Desde que conocí la existencia de Lo que ruge, muchos meses antes de su publicación, algo indefinible atrajo mi atracción. Indefinible porque su autora, Izaskun Gracia Quintana, era toda una desconocida para mí, y porque no tenía más referencia que el buen ojo de Ediciones El Transbordador (lo cual no es poca cosa). Una vez en mis manos el volumen, lo primero que resulta poderosamente llamativo es el mimo de la edición, con una maravillosa portada en relieve de Valentino Lasso y un fantástico prólogo de Ekaitz Ortega, que viene a representar físicamente el espíritu de esta antología de relatos: un continente moderado en tamaño pero hechizante, y un contenido que responde a las características de la literatura de calidad. Para hacer justicia a la obra, y dada la heterogeneidad incluida, creo que es necesario hablar de cada relato por separado.

Todo comienza con El gran día. Con un envoltorio de ciencia ficción que puede recordar al Éxodo de David Luna, la autora nos esboza un mundo que parece condenado a desaparecer. Metiéndonos en la cabeza de la futura Madre de una colonia que está obligada a cumplir su destino de procrear la siguiente remesa de miembros de esa sociedad, se nos habla de la alienación y de la inevitabilidad del destino. El tono es deprimente, y traslada una profunda sensación de decadencia que muchos no parecen querer ver. Texto interesante por lo inmersivo de su primera persona, por la explicitud que aparece cuando es necesario y por lo sugestivo de su historia.

En Lo que está por venir de nuevo asistimos a una historia ambientada —aparentemente— en un mundo fantástico, más sugerido que establecido, y de nuevo tenemos una narración que debate sobre el futuro inexorable, sobre la amenaza que se hace presente. El relato habla de la aceptación de la muerte, tanto individual como global —no en vano, la trama gira alrededor de la extinción del mundo—, retratando con una naturalidad pasmosa las distintas maneras de afrontar la desaparición. Es este un relato, como el anterior, que podría servir como germen para retroalimentar una historia mucho más grande.

Con La llamada se nos ofrece uno de esos relatos que narran a dos niveles. La trama principal, la de una chica que vive los últimos días de una hastiada relación con su novio, arrastra detrás la historia de una niña secuestrada. No sin cierta ambigüedad, la autora nos hace dudar, porque todo parece apuntar en una dirección y hacernos pensar que al final habrá sorpresa. ¿La hay? Lean para ello. No quiero decir mucho más, tan solo que es texto muy estimulante que oculta más de lo que aparenta.

La granja es una ácida e irónica crítica a la sociedad carnívora. Izaskun Gracia dibuja aquí todo un macrocosmos estratificado que compone una distopía similar a la que plantea Agustina Bazterrica en Cadáver exquisito. La escasez de alimento y la desaparición de los animales y vegetales conduce al mundo a un canibalismo inevitable. En tono de ciencia ficción, la autora da rienda suelta a un sobrio sentido del humor que nos hace temer las consecuencias del hambre. ¿Llegaremos a algo así?

Uno de los relatos más extensos de la antología, Naveciudad, es una pequeña patada a la esclavitud de la rutina, a la inevitabilidad del estancamiento, a la sociedad laboral inmovilista. Sin acercarse mucho a historias clásicas de un personaje contra un estado que lo engloba todo, Naveciudad aporta un punto de rebelión contra lo establecido pero no termina de romper, dejando al lector un poco a medias. Aún así, cierto tono kafkiano lo convierte en un cuento muy rescatable.

El volumen explota con La sombra. Es en este relato breve donde podemos vislumbrar en detalle “lo que ruge”, en un texto formalmente sobrio y contenido que, por algún motivo, me recuerda a los escritos más despiadados de Emmanuel Carrère. Hay tanto encerrado en esta historia sobre un matrimonio que pierde a su hijo en un asesinato, que es imposible no sentir un escalofrío en todo el cuerpo al leer las últimas líneas. Izaskun Gracia explora aquí lo que no suele verse, el duelo continuado de alguien marcado por la tragedia, un duelo que se vuelve invisible pero que siempre permanece latente, perseverante, asesino. Magnífico cuento.

El rugido continúa con Natividad, una retorcida revisión del nacimiento del Salvador trasladado a nuestra época e implicando extraterrestres y una amenaza palpable. El contenido pulp empasta muy bien con el estilo de la autora, que ofrece aquí una construcción de relato del tipo que más me gusta. Y el desenlace no decepciona en absoluto.

El volumen deja el cuento más largo para el final, decisión que de algún modo “noveliza” la obra. La victoria de la insania es una historia dura de invasiones y guerras, y sobre todo de la gradual pérdida de las pertenencias propias, tanto materiales como interiores. Es visible una historia mayor en este relato, que no es difícil leer como el resumen de una novela muy potente. Hay aquí parte de la aridez de El señor de las moscas, o de la crueldad de cualquier relato antibelicista. Y queda la desesperanza, primero de perderlo todo, después de la imposibilidad de volver a la normalidad, una normalidad en constante huida hacia el frente, y siempre unos cuantos pasos por delante nuestra. Inalcanzable.

En conclusión, los relatos de Lo que ruge caminan con comodidad entre géneros, visitando la ciencia ficción y el territorio fantástico con pequeñas paradas en rincones inquietantes. Este compendio de ocho historias aglutina en su interior una serie de alaridos humanos contenidos bajo los que habita, agazapado y envuelto en prosa sencilla, el rugido de bestias terribles. ¿Acaso no es siempre así la buena literatura?