El cielo pasó de un gris plomizo a una oscuridad profunda y neblinosa. El viento comenzó a soplar con virulencia sacudiendo las velas con tanta fuerza que resultaba casi imposible dirigirlas.
Un trueno retumbó en lo alto y una serie de relámpagos se estrellaron sobre el mástil mayor. Los trozos de madera se separaron con tanta facilidad como si aquello hubiese sido cortar mantequilla con un cuchillo caliente.
El crujido de la madera no fue advertencia suficiente y los pedazos de aquel inmenso mástil cayeron sobre el par de hombres que intentaban manipular las velas.
Los cuerpos se deslizaron hacia el mar, y mientras lo hacían dejaban un rastro sanguinolento sobre la madera como huella indiscutible de que el oleaje estaba dispuesto a reclamar su recompensa.
El rugido de las olas era ensordecedor. El agua salada se mezclaba con la lluvia que, inclemente, golpeaba con furia inevitable sobre la cubierta del «Loba Escarlata».
Se mordió el labio inferior a sabiendas de que aquello apenas comenzaba. Se lo advirtió, pero no quisieron escucharla. La maldición de ser lo que era marcaba su destino y ningún otro ser que fuese como ella y habitase sobre la tierra podía eludirla. Obstinados como buenos piratas, la tomaron por desquiciada y la raptaron con el único interés de negociarla a cambio de algunas monedas; según el capitán valía mucho más como esclava que como distracción placentera para sus hombres.
—Las maldiciones no existen —le había dicho mientras la arrastraba a empujones obligándola a embarcar.
Le habría encantado sacarlo de su ignorancia, pero su secreto era sagrado y nadie debía conocer su verdadera naturaleza.
El barco dio un bandazo y, con él, la joven salió disparada hacia adelante. La fuerza del movimiento hizo crujir la madera de la silla. Luchando con todas sus fuerzas terminó de partirla. Los gritos de los hombres eran espeluznantes.
Por una de las ventanillas del camarote vio asomarse a una de las criaturas que solían perseguirla. La cosa curvó sus finísimos labios; una triple hilera de dientecillos afilados apareció con rapidez y le sonrió con malevolencia. Debía apresurarse antes de que llegasen hasta ella.
Tras mucho esfuerzo y dejarse la piel de las muñecas en sus ataduras, por fin las rompió. Agradeció en silencio que aquel bruto capitán no le hubiese atado los tobillos, al menos ahora tendría una oportunidad; pequeña, pero oportunidad, a fin de cuentas.
Se puso en pie a duras penas. El barco se movía con tanta violencia que caminar era una tarea titánica.
Alcanzó la puerta y, con un pensamiento claro y enfocado, desencajó la cerradura y la manilla. Luego empujó con todas sus fuerzas. Tenía poder suficiente para desplazar la puerta entera, pero no sabía qué podía estar esperándola en la cubierta.
Fuera del camarote echó a correr escaleras arriba. Ella era una telequinética de alto gradiente y recién había descubierto que también contaba con un alto potencial telepático. Por eso la buscaban, pero ella les daría batalla. No seguiría escondiéndose, aunque tuviese que contravenir los deseos del capitán, o matarlo, de ser necesario.
*****
Tragó grueso al observar el caos en la cubierta. Los pocos hombres que quedaban luchaban con cuchillos, arpones y redes, pero era inútil. Aquellas criaturas poseían armas mucho más sofisticadas y, furiosas, arremetían una y otra vez, minando a la tripulación.
Asqueada por aquella carnicería absurda avanzó hasta ubicarse en el centro de la cubierta. Una de las criaturas intentó atraparla con sus fauces, pero ella se escabulló con rapidez y una enorme ráfaga de viento empujó a la criatura apartándola de su camino.
Sonrió para sí misma. Acababa de comprobar que si unía sus dos potenciales era capaz de controlar los elementos de la naturaleza. ¿Lo sabrían aquellas criaturas? Era posible, pero daba igual, ella no se dejaría atrapar con facilidad otra vez. Prefería estar muerta que descerebrada, convertida en un arma letal al servicio de cualquiera de las naciones que conformaban la alianza humana.
