Título: La dama pálida
Autor: Mario Peloche
Editorial: Europa Ediciones
Nº de páginas: 142
Género: Terror vampírico, histórico
Precio: 13,20€
La novela histórica es un género muy complicado. Está repleto de un abismo de gente demasiado preocupada por acertar cronológicamente en puntos tan específicos que acaban dando a cambio la parte de ficción que conforman el género y que le da vida (de modo similar al que le pasa a la ciencia ficción). No obstante, cuando se logra un equilibrio, se encuentran obras terriblemente inmersivas a un nivel muy complicado de llegar para cualquier otro género que trate temáticas más especulativas.
La novela de Mario Peloche logra esquivar el compendio de nombres, fechas y sucesos enciclopédicos para meternos en una obra que, si bien está muy bien documentada, sobre todo es un descenso a los infiernos de corte paronírico. A través de una historia desordenada con mucha mano derecha iremos conociendo la caída en tinieblas, primero metafórica y después bastante literal, de la condensa Erzebeth Bathory, la cual, como si la estirpe fuera una enfermedad hereditaria, sigue los pasos de su antepasado Drakul Vlad Tepes en la locura, la tortura y la sangre. Todo esto, además, en un momento increíblemente tenso para el Imperio Austro-húngaro, más si los problemas vienen de la viuda de uno de los nobles más adorados de la corona y perteneciente a una de las casas aristocráticas más viejas y cuya caída podría significar la rebelión del resto.
A pesar de la fuerza que este argumento puede llegar a tener, y cuyo peso es notable durante toda la obra, esta es más que nada una novela de personajes. Son personajes en los que adentrarnos, atormentados y destrozados por un mundo verdaderamente cruel que no solo les ha hecho volverse monstruos, sino acusar de serlo al resto. Y he dicho con mucha premeditación «personajes» y no «personaje» porque, a pesar de que toda la novela gira alrededor de Bathory, ella solo protagoniza unos cuantos de los capítulos. En muchos otros, veremos la historia en diferentes momentos, a través de los ojos de una varianza de personajes apabullante: desde reyes y nobles varios hasta juglares deformes y un portentoso hombre de Dios. El cómo salta de una a otra perspectiva con tantísima naturalidad es increíble. Consigue desarrollar con mucha profundidad a personajes que a veces solo salen durante un capítulo y, a pesar de ello, hace que no nos perdamos en la trama ni que esta se quede sin avanzar, o por lo menos conozcamos detalles nuevos de la misma. Todo eso hace de esta novela un pequeño collage poliédrico de ojos a través de los que ver una historia muy triste.
Aunque, seamos sinceros, a pesar de la cualidad coral de esta obra es la condesa sangrienta el que tiene mayor desarrollo e interés. Antes de comenzar esta obra tenía muchas dudas sobre cómo se iba a afrontar este personaje, dado que los intentos de volver a la villana una especie de antihéroe, como ya se ha visto en otras ocasiones tanto en el cine como en la literatura, tienden a parecerme manidas y, en general, una ruta fácil para llegar a un punto. No obstante, el autor nos dibuja una Bathory completamente pérfida, sí, pero también profundamente atormentada. El desarrollo es inteligente, no nos cuenta todas las penurias que pasa para justificar de algún modo sus terribles acciones, las cuales se ven como la horripilante aberración que fueron, sino que cincela a un personaje muy triste y completamente roto cuya línea entre la realidad y la ficción más mágica se difumina cada vez más.
Y justo aquí era donde yo quería llegar, dado que esta novela es capaz de demostrar un amor por el género fantástico, y en especial por los vampiros, sin llegar a hacer una obra que incluya ninguno de estos dos. Si bien hay algunos momentos un tanto extraños, por lo general es una novela realista que se vale de la superchería de la época, las tenebrosas leyendas que rodeaban aquella parte del mundo y unas pesadillas de lisérgico horror, que nos llevan a un plano onírico enormemente desagradable, las que crean un terror muy efectivo que no solo apoya a la ambientación sino al declive psicológico de la condesa. Esos personajes pérfidos y más allá de cualquier salvación, pero también afligidos y todavía conservando la capacidad de amar, nos retrotraen a las descripciones más clásicas de los vampiros. Tenemos aquí una oda de amor a ese género, si no un estudio de cómo los referentes reales llegaron a forjar el mito que crearían Carmilla, Varney o la explosión que supondría la obra de Stoker.
El manejo de la narrativa es admirable dado que, aun sabiendo el final prácticamente desde la primera página y el desenlace de muchas de las vicisitudes que la condesa vive antes de que nosotros las vivamos con ella, logra crear escenas de mucha tensión (aún recuerdo leer en el borde de mi asiento esa cena entre Matías II y Bathory).
Es una corta pero de ningún modo pequeña obra que es consciente de todo lo que puede exprimir de los sucesos sin llegar a inventarse nada o caer en la pesadez, que en este caso hubiera sido muy fácil. La prosa además está engarzada con una elegancia y un tono levemente sobrecargado que al menos a mí me maravilla y que vuelve la lectura un ejercicio intenso y activo.
Se me ocurren pocas cosas que criticar de esta obra, quizás una cierta lentitud en alguno de los tramos, derivado mayormente de la manera de narrar, o alguna repetición por lo simple de la trama. Sin embargo, me parecen errores tan pequeños e irrisorios que no creo que merezcan la pena ni nombrarse, pues quedan totalmente olvidados entre todas sus virtudes.
Nunca vais a encontrar una novela histórica con tanto rigor que os entremezcle en su trama con tantísima pasión la fantasía oscura, la superchería más macabra y los vampiros sedientos de sangre. Una lectura que sin duda recomiendo no solo a cualquier amante de estos géneros, sino a los partidarios de la histórica o a aquellos que quieran ver desgranarse la mente de una noble decadente llena de obsesiones.
Desde luego, una obra hemoglobínicamente deliciosa.
Carlos Ruiz Santiago
Redactor