Relato: Saga de Xística (Drottkvaet de una araña) – Carlos Pellín Sánchez

por José Luis Pascual

Saga de Xística (Drottkvaet de una araña) - Carlos Pellín Sánchez

Ya susurra la simiente;
seguro llama el augurio.
El cesto-vida rezuma;
cientos de almas derrama.
Una de aquellas poco únicas,
ungida de versos veros,
tañerá sus velas tanto
que tendrá un propio cantar.

Xística la llamaremos,
como a todas las demás.

Xística escapa escalando
estrado vivo de entrañas;
hecho de ellas, sus hermanas;
hecho de su carne y sangre.
Rauda se aleja reptando,
rápida corre los cables
del palacio de Progenie
pretendido por su estirpe.

A su espalda ya aparecen,
pálidas braman su hambre.
No quiere ella ser cobrada:
¡cómo matan sus hermanas!
Por ello trepa deprisa;
pisa el techo: casi llega.
Ataca con su hoja ardiente,
abre paso: ¡a volar!

Teje una vela liviana
para silbidos domar.

Lo teje con gentil lazo,
el bajío ahonda-vacíos,
lo despliega donde el viento
domina todo camino.
Suenan trompetas fugaces;
siente las velas henchirse,
Xística ve; vibra, vuela:
vive ya el fario cantado.

Una galaxia se agolpa
gris a un lado ocular,
al costado hay costa brava
de cuevas que azul perturban.
Hacia allí navega Xística
agarrando bestias rápidas.
Crujen jadeos al galope:
jamelgos-rayo a montar.

Doce electrones doblega;
a tierra la llevarán.

Pero la tierra replica
y responde el cielo abierto,
que se cierra de vacío,
vierte azul de mil océanos.
Xística navega el Vacuo,
vindicando, monturas pierde;
ya centellean gigantes,
ya a la deriva se vierte.

El ahonda-vacíos se rompe
pero Xística no cede.

Se agarra a las grietas de agua,
aguerrida ella se estira,
se aferra fuerte a las rocas,
rígidas de mortal fluido.
Murmurando nimias trovas,
calmando quiebres que matan,
Xística sortea los líquidos
con extremidades hábiles.

Pronto se irá la tormenta.
Pronto vendrán rutas fáciles.

El azul se tranquiliza;
zozobran los océanos;
nuevo bajel teje Xística:
rojo descubre el cantar.
Con el rojo y ojo-Faro
se orienta do interseca
una línea blanca eterna
y mundos grises poco únicos.

Ya llega a costa terrosa,
y tañe el bajel abajo;
abajo, en un valle cálido,
de calma se llena su alma.
Pero pronto se interrumpe
porque el tañido lo ha oído;
una criatura que contesta:
que desde el azul aúlla.

Fluye flameando en el viento,
flambergas pardas resuenan.
Un temblor bate el bajel;
bravía lo abandona Xística.
El dragón devora el hilo
del ahonda-vacíos, grita.
Sus espadas la separan:
a Xística de la costa.

Vuela perdida, vibrando,
viendo el futuro, fatídico;
urde unas alas con prisa:
¡nunca a tiempo tejerá!
En lado ocular del cielo
la llave del dragón tuerce.
Llenada de hambrientas llamas,
brilla la puerta amarilla.

Puerta de grana interior:
de allí no regresan Xísticas.

Xística entabla batalla:
besa sus espadas-bilis,
se aposta en la boca oscura
y aboca el consume-cuerpos.
El dragón flambergas duele;
desgozna sus suaves óxidos.
Xística, en uno de esos,
hila una jarcia y escapa.

Xística cae en un gris.
Buscará una nueva casa.

La flamberga parda posa
por sierras y secos valles.
Xística se enseñorea
de suave cota dracónica.
Urde sus telas, las une,
unta anclajes espirales;
un castillo altivo crea
titánico y bien guardado.

Transcurren tranquilos ciclos
trama azul-oscuro-rojo.
Xística explora la pesca
que expolia jarcia espiral.
Allá aletean luces-guja,
llenos sus vientres de sangre,
al otro lado un verraco
macerado en bilis y seda.

Consume sangrienta savia.
Adquiere gran fortaleza.