El olor cobrizo se mezcló con el aroma salino que los envolvía. Las olas chocaban con fiereza intentando quebrar el casco del barco. Los mercenarios y sus vasallos desviaron su atención hacia la mujer al divisarla sobre la cubierta; era ella a la que habían ido a buscar, los humanos solo eran un pequeño escollo.
Respiró hondo y alzó sus brazos en dirección al ojo de la tormenta. Inclinó la cabeza hacia atrás y, concentrándose para poder fundir sus potenciales, tomó como objetivo el poder de aquel fenómeno para aglomerarlo. El capitán corrió hacia ella con el fin de atraparla y volver a retenerla, pero un poder desconocido hasta ahora por él lo mantuvo inmóvil, al igual que al resto de la tripulación que todavía permanecía con vida.
—Entrégate, Montgomery, y liberaremos al barco y sus tripulantes.
—Morirás si te entregas —advirtió el capitán luchando para zafarse.
—Moriré de todos modos, capitán —respondió la mujer—. Pero despreocúpese, no será hoy.
Los relámpagos incidían sobre ella arremolinándose en una esfera que de forma inesperada comenzó a arder. Otro vasallo abrió y cerró las mandíbulas e intentó arrancarle un buen tajo, pero no alcanzó a acercarse lo suficiente; una lengua de fuego lo envolvió hasta que la bestia ardió y explotó regando la cubierta con trozos deformes.
Pletórica por el poder que potenciaba sus habilidades, dirigió un pensamiento directo a la mente de los vasallos y, en instantes, las criaturas comenzaron a atacarse entre sí; con cada embestida miembros arrancados de cuajo salían disparados en todas direcciones. En muy poco tiempo los mercenarios quedaron en inferioridad de condiciones.
Los piratas no escaparon a su influencia y a uno tras otro los hizo saltar por la borda.
—¡No! —gritó el capitán—. ¡Os ahogaréis! ¿qué coño hacéis?
Chloe sonrió mientras observaba la desesperación del pirata.
—Cumplen órdenes, capitán —apostilló clavando sus tormentosos ojos grises en él.
—No tiene que ser así, Montgomery —dijo uno de los mercenarios—. Podemos negociar… —Avanzó un par de pasos y, de pronto, se vio elevado por los aires a toda velocidad en dirección a la esfera que contenía el poder de la tormenta.
—¿Alguien más quiere intentar negociar?
Los mercenarios se miraron. Tras leer sus pensamientos, la mujer dirigió la esfera hacia ellos y una fuerte explosión los arrasó.
Ella los vio arder y retorcerse entre gritos y aullidos de dolor. No sintió ni una pizca de remordimiento. En aquel momento era ella y la necesidad de mantener su secreto, o ellos y una persecución eterna.
Se aseguró de que todo dispositivo electrónico quedase inservible antes de liberar el poder de los elementos.
Una perturbadora debilidad la sumió en un sopor peligroso. Apenas fue capaz de evitar caer de bruces contra el suelo. Libre de sujeciones, el capitán se aproximó a ella; sin embargo, poco pudo hacer. Cuando vio alzarse el puño macizo contra su rostro, una profunda oscuridad la engulló.
*****
Sintió un intenso ardor en la piel de los brazos y el rostro; al pasarse la lengua por los labios le ardieron y maldijo por lo bajo. Los tenía rotos y resecos; con el mínimo movimiento se le agrietaban y sangraban.
El calor era sofocante y la sed comenzó a empujarla hacia la consciencia.
Parpadeó y la luz la cegó obligándola a cerrar los ojos de nuevo. El suave vaivén casi logra adormecerla otra vez, pero un tirón de su pelo la arrancó del letargo.
—Despierta, zorra de mierda —espetó muy cerca de su rostro—. Despierta de una puta vez, bruja del demonio.
Chloe abrió los ojos aprovechando la sombra que el cuerpo del pirata proyectaba sobre ella evitando que la luz del sol incidiera en sus sensibles pupilas. Frunció el ceño y arrugó la nariz ante el pestilente olor a orina y heces que provenía de algún lado de donde sea que estuviese.
