Título: Capitalipsis
Autor: Varios autores
Editorial: 2Cabezas
Nº de páginas: 180
Género: Relatos contra el capital
Precio: 11€
Me encuentro de primeras con un objeto muy sugerente, la portada es sencilla pero contundente, el título, como poco, una declaración de intenciones; ¿o no?
Lo primero que piensa uno es que “capitalipsis” hay que ponerlo en contraposición con capitalismo, claro, que etimológicamente sería algo así como “sistema basado en el capital”, entendido capital ampliamente como conjunto de bienes en general (por mucho que la realidad se refiera fundamentalmente a bienes materiales y puramente económicos, nunca espirituales y raramente morales); entonces capitalipsis, terminado en ipsis y no en ismo, no nos hablaría de “un sistema basado en”, sino tal vez, y si nos fijamos en la palabra “elipsis”, de “un gran engaño -o supresión de una cosa sustancial- basado en el capital”. Por supuesto remite también a “apocalipsis”, ya sabemos que los caminos etimológicos son infinitos… Esto, ya digo, de primeras, antes de abrir el libro.
Para dejarlo, ya que estamos, todo dicho sobre el objeto libro: la edición es muy cuidada, casi preciosista, cosa que se agradece a la hora de sobar y magrear el trabajo.
Bien, entremos en materia: es un libro de cuentos, y no, como pudiera parecer solo por el título, un ensayo… ¡pero! Algo tiene de ensayo también, y en la primera parte asistimos a esto, al ensayo, a la declaración de intenciones que decía antes pero in extenso; con dos textos: Vicio, de Estíbaliz Robles; Horrores capitales, de Rubén Íñiguez Pérez. Estos textos se dejan leer agradablemente, entrando en materia con tono relajado, como diciendo: estamos entre amigos. Luego empiezan los cuentos propiamente dichos, cada uno relacionado, ay pecador, con uno de los siete llamados pecados capitales:
El primero es de José Luis Pascual, y qué decir del salvaje JL, ya saben mis lectores que no se trata solo de mi editor, también es mi amigo; y además un gran experimentador en literatura, un bruto incluso. Y este cuento es, partiendo de una situación que casi pudiera verse como ñoña: bruto. Cosa que nos encanta, como amantes de todo aquello que huela a Pulp, acción, y sangre. Pero siempre con un ulterior mensaje, que si no, se pierde algo.
Después nos encontramos con Di mi nombre, de Aránzazu Ferrero. Un relato de aire agobiante que igual deja en algunos lectores un mal sabor de boca…
Ascenso al trono biónico, de Myke Babylon. Aquí una charada futurista con trasfondo nobiliario; que finalmente sabe dar un puñetazo, literario, sobre la mesa; y nos hace pensar sobre el último sentido de cualidades caballerescas como el honor…
Los dos anteriores cuentos, cosa de gustos, supongo, no me llegaron apasionar, no me engancharon, pero el siguiente, el titulado Él, escritor de terror, de Elena Romea: ¡qué maravilla! Así de simple: una gozada leer una historia rocambolesca y al tiempo de más enjundia de lo que podría parecer. De hecho tuve que hablar, un minuto después de leerla, con Elena para felicitarla: leedla, el libro merecería la pena solo por semejante pieza; humorística al cabo.
La siguiente es otra charada, a la vez homenaje y sátira. Carne de pulp. Will Wird y el viaje hacia el Escatón, de H. M. Crespo. Divertida parodia de todos esos héroes interestelares que pululan por la literatura, como los de mi querido Lou Carrigan o los de Edgar Rice Burroughs.
Y si no fue poco lo que me pasó al topar con el cuento de Elena Romea, ahora me maravillo a cada renglón con Vaya higos tiene Alpetragio, de Víctor Martín-Pozuelo, al que no conocía de antes pero desde ahora me proclamo admirador. A los que hayáis leído mi El zombi, una historia verídica, os gusten las novelas de Tartarín de Tarascón, El asno de oro, toda esta tradición satírico-cómica que pasa por El buscón y por Eduardo Mendoza: por favor: leed esta pieza fantástica. No digo más. Bueno, solo que quedaréis con ganas de catar un higo.
Y por último: Mr. Dance y la casa, de Román Sanz Mouta; del que podría decir simplemente: es un cuento de Román, leedlo. Pero diré, además, que después de leerlo puede que lo recuerdes como una novela, más que como un cuento, porque el señor Mouta tiene la habilidad de meternos en sus universos, de darnos pie a seguir la historia, o a hincharla. Otra gozada, pues.
¡Suenen ya las trompetas, comience el Capitalipsis!
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor