¿Os gustan las lámparas de lava? A mí sí. Colores que fluyen de un tono a otro, en movimientos lentos pero fluidos. Es hipnótico en cierto modo, ¿verdad? Si las miras lo suficiente, casi puedes oír la misma música del mundo tronando. A veces animado, a veces lento. A veces veloz. A veces lento otra vez. Algo que te tiene ensimismado hasta que te paras a pensar por qué y no llegas a entenderlo del todo. Algo más sensorial que argumental y, por lo tanto, algo imposible de explicar.
Algo así es el cine de Panos Cosmatos.
Este autor, un griego loco de las pelotas, disfruta de de poner en efervescencia nuestros sentidos hasta meternos en una especie de viaje psicotrópico no del todo entendible y, a pesar de ello, enormemente disfrutable. Cintas donde lo visual y lo sonoro se mezclan en un baile perfecto que mueve por completo la duración de la obra hasta llegar a clímax extraños. Nada en el cine de Cosmatos es usual, todo se tergiversa y se rompe. Hay muchos autores de visuales impresionantes o que se basan mucho en lo que puedes ver u oir, sin embargo no se me ocurre ninguno que le de tanta importancia como Cosmatos. Literalmente, cada parte de la cinta va en consonancia con estos dos elementos. Imagen y sonido son las batutas que dictan la forma y ritmo de cada escena.
Esto se ve muy claro en su primera cinta: Over the black rainbow. Aquí nos encontramos con una obra que polariza a su público en una dirección u otra. Y no es de extrañar. Diálogos abstractos en una historia abierta con un cuarto final poco menos que apresurado en un viaje de LSD cuyo retorno no os es asegurado. Desde el minuto uno notamos el amor de Cosmatos por lo que vamos a ver, con esa fotografía con grano, quemada.
Sin embargo, es al avanzar cuando nos mete en su juego. Unas visuales demenciales, reprensentaciones poéticas de situaciones complejas al ritmo de una música electrónica que solo nos confunde más y voces narrando y diálogos de temas de formas casi ininteligibles. Es un viaje más en verso que en prosa, más en estética que en contenido. No me malinterpretéis, tiene una historia ciencia ficcionera detrás, unos personajes con motivaciones oscuras y final trepidante. Trepidante a su propio modo, pero trepidante al menos en comparación con el resto de la cinta.
Pero es que no es todo colores y formas, luces y música porque sí. Todo tiene un propósito que llega a crear cosas verdaderamente perturbadoras. Con las dos pinceladas que da, lo que somos capaces de entender, de sus personajes o de las historias, ya logra crearnos inquietud. Y esto no sería posible sin esas escenas tan poderosas, ese fuerte apoyo en los colores o la magistral banda sonora. Esa escena medio distorsionada en blancos y negros, que cualquiera que haya visto la cinta recuerda, aún me da pesadillas.
La definición más gráfica de tener un mal viaje.
Este horror minimalista además usa sus cualidades visuales para narrarnos una historia compleja, una crítica oscura y subversiva a la cultura (o la falta de ella) actual de un modo minimalista y extraño. Detrás de colores chillones y luces bonitas, de un falso paraíso, nos va aplastando contra el suelo hasta arrastrarnos a una oscuridad total que muestra la cruenta realidad de las cosas. Es un uso narrativo de los colores muy inteligente en el que vamos viendo cómo estos definen la escena y van en declive, de brillos llamativos y artificiosos a una luz mucho más natural y, a ratos, inexistente. Quizás quede todo un poco ensombrecido por ese final que se puede hacer simplón, y por un ritmo que hace de la película un experimento difícil de ver, aunque hipnótico. Debéis de dejaros llevar. Dejar de pensar con la cabeza y pensar con el corazón. Dejar que el viento os lleve hacia los tenebrosos lugares que Cosmatos monta al filo de vuestras emociones.
Y esta película apenas es una gota de agua en comparación con la siguiente.
Over the black rainbow es una película valiente y original, no solo en sus premisas sino en su desarrollo. Y, aunque con muchas cualidades rescatables y claros símbolos de lo que es el estilo del autor, no es más que su primera cinta. Y, en este caso en concreto, se nota. Está experimentando, está viendo qué puede y no puede hacer, dónde están los límites. Es una demo técnica, por buscar un símil. No es hasta unos años después cuando lo pule todo hasta el extremo en su siguiente cinta.