—Mueve la barca hacia tierra firme —exigió soltando el mechón de cabello que tenía entre los dedos.
Sintió un alivio inmediato y estuvo a punto de gemir de satisfacción cuando la luz del sol se atenuó dándole un respiro. Se sentó con dificultad y echó una mirada especulativa a su alrededor. Se hallaban en un bote inflable de goma.
El primer problema que encontró: no tenían remos; el segundo: la mirada de aquel hombre no auguraba nada bueno.
—Mueve el maldito bote.
—No puedo —respondió con un hilo de voz.
Sentía la garganta seca y casi en carne viva. Hablar y respirar le resultaba un suplicio, pero tenía que aguantar. Lo peor que podía hacer era intentar saciar su sed en aquellas aguas.
—No me vengas con esas ahora —le dijo tras desenvainar un cuchillo cuyo filo reflejó los tenues rayos del sol que todavía se filtraban por aquella densa capa de nubes oscuras.
—¿Cuánto llevamos aquí?
—No quiero charla, quiero que muevas el bote a tierra firme.
La mujer resopló con evidente fastidio.
—Ya te dije que no puedo, ¿qué parte es la que no entiendes?
El pirata pensó en clavarle el cuchillo hasta la empuñadura cuando el mar comenzó a rugir de la nada. El cielo se oscureció por completo tal como hiciese días atrás y una lluvia persistente empezó a caer empapándolos a ambos.
Observó al capitán y hurgó entre sus pensamientos. Aquello era una maraña sin sentido llena de delirios y monstruos surgidos del mar. Supo que no le quedaba demasiado tiempo, de seguro había bebido de aquella agua contaminada; pudo verlo en el resplandor sobrenatural que había adquirido la esclerótica de sus perturbadores ojos que, ahora, la observaban sin parpadear. Desvió la mirada hacia la tormenta que se aproximaba a ellos a toda velocidad.
Una serie de truenos inició una lucha contra el rugir del mar. Ambos competían por establecer su reino de terror. El bote amenazaba con volcar en cualquier momento. La mujer se aferró a unos cordones que rodeaban la parte interna del bote.
Un relámpago atravesó el cielo. El breve destello se reflejó sobre las olas. Cuando Chloe desvió su mirada el pirata ya se cernía sobre ella.
Se inclinó en el instante preciso en que el cuchillo descendía. El pirata chocó contra parte del borde de goma del bote y el arma se deslizó de su mano.
Delirante y fuera de sí, se lanzó a por la mujer. Esta asestó un rodillazo en los huevos del pirata y el hombre se dobló sobre sí mismo chillando de dolor.
El bote se inclinó con demasiada violencia y el capitán perdió el equilibrio; tal fue su infortunio que terminó clavándose en el bajo vientre el arpón que se sacudía de un lado a otro. Con la mirada fija en el hombre, Chloe entendió que la muerte del pirata era inminente al ver la cantidad de sangre que brotaba de la herida.
Una ola se alzó y casi los hace volcar. Tras chocar con fuerza contra la superficie de goma del pequeño bote, el mar arrastró consigo parte de la sangre que había formado un charco nauseabundo alrededor del capitán.
Chloe supo que tendrían problemas cuando vio acercarse aquel par de aletas. Si no los engullía el mar, terminaría por hacerlo aquella criatura. No había visto nunca una en vivo y en directo y no tenía intenciones de comprobar si era capaz de engullir a una persona de un bocado, tal como se había corrido la voz en cuanto se supo de su existencia.
Dispuesta a sobrevivir como fuese, sacó fuerzas de donde no las tenía y, aprovechando la debilidad del pirata, lo empujó al mar utilizando la inercia que le otorgaban las mismas olas.
Aferrada a un par de asideros que sobresalían del borde interno del bote escuchó los gritos aterradores del hombre que la llamaba, desesperado.
