A dark song es una película de iniciación. Pero de iniciación a la oscuridad. Casi podríamos decir que su metraje es un manual ritualístico (más o menos acertado, eso se lo dejo a los expertos) para contactar con lo maligno. Y es que la mayor parte de esta curiosa cinta de terror se dedica a mostrarnos los concienzudos preparativos del rito que los dos protagonistas persiguen. La premisa es simple: una madre recurre a un experto en ocultismo para intentar contactar con su hijo recién fallecido. Y la película nos gana gracias a lo creíbles que están los dos protagonistas, cosa que hubiera sido difícil conseguir con actores conocidos. La ambientación es perfecta, introduciéndonos el director en el interior de un caserón en el que logra crear una atmósfera inquietante de tensión contenida, de esas en las que se palpa algo amenazante siempre sobrevolando. El desenlace causará asombro y polémica, me gustaría conocer impresiones. A mí esta A dark song me convenció. Mucho.
Ambigüedad e indefinición marcan a fuego Take me to the river, película que gira en torno a un posible caso de abuso sexual, cuando una niña aparece con una mancha de sangre en su falda en mitad de una multitudinaria reunión familiar. Matt Sobel consigue que una película de marcado tono costumbrista adquiera la estructura de una historia de terror al introducir, aparte del conflicto principal, un elemento mucho más perturbador que termina derivando en una omnipresente sensación de amenaza. Con ello, el espectador asiste al visionado con una creciente tensión, esperando que todo vuele por los aires en cualquier momento. Una tensión que para sí querrían el 90% de películas de terror que se estrenan. El ataque al acomodamiento social y la continua huida de la certeza convierten a Take me to the river en una de las propuestas más estimulantes de los últimos tiempos. Tan incómoda como imprescincible.
José Luis Pascual
Administrador