Título: Quién cuidará de ti
Autor: Verónica Cervilla
Editorial: Literup
Nº de páginas: 280
Género: Terror costumbrista
Precio: 16,49€
SINOPSIS
Amelia, madre de dos adolescentes y trabajadora a jornada completa, siente que por fin puede recuperar las riendas de su vida tras divorciarse de su marido maltratador. Sin embargo, su renovada libertad se desmorona cuando se ve obligada a hacerse cargo de su madre, Petra, una anciana exigente e inquisidora.
Su llegada a la casa familiar reabrirá heridas que su hija creía tener bajo control y desatará una oscuridad que enraizará rápidamente en el hogar y sus habitantes, amenazando el precario equilibrio en la vida de la abnegada Amelia.
RESEÑA
Qué extraña metáfora este chiste llamado vida. Qué mentira más burda la de nacer, crecer, reproducirse y morir. Qué punto y final deslucido en este cuento sin hadas, en el baile del príncipe convertido en calabaza, en el manuscrito en blanco de una existencia cuajada de más noches sin luna que noches con estrellas.
Alguien dijo una vez que una persona, para realizarse, debía escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo.
Lo difícil es conseguir la historia, que el árbol florezca y el hijo se alimente con el fruto de tu esfuerzo.
Más difícil aún es ver cómo el libro se deshoja, cómo el árbol se marchita, cómo el hijo se marcha dejando tras de sí un puñado de reproches huecos y causas sin consecuencia.
Y después solo quedamos nosotros, huecos y arrugados en una esquina del ring que ya no tiene ganas de pelea. Deseando que el teléfono suene y una voz nos eche de menos. Deseando un domingo fugaz de comida y sobremesa. Deseando que los inviernos ya no nos hagan llorar. Y con el cambio de tiempo no nos duela la maldita cadera.
Entonces alzaremos los ojos al cielo y ese azul preñado de nubes baldías solo tendrá una pregunta y ninguna respuesta.
¿Quién cuidará de ti?
Cuando ya no nos quede más que una casa sin raíces.
Y un solo cubierto en una solitaria mesa.
«Es difícil saber quiénes somos cuando no hay un espejo en el que mirarse. Amelia se había contemplado en el mismo cristal manipulador durante tantos años que su imagen había acabado deformada hasta el punto de apenas recordar cuál era su verdadero nombre».
La fluida y certera prosa de Verónica Cervilla nos adentra en una historia íntima de público terror. Un terror común, ese que no necesita grandes artificios ni una ambientación ambiciosa para dejarnos el corazón encogido y un bocado en las tripas que no cesa, que se ahonda con cada capítulo, que se une a la voz de Amelia y sus desbocados pensamientos, desequilibrados y abstractos como solo pueden serlo aquellos de los que han dado su vida por y para los demás. Y es que todas podemos ser esa mujer deslucida por el paso de los años y los daños, una esclava de su propia identidad que, cuando consigue atisbar un pedazo de libertad en su horizonte más lejano, se ve obligada a cuidar de Petra, su madre, a la que la une y desune un lazo de perpetuo rencor y reproches irreverentes.
Así comienza una historia dañante y dañina, donde el pasado se convierte en sombra y la sombra en protagonista, donde los rencores ahogan palabras y dejan un reguero de miedo acomplejado y dudas vestidas de un regalo que nadie quiere abrir. En las aristas abiertas entre madre e hija, una hermana convertida en ojo derecho de su progenitora que mira hacia otro lado cuando esta más la necesita, unos hijos obligados a permanecer en el nido podrido de un hogar desvencijado, y dos escenarios de fondo: la casa que comienza a resquebrajarse bajo el peso de la culpa y el geriátrico donde Amelia trabaja: ese lugar en el que el final se olvidó de que alguna vez hubo un comienzo.
«Había un lugar donde iban las consciencias que ya no pertenecían al mundo terrenal, un sitio etéreo, a veces oscuro y otras lleno de luz, en el que descansaban de vez en cuando las almas que ya no tenían fuerzas o no soportaban seguir el camino que se había establecido para ellas».
A la historia familiar le otorga Verónica Cervilla un trasfondo filosófico, una doctrina legendaria, tan ancestral como viejo es el propio ser humano. La regla social de cuidar a nuestros padres se conjuga con la necesidad de libertad del individuo, y esta ramifica en broncos frutos de remordimiento silencioso y victimismo consentido. El trasfondo social que desarrolla en los capítulos del geriátrico demuestran la habilidad de la autora para tocar el alma con temas comunes a todo el mundo, con esa regla no escrita de que los mayores pasan a ser algo que no podemos nombrar, que no podemos decir en voz alta por miedo a que nos coma el coco de los prejuicios.
Teje Verónica una prenda con el mimo de la costurera sabia que conoce el oficio, y la adorna con toques sobrenaturales que otorgan a la narración el temor justo para provocar una punzada de inquietud y ahondar en ese sendero bifurcado entre la razón y la cordura de Amelia, entre sus deseos y sus obligaciones, entre sus cuentas pendientes y las cosas que calla por temor a que se las devuelva el aire. Los imperativos convertidos en sentencia son utilizados para dotar de retórica una construcción compacta y emotiva, cruel en ocasiones, real como la vida misma, esa que tanto condena, esa que tanto se resiste. «Se recoge lo que se siembra», «honrarás a tu padre y a tu madre», «a todos nos llega la hora». Verónica nos cuenta cómo es el final de la vida, cómo es la condena de la enfermedad, cómo es la penitencia de las cuidadoras de unos seres convertidos ya en pasado recalcitrante y futuro arrebatado.
Y lo hace con pasión. Y con sabiduría. Lo hace con una lealtad a cada lectora y cada lector que se convierte en susurro y al mismo tiempo bofetada. Porque todos somos hijos, y algún día tendremos que preguntarnos y preguntaros ¿Quién cuidará de ti? Porque la mayoría somos padres y nuestro calendario avanza y llegará el momento, ese momento atroz, antes o después, primavera u otoño mediante, en el que las canas y los dolores y las caídas y la torpeza y la ceguera o las heridas nos lleven a preguntarnos: ¿Quién cuidará de mí?
«Los cambios se suceden en la vida sin pedir permiso, sobre todo los crueles. Esos son sigilosos como las gotas que dejan surcos en cuevas de roca caliza. La enfermedad de doña Petra había estado jugando al escondite inglés con Amelia».
Esta novela es un ejemplo perfecto de cómo el mayor terror es aquel que nos abraza día a día. Al que le abrimos la puerta, el que parimos y gestamos entre costumbres y rutinas. El temor a envejecer, a enfermar, a morir, a depender, a cuidar y ser cuidado. El temor al abandono, a no sentirse querido, a la herencia trasnochada y las sombras que se visten de sonrisas rencorosas.
Quién cuidará de ti se meterá en tu garganta y te creará nudos de marinero allí donde se relamen todas las mareas.
Te retorcerá por dentro.
Y te dejará el regusto melancólico de una caricia áspera. Y una maldita canción de cuna que ya ninguna madre canta.
Por miedo a quedarse muda.
Lorena Escobar
Redactora
2 comentarios
Muy buen análisis, Lorena.
Gran reseña y una novela muy afín con los tiempos y las inquietudes que corren.
Mi enhorabuena a la redactora y a la autora.