Bloqueó aquel estímulo en su cerebro y dedicó todo el poder del que disponía para lograr que el bote no volcase. Luchar contra la tormenta estaba siendo titánico, pero luchar también contra el apetito feroz de aquella criatura marina que empujaba al bote de goma con intención de devorar lo que quedase dentro, la mantenía en niveles críticos de energía.
Pensó en tocar la mente del animal y suspiró, aliviada, al darse cuenta de que, aunque no podía penetrar en ella, era capaz de rozarla y enviar un patrón disuasorio de inminente peligro.
Aquello tendría que bastar, al menos mientras pasaba la tormenta.
*****
Abrió los ojos con lentitud. Una brisa gélida cargada de humedad y aroma salino le inundó las fosas nasales. Seguía con vida, aunque la debilidad era cada vez más angustiante. Las dos lunas brillaban en lo alto, como un par de espejos cuya única intención era la de despojar de oscuridad la superficie terrestre y, por tanto, desproveer de escondites seguros.
Así era, de hecho. La luna artificial que habían instaurado en la órbita lunar tenía una finalidad muy precisa: dejar a los de su especie al descubierto.
Se incorporó con dificultad e inspiró profundo al divisar a lo lejos las luces diminutas de una nave que ella conocía bien y que se aproximaba a su posición a toda velocidad.
Bajó la mirada y clavó los ojos en su piel. Le habían mentido siempre, la luminiscencia de sus fluidos era perenne. Habían estado jugando con ella y eso la enfureció.
El mar comenzó a moverse gracias a la aproximación del «Universo Oscuro», el barco de la alianza que hacía las veces de sede de gobierno en el planeta.
Sin esfuerzo atrajeron el pequeño bote con un campo energético que utilizaba las fibras de una aleación producida empleando varios elementos y que, con frecuencia, eran incluidos en distintos medios de transporte.
Un par de custodios permanecía en cubierta dirigiendo su abordaje. Lanzaron la red, que sin resistencia se acopló a su cuerpo, inmovilizándola. Minutos después, era trasladada de nuevo a bordo de aquel barco infernal.
*****
Sintió una ingravidez familiar y se apresuró a revisar sus escudos mentales. Cuando se hubo cerciorado de que todo estaba en orden abrió los ojos. Allí estaba él, observándola desde fuera de la cápsula con el rostro impasible y su mente funcionando a toda velocidad. Tenía miles de preguntas que hacerle; cientos de experimentos que quería aplicarle. La diferencia es que ella ya no era la misma, ahora tenía mucho más conocimiento y, con él, una fuente inagotable de posibilidades.
Los haría pagar, estaba segura de ello; solo que esta vez lucharía desde dentro y cuando se diesen cuenta de lo que ocurría, sería demasiado tarde.
—Sé bienvenida, Montgomery —dijo fingiendo una serenidad que en el fondo no sentía—. Nos has ocasionado muchos problemas, pero tranquila, no tomaremos represalias.
Le mentía con descaro, pero ella eso tampoco se lo tendría en cuenta; no ahora que podía utilizarlo.
Dejó vagar su mirada con una parsimonia escalofriante hasta que detuvo sus tormentosos ojos grises en aquel rostro que comenzaba a palidecer por momentos y de cuya nariz brotaba un fino hilillo de sangre. Curvó sus labios en una siniestra sonrisa y disfrutó del temor que vio reflejado en sus ojos y que, poco a poco, se hacía eco en cada rincón de su mente.
Lehna Valduciel
Lehna Valduciel (Halena Rojas Valduciel), es una escritora novel de
fantasía, terror y CIFI. En sus historias destaca el eclecticismo y la
originalidad al fusionar géneros y distintos temas. Cuenta con un
relato apocalíptico titulado La última eclosión, publicado en la
revista digital Penumbria y dos novelas autopublicadas en amazon: El
ardid y La joya de Nefertiti.
Para saber más de esta autora: http://www.viviendoentredosmundos.wordpress.com
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Cuidadito con Chloe Montgomery, que la presa tiene pinta de convertirse en predadora. Dan ganas de saber más sobre su especie, sobre ella, sobre el mundo… ¡Enhorabuena por el relato!