Visionados en breve XLVI: A dark song, Take me to the river, Killing ground, Voces

por José Luis Pascual
A DARK SONG (Liam Gavin, 2016)

A dark song es una película de iniciación. Pero de iniciación a la oscuridad. Casi podríamos decir que su metraje es un manual ritualístico (más o menos acertado, eso se lo dejo a los expertos) para contactar con lo maligno. Y es que la mayor parte de esta curiosa cinta de terror se dedica a mostrarnos los concienzudos preparativos del rito que los dos protagonistas persiguen. La premisa es simple: una madre recurre a un experto en ocultismo para intentar contactar con su hijo recién fallecido. Y la película nos gana gracias a lo creíbles que están los dos protagonistas, cosa que hubiera sido difícil conseguir con actores conocidos. La ambientación es perfecta, introduciéndonos el director en el interior de un caserón en el que logra crear una atmósfera inquietante de tensión contenida, de esas en las que se palpa algo amenazante siempre sobrevolando. El desenlace causará asombro y polémica, me gustaría conocer impresiones. A mí esta A dark song me convenció. Mucho. 

TAKE ME TO THE RIVER (Matt Sobel, 2015)

Ambigüedad e indefinición marcan a fuego Take me to the river, película que gira en torno a un posible caso de abuso sexual, cuando una niña aparece con una mancha de sangre en su falda en mitad de una multitudinaria reunión familiar. Matt Sobel consigue que una película de marcado tono costumbrista adquiera la estructura de una historia de terror al introducir, aparte del conflicto principal, un elemento mucho más perturbador que termina derivando en una omnipresente sensación de amenaza. Con ello, el espectador asiste al visionado con una creciente tensión, esperando que todo vuele por los aires en cualquier momento. Una tensión que para sí querrían el 90% de películas de terror que se estrenan. El ataque al acomodamiento social y la continua huida de la certeza convierten a Take me to the river en una de las propuestas más estimulantes de los últimos tiempos. Tan incómoda como imprescincible.

KILLING GROUND (Damien Power, 2016)

No siempre es buena idea acampar en un rincón aparentemente idílico. Killing ground es de esas películas que juega con los nervios del espectador al poner a sus personajes en situaciones límite. Con un original desarrollo por la manera en que se nos cuenta la historia, el director Damien Power demuestra tener muy claro cómo jugar sus cartas, manipulando a su antojo las líneas temporales que se abren. Desde el principio el director logra plantar la semilla de la duda en el espectador, haciendo que barruntemos desde muy pronto que algo no encaja y obligándonos a permanecer atentos en todo momento. Killing Ground alcanza un grado de intensidad muy alto cuando la calma chicha desaparece y todo explota, emparentándose en varios aspectos con Eden Lake. Una vez más, el cine australiano de género nos regala una pieza intensa e impactante que funciona tan bien en su planteamiento como en su desarrollo. La recomiendo.
VOCES (Ángel Gómez, 2020)

El debut en la dirección de Ángel Gómez funciona mucho mejor en sus momentos dramáticos que en el desarrollo de un terror demasiado sujeto a los clichés del terror de los 2000. Lo malo es que el drama apenas queda resumido en un par de minutos, y el resto queda para una historia que presenta algún giro interesante pero que termina haciendo aguas estrepitosamente debido a un guion repleto de errores. Voces sigue la tendencia de imitar (una vez más) el estilo James Wan, olvidando tradiciones más nuestras que podían haber aportado un toque original o, al menos, más sorpresivo, y quedando en un mejunje demasiado indigesto para quien busque un terror atmosférico. No puedo recomendarla.

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