Ritual Román 67: Yo soy el río

por Román Sanz Mouta

Título: Yo soy el río

Autor: T.E. Grau

Editorial: Dilatando Mentes

Nº páginas: 282

Género: Terror bélicósmico y lisérgico

Precio: 18,95€

Durante los cruentos días de la Guerra de Vietnam, el soldado Israel Broussard es asignado a una misión secreta que le llevará a traspasar las líneas enemigas a fin de atacar al ejército norvietnamita con un arma pocas veces utilizada: el terror.
Broussard acabará atrapado en una pesadilla de la que se ve incapaz de escapar, rememorando una y otra vez desde entonces lo sucedido aquella noche en Laos.
Cinco años después, asaltado por las pesadillas, las alucinaciones y el insomnio, perdido en los barrios menos deseables de Bangkok, se verá obligado a regresar a la selva para tratar de recuperar la vida que allí perdió.

 

DIARIO DE GUERRA Y PESADILLAS

Hay que reseñar de inicio que, por mucho conocimiento que tengamos los europeos sobre la guerra de Vietnam, jamás podremos ponernos en lugar de los americanos que la sufrieron (los que allí pelearon y quienes aguardaban su regreso). De lo que causó a nivel físico y mental destruyendo una sociedad. Aquella derrota y todas sus pérdidas, sociales, morales, políticas, estructurales… Pero sí podemos captar ese sufrimiento personal, empático, transferible. Su significado a través de las palabras lesivas que nos está contando el autor. Aunque no tengamos las cicatrices de esa guerra inmunda que nunca debió librarse. Los traumas que trajeron de vuelta, las víctimas, los hermanos y padres e hijos caídos, los que fueron asesinados y los que asesinaron, pues ninguno descansa en paz, y todavía poseen historias que contar, historias de monstruos ciclópeos que habitan en la cara oscura de la mente, que atisbaron en ángulos y esquinas de aquellas selvas, en el resquicio de la mirada del enemigo en ofensiva o suplicante por su hálito, en el fondo de una botella. Incapaces de ser desterrados esos recuerdos que medran, se enraízan, cobran realidad de nuevo…

Vamos saltando primero al presente de la historia, «la pesadilla tangible que trajimos al mundo con nosotros», cuando ya está sufriendo las consecuencias de la subguerra (demoguerra), las secuelas psíquicas, perdido en su infierno laberinto mental, quebradas las fronteras entre la realidad, la fantasía, la pesadilla, el terror, el sueño o la ilusión. Todo se mezcla porque unos ojos, un óculo le persigue; un cancerbero. Y estos capítulos se alternan con el “sobre quién era yo antes dentro y fuera de la guerra”, en el que asistimos a su llegada a la guerra (diferenciado con la primera y tercera persona narrativa cada fragmento), caído en desgracias, trasladado y padeciendo las circunstancias que le llevaron a asomarse a ese abismo de horror que aguarda en la jungla, en el río, bajo la mar. Porque el agua es una constante, cuasi un reloj que da sus propias horas. El agua junto con todas sus propiedades y secretos, la mayoría de los cuales desconocemos. La clave queda en el centro, la tercera de las tramas y a la postre la más importante, «incursión siniestra en Laos», alternando entre estos tres actos que se combinan, salpimientan y aderezan con maestría para acceder nuestra conciencia al todo.  

Debemos saber que el miedo puede tomar, asumir, asimilar todas las formas conocidas o imposibles; las cobra allá donde pueda hacer más daño, sin avisar. Y el protagonista casi anhela su final (la liberadora muerte), porque está cayendo, lleva en descenso demasiado tiempo, pero no llega a tocar fondo, siempre hay sima todavía más profunda, dentro de lo etéreo, lo metafísico, lo imaginario, lo incognoscible. ¿Hasta cuándo?

Existe una clave en lo sucedido a Broussard, ¿cómo puedes tener la culpa por ser cobarde, si ser cobarde supone no matar?

La crónica de Broussard, el hombre de la noche, es espeluznante, al alcance de las mejores narraciones de este género (y trascendiendo los géneros). La piel se eriza, las sombras se arremolinan en torno a uno para acompañarnos en la lectura, se escuchan sonidos gargantuescos, un peso opresivo en el pecho que dificulta la respiración. Nos lleva a formar parte de esa mitología con la que nos asustan en cuentos, solo que absolutamente creíble y verosímil, y nos obliga a pensar. Porque T.E. Grau, sabedor que el miedo es personal, nos ofrece una amplia amalgama, desde mansiones encantadas, horrores cósmicos mudos y vacuos, fantasmas del pasado y presente, demonios terrenales, posesiones. Cada cual llega a su propia sugestión, siendo el conjunto sobrecogedor.

