori de estas intenciones. Parece que el gótico, o el ojo perturbado que lee o escribe, lo impregna todo en los últimos tiempos. Por supuesto, en esa ola se instala Colanzi, cuyo primer recopilatorio de cuentos vamos a desgranar aquí. Nuestro mundo muerto aporta algunos nuevos límites para ese gótico moderno, aquí ampliado por una literatura que tiene mucho de local —el folclore boliviano adquiere cierta preponderancia en la colección— y de querencia hacia la demolición de los cánones.
Menudo comienzo tenemos con El ojo. La autora utiliza el trauma como mecanismo para dar paso al apocalipsis. De este modo, conjuga la crítica social y religiosa tan presente en muchos títulos venidos de Sudamérica con el elemento inquietante. Con ecos de abuso y una voz narrativa que adopta un foco muy distorsionado, asistimos a ciertos terrores de adolescencia. La película que se proyecta en el cine, dentro del relato, nos da una pequeña pista de los parámetros por los que se mueve Colanzi. En la original voz de la autora, que sabe jugar con la introspección y el extrañamiento, se cuelan ecos de Carrie.
Con Alfredito nos ponemos de rodillas para mirar de frente el mundo infantil, para comprobar cómo una niña —la propia autora— se enfrenta a la muerte de un compañero de colegio. El tono es arrebatante, te traslada a una época y una vida determinadas con maestría. Fascina la universalidad de la historia, pero sobre todo estremece la adhesión a lo fantástico, la intrusión paciente de lo que a veces intuimos pero rechazamos con un manotazo, como si fuera un insecto. El desenlace, de nuevo, pone los pelos de punta por la manera en que te ha llevado la prosa y por cómo se abre una rendija a lo imposible.
Después nos dejamos arrastrar por La Ola, una Ola que anega por su profundidad, conteniendo en su interior una serie de vidas. Colanzi experimenta y nos escupe un juego de muñecas rusas metaliterario en el que el narrador se difumina en distintas capas. Veo este cuento como el borrador de una novela, una obra coral que imagino en cine dirigida por Paul Thomas Anderson. Quizá deriva demasiado, como el oleaje, pero entiendo que esa es la intención de la autora.
La Ola regresó durante uno de los inviernos más feroces de la Costa Este. Ese año se suicidaron siete estudiantes entre noviembre y abril: cuatro se arrojaron a los barrancos desde los puentes de Ithaca, los otros recurrieron al sueño borroso de los fármacos. Era mi segundo año en Cornell y me quedaban todavía otros tres o cuatro, puede que cinco o seis. Pero daba igual. En Ithaca todos los días se fundían en el mismo día.
Hay mucha más ambigüedad si cabe en Meteorito, cuento redondo que, especialmente durante su desenlace, afrenta al lector. Tenemos un magnífico dibujo de personaje de un patrón cobarde y que se adivina tirano, y que se enfrenta con cierta insolencia al accidente sufrido por un niño al que tiene contratado. El elemento fantástico es aquí más difuso (lo de la puerta que se abre sola no queda muy claro), pero funciona muy bien como retrato de un lugar y una pareja potentada. Me encanta el tono logrado por la autora y, en conjunto, el cuento resulta inquietante. A nivel técnico, me gusta mucho el modo en que Colanzi inserta los flashbacks sin que medie transición alguna. El manejo de la prosa logra que ese recurso funcione de maravilla.
Uno de mis cuentos favoritos de la antología es Caníbal, relato pleno de ambigüedad y de pistas. Sin detallar mucho, Colanzi nos lleva a un lugar (ya sea al París más lujoso o a ciudades de Sudamérica dominadas por la decadencia) que es un estado mental ligeramente perturbado. Con esa visión trastocada, nos sumerge en una historia de psicopatía y miedos en la que importa tanto lo que se dice como lo que queda velado. ¿Quién es el caníbal? Maravilloso.
Chaco es otro cuentazo, más disperso quizá en la concreción pero de una turbiedad aplastante. De nuevo lo fantástico toma cuerpo de manera ambigua, en un texto en el que somos testigos de ese click transformador que puede convertirnos en bestias. La voz narrativa fluctúa y se mezcla, bailando del singular al plural en un descomunal efecto de posesión. Muy interesante, y verdaderamente perverso.
De repente, el decorado común de los cuentos se quiebra para trasladarnos al desierto marciano. Nuestro mundo muerto nos traslada a un planeta ajeno, lugar perfecto para mostrar la descomponsición de la unidad física y mental de un personaje. El componente de ciencia ficción empasta bien con el tono de Colanzi, que esboza una historia mucho mayor de lo contado para volver a hurgar en miedos y traumas personales. Me recordó a La pena y la nada bajo un cielo color caramelo de Darío Vilas. Me encantaría leer una novela entera cuya trama suceda en el universo de este relato.
El volumen se cierra con ese sensacional nudo gordiano y quiroguiano que es Cuento con pájaro. El relato, construido a modo de puzzle en una sucesión de escenas que saltan en el tiempo, supone un retrato del colonialismo y la irrupción de la civilización en lo salvaje. De ese modo, muestra la diferencia ente la óptica de un mundo corrompido por reglas académicas y otro anclado a costumbres ancestrales. Igualmente, desentraña las distintas maneras de enfrentarse al mundo por parte de almas muy diferentes. De nuevo, el relato bien podría ser el germen de una novela majestuosa.
Descubrimos aquí a una autora con mucho que decir. Su manera de intrincar los géneros para transformarlos en algo distinto merece ser explorada. Como elementos comunes de sus cuentos, podemos destacar la irrenunciable decisión de integrar siempre los diálogos dentro de la narración o el continuo despliegue de la ambigüedad entre el mundo tangible y la aparición de lo extraño. Nuestro mundo muerto posee una prosa sugerente que apela a emociones oscuras en casi todos sus personajes y, por supuesto, en ti mismo, lector. Fantástica colección.

José Luis Pascual
Administrador