El secreto de la ventriloquia (Jon Padgett)

por Lorena Escobar de la Cruz

Título: El secreto de la Ventriloquia

Autor: Jon Padgett

Editorial: Dilatando Mentes

Nº de páginas: 268

Género: Weird, Surrealismo, filosofía, Metafísica, Angustia existencial

Precio: 19 €

No es mi intención hacer una reseña, con lo que todos entendemos acerca de las reseñas, de El secreto de la Ventriloquia, sobre todo porque ya existe un magnífico análisis de la novela en esta casa, a cargo del gran jefe, José Luis Pascual, que podéis leer aquí. Sin embargo, mi deber moral, mi deber como lectora en ocasiones despistada y en otras ocasiones plenamente comprometida, me obliga a realizar una breve reflexión en torno a las páginas que Jon Padgett nos ofrece en esta onírica experiencia de sorprendentes resultados. Y es que pocas veces antes he tenido la sensación de encontrarme ante un texto tan complejo como estimulante, tan raro como repleto de intenciones que bailan entre lo irreal y lo absurdo, entre lo certero y lo inexplicable, entre la mentira y una verdad camuflada que juega al despiste con los sentimientos adormecidos por páginas y más páginas de magnífica metaliteratura.

Leer supone un riesgo. O no. Depende de la voluntad de cada lector y cada lector es único. Sin embargo, salir de la zona de confort (todos tenemos nuestros autores de cabecera, nuestros géneros predilectos, nuestro espacio seguro) nos mete de lleno en historias irreverentes de genialidad manifiesta. Y es el juego, el desafío de cada uno sacar las conclusiones que quiera. O no. Depende, como he dicho antes, de la voluntad de cada lector, y cada lector observa la vida en función de su propia escala de colores: jamás hay dos grises iguales. Ni dos negros. Ni siquiera el blanco brilla de la misma forma en distintos ojos.

Esa distorsión, ese vaivén de imágenes, ideas y sueños es el trasfondo de El secreto de la ventriloquia: una serie de relatos que se igualan en originalidad y abstracción, donde, utilizando la ventriloquia y los maniquís como telón de fondo, teje una tela de araña que interconecta las distintas narraciones (independientes en principio) para dejarnos con la sensación de que hay más de lo que se lee a simple vista, la sensación de ser atrapados en un juego de reglas indeterminadas, de lugares que no existen, de personajes que son esquirlas de una pesadilla, de inconsciencia, de extremidades desconocidas en cuerpo propio y ajeno. De casas mutantes y fábricas de papel que consumen oxígeno y devuelven muerte. De niebla, de surrealismo, de decadencia, de personas convertidas en muñecos, de voluntades torcidas, de locura costumbrista, de risa enloquecida. De terror, un terror entrelazado a una de las palabras más inquietantes del diccionario: nimiedad.

Porque, ¿qué somos, si no marionetas en manos de un mundo que mata y muere, de una sociedad corrupta, de nuestros propios sentimientos, de los extraños, de los conocidos, de una mente que en ocasiones se convierte en el peor enemigo? La sensación de no poder despertarte de un mal sueño, de que lo común es peligroso y el peligro una broma, de que la certeza es una utopía absurda, sobrevuela la narración como una mosca en busca del postre más dulce. Nos enseña que la vida no es estanca sino mutable y se manifiesta a través de esos apéndices que crecen en vivos y muertos, de la obsesión por contarse los dedos de las manos, de la ciudad cambiante, de los rostros conocidos que dejamos de recordar, de la pérdida de la identidad propia. Todo ello contado con una maestría casi sencilla, con naturalidad perturbadora, con tranquila perversión. El relato 20 sencillos pasos hacia la ventriloquia, columna vertebral de todo el libro y punto de conexión para el resto de relatos, supone una metáfora magistral de la concepción humana. Tan simple como efectiva. Tan cruel como natural. Dominio, evanescencia, fragilidad, locura consentida. Conciencia e inconsciencia. Crueldad. Consecución. Deshumanización.

Termina el libro con un postfacio (el “postfacio trampa”) de Jorge P. López donde se manifiesta el término de terror oncológico, vinculado al concepto de terror ontológico. Y volvemos a la idea original: no somos más que nimiedad. No somos más que maniquíes empeñándose en manejar sus propios hilos cuando ni siquiera comprendemos el mundo que nos dirige. Haciendo hipótesis absurdas sobre la vida y teorizando cuestiones que no entendemos, como sabios de pacotilla, como seres inservibles en un universo sin fin, o lo que es peor, como tumores, cánceres de una existencia que no nos necesita. Aspirantes a Ventrílocuos Supremos jugando a ser dioses de barro. Insectos en un países de gigantes.

Sí, leer supone un riesgo.

El riesgo de mirar dentro de cada uno y encontrar su propia inconsistencia.

El riesgo de pensar.

Leer supone una broma muy seria.

Si es que existimos en realidad.

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