Rojacha: el dilema de las redes

por J. D. Martín

Verdad. 1. Conformidad que tienen las cosas con la imagen que de ellas forma la mente.

Rojacha. 1. Persona que niega la verdad.

Sirva este breve diccionario, paciente lector, para facilitar tu paso diario por redes, foros de opinión, barras de bar y salones de debate académico. Hasta al congreso de los diputados podrás ir con estas definiciones por bandera, saliendo de allí dueño de la razón y vencedor del debate. Del que sea.

Después de todo, cada día nos importa menos qué debatimos y más cuánta razón tenemos. O cuánta gente nos da la razón, aceptando nuestra arenga. La verdad, como dice su primera acepción en el diccionario RAE, es la conformidad de las cosas con la imagen que de ellas forma la mente. Así que no hay motivo para que esa imagen en tu mente cambie. Ni debate, ni razonamiento, ni aprendizaje. Ya tienes la verdad. Y el que diga lo contrario, rojacha y a la hoguera.

“Rojacha” es una composición —creo que es más correcto que llamarlo contracción— acuñada en la barra del bar por mí y otros tipejos de similar catadura, fusionando como ya has supuesto los adjetivos “rojo” y “facha”, que son más o menos la mejor manera de acabar cualquier discusión con quienes piensan diferente a nosotros. Es decir, con quienes están equivocados.

No parece que esto tenga una relación directa con la narración de historias en cualquiera de sus lenguajes y formatos, que en principio es a lo que nos dedicamos en esta página. Uno escribe sus relatos —o hace su peli, serie, cómic— y a la gente le gusta o no por su calidad literaria, hace críticas, reseñas y comentarios sobre el ritmo, la narración, los personajes… y todos tan contentos.

Porque, muy a menudo, un relato es sólo un relato.

Bueno, las cosas no son tan simples, ya lo sabes. En muchas ocasiones la narrativa tiene una intención de debate, didáctica, refleja un posicionamiento del autor respecto a su percepción de la realidad. Incluso una propuesta de cómo debe ser el mundo. Aunque yo soy de los que sólo pretenden contar una historia y pasar el rato contigo en ese intercambio, esa telepatía atemporal que es el canal de comunicación entre escritor y lector, muchos compañeros van más allá y creo que esa es una decisión muy libre. Un derecho legítimo, al igual que lo es el del lector para opinar.

El rojachismo llega cuando los macarras de la moral se lanzan al insulto fácil —no les da para más— contra el autor. Que no contra el relato, es muy diferente.

Parece casi una tradición hacerlo. Acusar a autores presentes y pasados de faltas o crímenes sin peso de prueba, como si el diálogo de nuestro personaje fuese una declaración de nuestros principios, o el conflicto planteado una expresión de nuestros deseos. Y suele hacerse de forma taxativa, imperativa, lanzando un órdago a la grande. No leas a Fulano o Mengana, es un rojacha. Y si le preguntas por qué, el macarra de la moral te dirá algo como “No hablo con gentuza” o “No estáis preparados para esta conversación”. Esta última frase puede no parecer un insulto, pero te están diciendo que no estás a la altura intelectual para debatir con él o entender sus argumentos. Vaya, que no leas a quien te digo que no leas y no hagas preguntas porque yo sé lo que te conviene mejor que tú.

Las finas pieles de estos pandilleros se resienten ante el debate, brillan bajo la luz de sus doctrinas y se sienten acariciadas por los corazoncitos de sus catervas de seguidores que disfrutan la tormenta en un vaso de agua que es toda polémica en las redes. Supongo que trolear y recibir retroalimentación es para ellos una forma de mejorar su autoestima. Una forma fácil, más que escribir relatos mejores que los que critican o argumentar qué hay de malo en ellos. Poco les importa que la frase lapidaria de sus publicaciones no explique al seguidor de rebaño qué dice o sus motivos. Tampoco el falso intercambio con estas sombras difusas del corazoncito fácil. La sensación de tener razón es suficiente.