Pero el terror trasgrede las leyes de la física, las propiedades de la realidad. Porque el miedo, repetimos, es una percepción individual, insinuada, y no entiende de distancias, ángulos, tiempos, formulas o teorías. Se maneja a su antojo, altera la mente y te trastorna hasta que lo imposible es altamente probable, y aquello que no pudiere existir te anega y devora por completo, llevando al universo contigo, para vestirse con tu cuerpo y espíritu. La diferencia con este miedo es que no se trata de locura, no solo, ya que puede compartirlo Broussard. Amenaza, agrede, invade a otras personas. Se expande. Entonces no hablamos de percepción, sino de algo más. A no ser que la existencia sea solo un pensamiento, un sueño en el cerebro dormido. Que lo estemos imaginando todo, que te imagine a ti, lector, que imagine leer este libro mientras me hallo solo, perdido en el universo de otredad, único. Absolutamente solo…

Los cambios de ritmo e intensidad, capítulos cortos, emociones de soslayo que te llegan segundos después cual bomba de retardo. Y un enigma, la espoleta de la locura, del horror venido de las mismas entrañas de la existencia exterior. Al que vamos llegando poco a poco mientras se disecciona la guerra que, según los ojos de cada cual, la vemos como una pasión, una obligación, un anhelo necesario, un negocio, una justificación, un desahogo, una apuesta… Terrible.  

Por otro lado, aparte de la historia lisérgica de Broussard, ese mundo de pesadilla en el que vive y es perseguido y domeñado y cazado, tenemos a la sombra tras las cruzadas, al amo de marionetas, al que tira de los hilos: Chapel. Quien desmenuza la misma concepción de los conflictos bélicos: desposeer, desesperar, sustraer la esperanza desde el núcleo de fe del enemigo. El hombre destinado a encontrar una solución que nadie más ve, porque los soldados y los generales solo saben ganar exterminando la vida a través de sangre y carne. Pero él busca miedo (siempre el miedo); que les teman hoy y por generaciones de generaciones, acabar desde la raíz, accediendo a los más dolorosos lugares, cicatrices permanentes. Ojo con Chapel, un fanático de carisma, y lo que planea en forma y fondo. Pues este Chapel escoge a un grupo de parias, lo peor de lo mejor y lo mejor de lo peor que ha vomitado Vietnam desde Estados Unidos; hombres con alguna cualidad excepcional (aunque sea para el exterminio) que cometieron uno o varios errores imperdonables para su ejército y, cuando son obligados a pagar por ello, Chapel les rescata para empezar otro tipo de guerra. La verdadera, la definitiva. La que desencadenará el seísmo de terror. Uno de esos soldados es Broussard, por supuesto.

¿Qué es peor, cerrar los ojos, o abrirlos una vez que decidiste clausurarlos?

Busca el protagonista la retribución y la redención para salvarse y salvarnos, aunque eso le cueste mucho más que la vida. Porque el equilibrio se rompió, lo rompieron.

Resumiendo, tras este ritual que resulta tan caótico como esos conflictos bélicos y salvajes, inhumanos, pasemos a concretar.

Trama: profunda, dotada de realismo, bien hilada y trenzados sus diferentes tiempos y sub-argumentos, inmersiva cual río negro.

El protagonista: rico en matices, tanto de acto como en el pensamiento donde nos sumergimos.

Los secundarios: ese Chapel, algunos oriundos vietnamitas de origen místico, y el grupo salvaje, aquellos que tiene que cumplir la misión, y que ya los puedo reconocer solo por su voz y forma de hablar. Gran reparto.

La atmósfera: sobresaliente, densa, agresiva, vívida, ominosa, latente y reptando. Capaz de salir del libro y atraparte con sus zarcillos para que tú también formes parte del río.

Y el desenlace, una dulce caída a la más insondable oquedad que te remata meditabundo, rememorando la historia, la que cuenta, y la propia.

T.E. Grau sabe de miedo, de terror, de horror cósmico. Es uno de los nuestros. Y escribe con ese conocimiento sobre lo que nos gusta sufrir, unido a un estilo contundente, rítmico en su arritmia, y, sobre todo, cautivador. Apetece adentrase en su oscuridad. Ya espero la siguiente obra. De obligada lectura este Yo soy el río.

 

PD: ¿y si la guerra de Vietnam sucedió así? ¿Y si esto fue cuanto ocurrió y la manera en que concluyó?

Pd II: soy muy poco proclive al cine o literatura bélica, excepto por contados ejemplos excepcionales y que van mucho más allá de la guerra. Sabiendo eso, no me ha repelido la obra presente, todo lo contrario. Porque siendo personaje de fondo, la guerra es parte de la historia, pero no la historia en sí misma. Lo comento por si hay quien comparte mis mismos prejuicios. Entrad sin temor… Por ahora…

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