Relato: LETRINA HAMBRIENTA (Daniel Aragonés)

por Daniel Aragonés

Mi culo se pega a la letrina —posaderas, glúteos, cachetes, jopo, orto, trasero, no importa cómo lo llaméis—. El caso es que parece absurdo. No lo puedo despegar. Es una especie de efecto ventosa. Y empiezo a sudar debido a los nervios. Me imagino un cocodrilo comiéndose mis jodidos intestinos. O una de esas bombas de retrete. O ratas entrando por mi recto.  

Sudores fríos, sí.

Muchos nervios.

Tengo que pedir ayuda, pero ¿cómo? La letrina está en mitad de la nada. En una casa en ruinas a las afueras de ninguna parte, con uno de esos baños externos, antiguos. Podría haber cagado en el campo, es cierto, sin embargo estoy aquí, dando explicaciones incoherentes y haciendo uso de algo que lleva medio siglo abandonado. No sé si gritar, dejar de respirar o darme cabezazos contra las paredes.

Oigo un ruido.

Son pasos.

¡No jodas!

Algo o alguien arranca la portezuela y la hoja de madera sale volando como si fuese de papel.

¿Miedo? Sí, bastante.

A continuación, una enorme mano me coge de la cabeza y me lanza con todas sus fuerzas, como si fuese un muñeco de trapo. La letrina y yo salimos despedidos y chocamos contra una montonera de basura, escombro y barro. Cuando recobro un poco el sentido, observo y sonrío con ligereza. La letrina y yo seguimos siendo uno. Me atrevería a decir que mi culo está aún más metido, si cabe, como si me estuviese engullendo. Aunque lo cierto es que mi preocupación se centra en otra cosa. Una cena de Nochebuena me espera en casa de mis padres, y no sé si voy a llegar a tiempo.

¿De quién o de qué era esa enorme mano?

Y ahí no acaba todo.

Hay algo o alguien cagando en el agujero del baño. Puedo ver su sombra y escuchar las flatulencias. Joder, ahí dentro estaba yo.

Algo me dice que esto no va a terminar bien para mí.

Cuando esa cosa termina de hacer sus temas ya es casi de noche. Sale del baño y se convierte en una sombra monstruosa. Me atrevería a decir que no es humano, pero cierro los ojos. Escucho sus pasos, decididos, directos hacia mí. Trago saliva y rezo todo lo que sé, que no es mucho.

Vuelvo a sentir su mano en la cabeza. Me levanta. Siento el avance. Cuando abro los ojos, vuelvo a estar dentro de esa letrina, en el mismo baño. Observo. La sombra monstruosa rebusca entre la basura, vuelve a coger la hoja de madera que hacía de puerta y la empotra en su sitio. Efectivamente, vuelvo a estar aquí dentro, o eso creo. Miro a un lado y a otro. Aunque está demasiado oscuro, lo confirmo. Escucho un grito o alarido. Y en ese mismo instante me desmayo.

Cuando despierto me doy cuenta de que estoy en un pozo. Mierda y agua hasta el cuello. Pese a todo, me siento liberado porque esa maldita letrina ya no está intentando chuparme el culo, o comerme, o lo que pretendiese. Podría decir que me ha comido y estoy en el interior de una fosa séptica, lo que podría catalogarse como el estómago de una taza del váter. Así debe ser en cierto modo. Miro hacia arriba y veo un pequeño agujero. Flotando está uno de esos pañuelos de papel con los que me limpié el culo antes de que me diese el segundo apretón, decorados con floripondios y con olor a menta. Las ganas de vomitar son bastante severas.

¿Cómo ha podido pasar? No lo sé.

El caso es que decido subirme los pantalones y pensar. Aunque me ahogue para conseguirlo.

Por suerte o por desgracia, el agua empieza a desaparecer. Se trata de una bomba de achique instalada en el pozo. Digo por desgracia porque esa máquina no tarda mucho en absorberme a mí también, hasta dejarme en la posición inicial: mi culo atrapado en un agujero.

Gracias a mis conocimientos, y antes de que mis intestinos sean devorados por una cruel máquina, agarro la boya de nivel y freno la absorción de la bomba. Ahora la imagen es bastante cómica y cruel. Mi brazo en alto, de mierda hasta la cintura, mi culo atrapado en un tubo de treinta centímetros de diámetro y los pantalones a medio subir. Y no creáis que no intento sacar mi culo de ahí, es imposible.

Dos horas más tarde, un mojón de veinte centímetros me cae en la cabeza. Caliente como un caldo de cocido. Humeante. Vomitivo. Entonces grito pidiendo ayuda. Y en respuesta escucho uno de esos alaridos monstruosos. Está claro que no es mi día de suerte, ni mi mes. Probablemente sea mi final como ser humano, mi triste y desastroso final.

Lo mejor de todo esto es que si muero bajaré el brazo y la bomba se pondrá en marcha, succionando mis tripas, sacándolas por mi recto sin piedad. No es la mejor escena para un forense, y menos en Navidad.

2 comentarios

FRANKY diciembre 24, 2022 - 1:01 pm

Extrapolando: el retrete inacabable es la vida moderna. La sombra que te quita el puesto para cagar en tu lugar y luego te lo devuelve, ese Wéndigo amable y salvaje, es nuestro único amigo: un nickname, una foto de perfil y una conversación agradable, o simplemente un programa de tv que nos gusta: un entretenimiento sin consecuencias. El mojón que cae es la renovación de nuestro contrato de trabajo: sustento y tormento. Y la incómoda postura final es la espera de la jubilación, el cáncer o la transmutación final de bebedor a alcohólico..
Digo yo

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Daniel Aragonés diciembre 24, 2022 - 3:37 pm

Jajajajaja… Somos nuestros representantes. Comentario supremo.

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