Si les discutes te dirán, en la misma conversación, que eres un extremista de izquierdas y un reaccionario ultraderechista, o te acusarán de tocar temas que no tienes derecho a tratar. Puedes ser un rojacha por lo que escribes, pero también por lo que lees. Responde a uno de estos guardianes de las esencias, gerifaltes de la imposición, con “Pues a mí me gusta lo que escribe” y tendrás tu carnet de rojacha clavado en su tablón de delincuentes más odiados.

Imagina que mañana me da por publicar mi novela inédita Freda la gusana de seda, que narra las aventuras de Freda la gusana en sus intentos de cumplir su sueño de ser paracaidista.

Freda va segregando la seda con la que fabricar el paracaídas, cosa que tiene fácil, pero se da cuenta que no va a poder tejerlo por sí misma, así que se hace amiga de una araña. Después de varias peripecias, Freda llega a un acuerdo con Nicanor el ruiseñor que, en vez de comérsela de aperitivo, la llevará volando para que pueda realizar el salto.

Bueno, puede parecerte una historia entretenida. O una historia aburrida. Pero verás qué cantidad de cruzados de la causa saltan a mi cuello para criticar rebuscados matices de los que yo no soy consciente. Relaciones entre especies no, que una manzana es una manzana y no una pera, rojacha. Te burlas de Freda porque no tiene manos para tejer, rojacha. Estableces una escala social no igualitaria, rojacha. Incitas a los gusanos a querer ser más de lo que son por nacimiento y destino, rojacha.

Y así hasta el aburrimiento. Porque estos tontos de botellín, ansiosos de atención, enfermos de autoestima, piratas de la opinión, ignorantes voluntarios del contexto y la intención, alérgicos al debate, acaban por causar sólo eso, aburrimiento, pereza, cansancio. Lo triste es que dicho cansancio provoca que mucha gente que escribe bien, que cuenta buenas historias, se sienta rechazada y lo deje. O que muchos lectores no se acerquen a autores que podrían gustarles o no, fiándose del criterio del bobo con altavoz. Lo triste es que la literatura, la narrativa, pierde.

Así que, si me aceptas un consejo, paciente lector, apúntate al club de los rojachas. Tenemos ganas de aprender y disfrutar, y a menudo hasta lo conseguimos.

3 comentarios

Daniel Aragonés agosto 29, 2022 - 2:25 pm

Te mando un aplauso grupal. No puedo estar más de acuerdo.

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FRANKY agosto 29, 2022 - 2:46 pm

En su librito El arte de tener razón expuesto en 38 estratagemas, libro peligroso donde los haya (el propio autor lo consideraba un arma y no quería publicarlo para no dar arma semejante a cualquier botarate), el gran Shopenhauer advertía (parafraseo): en las contiendas y disputas cotidianas el hombre no busca descubrir la verdad de las cosas, la verdad objetiva, digamos, como algunos bienintencionados personajes en los diálogos platónicos, sino que pretenden ¡tener ellos la razón! y además que nadie más la tenga, y además que los alaben y ensalcen como virtuosos por ello, por tener la razón, no por haber llegado a la Verdad.
Pues todo sigue igual bajo este sol, nihil novum sub sole: se pretende llevar la razón, independientemente de cuál sea la Verdad Objetiva en tal o cual asunto. “Conformidad que tienen las cosas con la imagen que de ellas forma la mente”, una definición un tanto abstrusa, creo, pero puede servir de punto de partida… el problema surge cuando no existe imagen previa en la mente y asumimos la que nos meten delante de los ojos como buena sin considerar su origen o la enjundia y peso del mismo. Asímismo la cosa se pone chunga cuando la estupidez se escuda en el “es que soy libre de tener mi opinión”, y ataca con picardía aquello que desprecia y odia. En fin: excelente artículo, esperemos las reacciones adversas y timoratas para reír un poco y luego, en la oscuridad y soledad de nuestra noche oscura y solitaria, llorar hasta el amanecer por la idiocia monumental del homo sapiens.

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vicente agosto 29, 2022 - 5:54 pm

Tontos de botellín xD
Buen artículo y muy acorde a cosas que pueden verse a diario en la vida cotidiana. Cada vez más.

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