En Mandy todos esos elementos toman una nueva dimensión, llegan al siguiente nivel. Mandy es una película absolutamente brutal y descarnada, salvaje y llena de acción, sobre un hombre buscando venganza contra una secta de, como él los llama muy acertadamente, frikis de Jesús. La película es maravillosa por sus actuaciones desatadas y expresivas que van muy a tono con la intención claramente sensitiva de las obras de Cosmatos. No obstante, va mucho más allá.
A ritmo de electrónica dura o puro heavy metal, nos arrastrará al pozo oscuro de las emociones del protagonista. La película está dividida en tres partes muy diferenciadas: una primera de calma y sentimientos bonitos, una segunda de subversión y mal rollo y una tercera que es una locura. Sobra decir que esta tercera es la más larga. Nuestro pobre protagonista es arrastrado a una misión horrible que lo mata por dentro. Cada paso lo corrompe más, cada acción lo hunde más en la tragedia vivida y le hace empaparse más en la locura. Y nosotros lo vivimos con él. Gracias a un uso increiblemente agresivo de los colores, aderezado con muchísima sangre, nos hundimos en este horror. Junto a una música que llega a volverse parte integral del todo, a momentos perturbadora, a momentos oscura y salvaje.
Si la anterior era un viaje de LSD, esta es un chute de droga caníbal pasada y esnifada por los ojos. Es esnifar cocaína después de ser mordido por un mapache con la rabia. Es sangre y muerte. Es el diablo cobrándose la cabeza de dios. Somos arrastrados por la energía brutal de esta cinta. Es enormemente sensitiva pero, una historia más clara y un ritmo muchísimo más trepidante hacen que entremos en el juego desde el principio. Un principio ambiental antes de soltarnos en la locura desgarrada y terrorífica, sepultadas de miembros fálicos, falsos dioses, motoristas infernales, armas locas y peleas de motosierra. Todo llevado con una seriedad y una histeria que hace que no dudes de nada. Simplemente aceptas, tragas y sigues matando. Porque Cosmatos sabe cómo hacerte entrar en su juego. Sabe cómo hundirte en sus sensaciones y engañarte para que te enganches y sucumbas al verdadero encanto. A vivir su viaje, sus sensaciones.
Y no se nos puede olvidar que Cosmatos es director de cine de terror. Donde Over the black rainbow era un viaje perturbador y subversivo, el de Mandy es un paseo por los pozos más hirvientes y sanguinolentos del infierno. Todo duele, física y mentalmente. Podemos sentir cómo el prota se resquebraja por dentro. Podemos sentir esas ansias de matar. Ese goce casi digno de Clive Barker. Y no solo por un guion bien explicado o por las geniales actuaciones de Nicolas Cage, que de nuevo son parte coral de este todo que es el estilo de Cosmatos. Va más allá. Es el sonido, es el color, es esa imaginación perturbada y loca pero, de algún modo, todo engancha con una coherencia bestial. Son esos constantes simbolismos poéticos que no le hacen perder su esencia, esos diálogos misteriosos e interesantes pero casi inentendibles. Es dejar muchas escenas en silencio para que hable la luz, para que hable su soberbia fotografía o la colosal música explicando más que mil líneas de diálogo expositivo. Es sentir esa locura del protagonista como tuya a través de medios puramente sensoriales, simplemente todo te invita a tirarte a ese pozo de dolor y placer, de trauma y desenfreno que Cosmatos te propone como si del quinto cenobita se tratara.
Putos frikis de Jesús
Resumir el estilo de Cosmatos a través de dos películas, a pesar del carisma que desbordan, no es sencillo. No es sencillo, porque poner en palabras los sentimientos no es posible. El cine de Cosmatos es sensorial, sí, pero eso no lo hace menos emocionante. Joder, pocas películas me enturbian más la sangre que Mandy, pocas películas llegan a causarme tanta inseguridad y paranoia como Over the black rainbow.
Cosmatos es un tipo particular que no os va a ofrecer una experiencia normal. No puedo prometeros que os gustará o que la entenderéis, comprendo que no está hecha para ciertos tipos de personas. Puedo aseguraros tan solo una cosa.
No volveréis a ser los mismos, pues de los viajes alucinógenos del cine de Cosmatos no hay regreso. Tan solo una nube de claroscuros, de luces estroboscópicas y música que araña las paredes de la cordura.
Y entonces es cuando estás perdido en el mundo lisérgico.
Carlos Ruiz Santiago
Redactor