Hola, Paco Ibáñez

por J. D. Martín

Hay gente a la que no se puede decir adiós, ni siquiera cuando se va. Es el caso de Paco Ibáñez, que acaba de fallecer.

Un hombre presente sin duda en tu vida, paciente lector. La estantería de nuestros padres, la nuestra o tal vez la de nuestros hijos contienen sin duda alguna de sus obras. Nació en 1936, con la Guerra Civil. Que ya es puntería, como solía decir. Consiguió su primer “sueldo” a muy temprana edad, al enviar un trabajo a la sección “Colaboraciones de nuestros lectores” de la revista Chicos, y siguió después con sus estudios, con su vida, sus primeros trabajos —empezó como botones en un banco— hasta que, un buen día para todos, decidió dejar su oficio en la banca para dedicarse en exclusiva a la literatura. Sí, digo literatura.

Una literatura muy cercana a lo cotidiano, a la gente de a pie como él mismo. Algunos de sus trabajos más exitosos han sido 13 Rue del Percebe o El botones Sacarino. En la primera nos mostraba las historias, bastante locas, de una comunidad de vecinos variopinta y algo desquiciada. Una presentación gráfica y visual rompedora, novedosa, que nos mostraba un corte del edificio en cuestión, como si hubiéramos borrado la fachada, dando acceso directo al lector al interior. Veíamos así lo que ocurría en las casas ajenas —qué español es eso de cotillear— y podíamos colarnos en sus intimidades sin ser vistos. El botones, por su parte, no deja de ser un joven que empieza a trabajar y se enfrenta a lo que todos en una empresa; falta de experiencia, jefes abusones, trepas… un mundo laboral que, ya en su madurez, Ibáñez vuelve a tocar con Tato, Chicha y Clodoveo; de profesión, sin empleo. Serie menos exitosa, pero muy cercana a esa juventud de los años ochenta y noventa que buscaba, al mismo tiempo y de forma irreconciliable a tenor de los resultados, integrarse en una sociedad que querían transformar, cambiar a mejor.

Y es que Ibáñez tiene una inmensa capacidad de atención e implicación con lo cotidiano, se mantiene a pie de calle. Tal vez por eso es fácil para lectores de toda edad acercarse a su obra. Asomarse al portal o acompañar a tres jóvenes punkis en su intento de ganarse la vida, y hacerlo con humor, coherencia y veracidad, es algo que no está al alcance de cualquiera.

Él mismo decía siempre que no era un gran dibujante, pero cuidaba muchísimo sus guiones. Cada vez, y no son pocas, que aparece como personaje en sus viñetas, otros personajes se ríen de su falta de estilo como dibujante. Se retrata como un tipo chulillo, que va de artista y cobra millonadas por dibujar, pero también como un currante casi fanático, a menudo con un lápiz entre los dedos de los pies, dibujando a la vez con las manos y los pies. No diré que esto es metaliteratura de la buena, pero sí tiene mucho de verdad. Las relaciones con las editoriales no han sido nunca fáciles para los autores. Ni cuando él empezó ni ahora. De hecho, durante muchos años los personajes creados  por nuestros historietistas pertenecían, contrato de por medio, a las editoriales. Muchos, Ibañez entre ellos, perdieron la posibilidad de seguir trabajando en lo que habían creado al irse de editoriales cuyo trato consideraban abusivo. Esto cambió allá por los años noventa, gracias a la Ley de Propiedad Intelectual, que reconoció algo tan obvio como el derecho del creador a trabajar con lo creado.

Ibáñez se centró en Mortadelo y Filemón, sus personajes estrella. Varias generaciones les hemos conocido a través de la historieta, la serie animada y, más recientemente, las películas. Un estilo propio, de gags continuos apoyados en un guion sólido a más largo plazo, que hace que uno nunca se aburra al pasar páginas. Un detallismo marginal con chistes en los bordes de la viñeta —ratones manteniendo conversaciones, caracoles echando carreras, gusanos royendo el borde— y un tipo de violencia blanca, limpia, nunca visto y nunca tan desarrollado como en su caso. Personajes que son atropellados por apisonadoras y salen corriendo después, convertidos en láminas vivientes, o a los que se amputa un brazo que luego alguien les cose como quien zurce un calcetín. Una violencia por tanto blandita, que arranca la carcajada, algo muy meritorio.

Y sin duda, estos cómics son también una gran escuela, una lección de vocabulario. Por estrafalarias y surrealistas que sean las aventuras, el lenguaje nunca se descuida. Es siempre correcto, siempre exacto. Me atrevo a decir que muchos niños aprendimos más a cómo expresarnos de Ibáñez que de las clases de Lengua en el colegio.

Todo ello y mucho más unido a la cercanía social, constante en su obra, le hacen imprescindible. Los trabajos ya mencionados y los temas tratados en su carrera tienen mucho de reflexión social, de preocupación por la vida diaria y la alta política. Ejemplo mayúsculo es la aventura de El tesorero, en la que una caricatura de Bárcenas y casi todos los políticos de la época serán protagonistas. Un albúm genial, divertido, cercano y reflexivo del que algunos medios de comunicación hablaron entre poco y mal, no sea que el poder se pique y tenga que rascarse. Y es que, a su manera amable y graciosa, Ibáñez era a veces molesto para esos poderes que tratan de definir nuestras vidas.

Sólo por eso, por su capacidad para hacernos reflexionar desde un punto de vista jocoso, para comprender diferentes realidades sociales, para convertirnos en lectores y para arrancarnos una carcajada, Ibáñez merece seguir teniendo un lugar en nuestras estanterías, seguir pasando de mano en mano, de generación en generación. Porque es, me niego a hablar en pasado de él, un maestro de vida. Por eso no le diremos adiós. Siempre “hola, Paco Ibáñez”.

Y gracias por todo.

4 comentarios

Daniel Aragonés julio 17, 2023 - 10:44 am

Un artículo maravilloso. Todos hemos crecido con él y sus historias.

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Vicente julio 17, 2023 - 11:24 am

Gran artículo.

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José Luis Pascual julio 17, 2023 - 4:04 pm

Un genio irrepetible.

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Antonio Mompeán julio 23, 2023 - 7:44 pm

Magnífico artículo! Felicidades.

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