La paciente cazadora
crece de cuerpo y de mente:
su torso aumenta tamaño,
sus telas harto se espesan.
Ya no es niña ni miedosa,
ya no huye: hace huir.
De temer a ser temible;
así tañe su cantar.

Pronto vendrá la caída:
la inexorable humildad.

Una selva espesa surge,
sobre gris marcha un marrón;
hilera de lentas recuas
se afrenta a la espiral fuerte.
Y Xística desenvaina;
sus espadas-bilis bate,
blancas las inyecta enhiestas:
yerto es el aire en la muerte.

Las recuas no se intimidan;
su pesca desean comerse.

Tridentes traquetean pares,
trenzan rayas en la arena;
unos cientos, unos miles,
a Xística desafían.
Las recuas van acercándose
con machetes tenazantes,
besan la flamberga y cortan,
barren sostén del castillo.

Claudica la fortaleza;
su futuro cesto-vivo.

Xística furiosa salta,
su tela se agarra al gris.
Encañona osca su cuerpo,
carga sus espadas-bilis.
Mata recuas a docenas;
cientos, miles, muchas más;
las reemplazan muchas nuevas;
más recuas con sus machetes.

Xística orgullosa llama
la llama de vera sangre,
la que canta su futuro
tan cierto y discutible.
Su armadura sobrepone
los machetes y la muerte,
sin embargo está perdiendo;
el cantar ya la rechaza.

La que tejió el cesto-vida
tan solo la fuerza ampara.

La cruel danza espadense
le deniega muerte justa;
silencio en los versos veros:
verdad ya no le relatan.
Xística huye humillada,
humea su arnés dolor.
Se esconde en ignota cueva,
queda la mácula inmóvil.

En negro lugar se encuentra;
en gruta entre sendos huecos.
Esperando a Atrapadora,
la postrera Seca-Savia.
Mas algo aleja a la Pálida;
un almizcle suave y fino:
delante de ella hay carne
macerada en bilis-drena.

Xística bebe la carne.
Muerte robada renueva.

Pasan así incontables
ciclos de color borrado,
do carne aparece siempre
cada azul-oscuro-rojo.
En la oscuridad, un ósculo,
auspicio de una presencia.
Xística se lo pregunta:
¿me protege, o me ceba?

Un cierto ciclo se alza
con cerviz ínclita arriba,
Xística vibra y se mueve,
con vacío a su alrededor.
No se percibe peligro,
procedente de allá adentro;
no está su benefactora,
o su captora posible.

Pasa la gruta, y permuta
a ruta de tenue luz,
a un vacío yerto y sellado
de tres llanos, tres mesetas
juntas por valle profundo:
un punto de tres aristas
donde Xística recobra
el cantar de sus ancestros.

Salta seguida y continua,
la seda urde los radios,
la espiral crea la fuerza;
arrecia el nuevo hogar.
A la pesca espera ansiosa,
susurrando versos veros;
tañe cantares y aguarda
nutritiva interrupción.

Y en ese momento se oye
extraña perturbación.

Xística, de hambre henchida,
se encima a la discordancia.
Ciega de rabia, airada,
desenvaina espadas-bilis.
A la presa presta toma,
la apresa para cortar.
Mas un ósculo oscurece
escabrosas intenciones.

Por este lado ocular
lánguida hay una recua,
atrapada en la jarcia
incapaz de desquitarse.
Una envejecida acémila
agotada de tridentes;
sus dos dedos quebradizos
danzan miopes y torpes.

A sus pies hay una pieza
de pasada carne asada
por bilis regia de aroma
cuyo sabor es conocido.
Xística pronto conoce
que fue esa vieja recua
la que la alimentó herida;
la que ayudarla deseó.

Xísticas tañen sus cantos,
en su testa ya resuenan:
cuentos de la Ley Famélica,
de la fuerte ante la débil;
de corona a competir:
cuentos de muerte y destierro
en su corazón crepitan;
Xística oye sinsentidos.

Y así Xística libera
la recua de andar cansino.

Ciclos suceden blancuzcos,
cimbrean jarcias ligeras.
La pesca prende espiral;
pasa, aunque es muy escasa.
En esa rutina renta,
Xística, la muy poco Única,
siente un tiemblo en la urdimbre:
el éter se comba arriba.

