Título: La fiebre y la semilla
Autora: Ana Martínez Castillo
Editorial: Mclein y Parker
Nº de páginas: 72
Género: Poesía
Precio: 11,54€
RESEÑA
Hace poco hablábamos aquí de ese portento narrativo llamado Ofrendas, en el que Ana Martínez Castillo revelaba un sonido nuevo y estimulante que renueva nuestra fe en el fantástico más perturbador. Si bien algunos de los relatos de ese libro poseían un componente lírico, es con poemarios como La fiebre y la semilla donde vamos a comprobar la vena poética en la particular mirada de esta autora.
Nos situamos ante un librillo modesto en tamaño y formato, pero sangrante y aullador en su contenido. Para empezar a entenderlo, recurramos a ciertos elementos que se repiten temáticamente, en forma de eco, en el poemario. Tenemos una querencia hacia lo animal en contraposición a la vida social urbanita y masificada. Los poemas aquí incluidos son un llanto sagrado que aboga por la naturaleza como refugio de la tecnificación y de nosotros mismos, una búsqueda de nuestras raíces instintivas tan dormidas en la actualidad.
Tumbada sobre la piedra aúlla la liebre,
aúlla el ciervo y la trenza de vidrio,
aúlla triste el sonido en el bosque,
el llanto sagrado que prende,
el llanto sagrado que alimenta
rastrojos,
que pule semillas.
Dejé limpias las paredes de casa
y difuntas
las ubres.
También se abraza lo auténtico, lo real, desde un punto de vista torcido: En el fondo de la noche, eres claridad / Como los ojos de los ahogados. Por supuesto, aparece lo macabro, la visión del muerto, un acercamiento poético a ese más allá de la vida que es también un más allá de la muerte. Encontramos algunas señas de identidad de la autora repartidas entre los versos, a veces invisibles entre líneas. Se percibe cierta reivindicación de lo fantástico, de lo oscuro, un acomodo en las perturbaciones que hacen más entretenida nuestra existencia:
Habitas en el limbo de los que no se quedan
y percibes el filo de la herida acompañando a lo vacuo.
Escogí la resonancia y el derrumbe.
También permea un distanciamiento de los grandes espacios, de las ciudades como entes devoradores de individualidad y fuentes de fracaso: Fue la ciudad un cadáver hermoso. Los versos hablan por sí solos, explicitando a veces y escondiendo otras, en una danza cuasi ritualística que todos llevamos dentro. Igual que llevamos dentro la muerte. Igual que llevamos dentro la voz de la madre, que se reparte en las páginas a través de una serie de poemas relacionados que nos sirven como advertencias que, de algún modo, ya intuimos.
Y siempre ha de manifestarse el final, en este caso disfrazado de un sentido del Final, en mayúsculas, un anticipo del desenlace de todas las cosas. Y, por supuesto, no es un momento feliz ni agradable, aunque sí que se entrevé cierta sensación de alivio:
Lo dijo madre:
Será la ciudad un resplandor suicida.
Verás morir las aves.
Secarse las encías.
Te tocará la mansedumbre con su aliento ralo.
Serás grumo seco en la ceniza.
Se adivina igualmente la imposibilidad individual de alzar la voz, de destacar, de contener el mundo. La voz no solo queda sepultada bajo las multitudes, sino que además tiende a ocultarse en las propias cuerdas vocales, resultando al final inaudible para nosotros mismos. Se trata, quizá, de un grito sordo contra la mediocridad imperante, un esfuerzo sin recompensa que se retuerce entre espasmos en las páginas de un poemario pero que, al fin y al cabo, nos conforma.
Con una querencia estética hacia el poema vertical y vertebrado —aunque a veces esto se rompe con la sana intención de pinchar al lector—, al final, la poesía de Ana Martínez Castillo nos remite a lo terrible, ya sea por tener que enfrentarnos a la desaparición o por la imperecedera intuición de no pertenencia a este mundo. El título hace la función de soga mortuoria que ahorca a la fiebre y a la semilla, ambas ya para siempre colgadas en este coqueto y punzante poemario, ambas ya para siempre muertas, ambas ya para siempre vivas.
Enfermaron las niñas en sanatorios,
en las pezuñas,
en la carnada.
José Luis Pascual
Administrador
2 comentarios
Muy buena reseña. Es reflexiva incluso. Supongo que este poemario será una llamada de atención.
Así lo entiendo en realidad, lo acabas de resumir perfectamente.