Elipses de linfa y nada
pululan cabe su red;
cestos-vida de cautivos;
ínfimos seres se paren.
Xística recoge redes,
redoblando, deseando
saciarse de savia-sangre,
con seca-carne sajar.

A través de ciega hambre
suena un tañer familiar.

Rasgando cuerdas sedosas
la recua recita intensa
un canto harto cacofónico
carente de falsedad.
Xística intenta entenderlo,
y una idea se revela:
aquellas pequeñas cosas
prometen engaño y muerte.

Mil docenas aparecen
zarandean blanco viento,
más de ocho miembros-hacha
rachean en cada una;
cortan las égidas telas,
los tallos que han costado;
desenvaina rauda Xística,
alumbra un salto preclaro.

Una tela entre las piernas
se pega también al valle;
Xística sobrevuela el brío
con bramante nuclear.
Ya con agriada experiencia
del éxtasis del guerrero,
se abalanza, saja y mata;
si contratacan, a huir.

Salta, ataca, huye, salta,
ataca… huye… sin fin…

Muchas reses en sus redes
de verde sangre las llenan,
Xística se cree victoriosa;
ectoplasma marca el valle.
Esta vez sigue humilde,
esta vez va venciendo;
ha aprendido los errores:
no hay nadie quien la pare.

No es un alguien quien detiene
danza seria del combate.

Tras el valle, el vacío,
vibra pardo y rosa claro:
un planeta se aproxima
perfilado a blanca luz.
En su centro un continente,
titilante hierba fresca,
dos islas cinco-mesinas
siguen a un cian satélite.

Los engendros enrojecen,
gimen ante visión cósmica.
Permanecen expectantes;
postran sus hachas al astro.
Avanza el cian satélite
de cabeza de ojo rojo.
Mientras el cíclope mira
las mínimas cosas cantan.

Los seres se comunican
en un lenguaje tan claro
que rompen toda barrera
y quiebran la ignorancia.
Así Xística comprende
que nacen de vivas naves
venidas de un universo
ajeno a esta realidad;
esperan durante eones
en la atmósfera vivaz
hasta que en la vida surge
correcta divinidad;
entonces siguen indicios,
flotando, al valle van,
y una araña ven hambrientos:
la deciden devorar.

En fiero y cruento combate
se aproximan a este altar
donde la sangre se vierte:
al Dios la debe invocar.

El Dios es ese planeta
de distante vastedad.
Las cosas ínfimas quieren
su conciencia conquistar.

Por muy potente que exclamen,
por muy vibrante el cantar,
el planeta no lo escucha
y nunca lo escuchará.

El cíclope cian contesta,
luce afilado el satélite,
muestra mil ojos oscuros,
mil oquedades mortales.
Xística salta hacia el plano
do yace alertada recua;
la cabalga hacia la cueva:
se acogen allí y se esconden.

Por aquel lado ocular
una luz atiza a Xística;
el cian vomita océano
de un aroma Atrapador.
Las cosas ínfimas, quedas,
acatan mando divino;
sus bolsas de linfa y nada
se bañan en corroe-entrañas.

Y justo detrás de bruma
bruñida de muerte y gritos,
Xística ve una silueta
tan inmensa como sabia.
Dos oculares frontales,
gigantes, demenciales,
paran en la oculta cueva:
cuenta se han dado de ella.

No es asunto de una xística,
cuestionar a los planetas.

Xística guía a su recua
a la planicie exterior;
deja atrás la flamberga
repleta de recuas fieras.
Teje bajel ahonda-vacíos,
junta seda para dos.
Siente las velas henchirse,
relinchan las yeguas-rayo.

Xística navega al gris
y tañe su propio canto.

 

Fin

Carlos Pellín Sánchez

Diestro común de espada larga. Escritor de pautas desde que publicó con Niña Loba el cuento en cantar de Gesta del Cantar de Fayna y el Forastero. Es autor del libro de cuentos Recuerda el fuego primero. Cantares de fantasía épica, publicado por Niña Loba. Ha publicado poemas y cuentos fantásticos en antologías como T.Errores: En el bosque ya estás muerto y en revistas como Pulporama y blogs como Fabulantes y El Yunque de Hefesto. 

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