Avanza el siglo XIX y la medicina, como las ciencias en general, lucha por dejar atrás las supersticiones y creencias infundadas de tiempos pretéritos. Nuestro protagonista, la voz que nos narra la historia, es Paul Clément, joven médico cuyos sentimientos humanistas le llevan a aceptar un puesto en el Caribe. El lógico contraste entre la gran urbe parisiense, sumergida en los convulsos acontecimientos políticos de la época, y la relativa aunque extraña paz de las colonias, estimulará la natural curiosidad de Paul, comprometido desde niño con el ideal de vencer a la muerte. Me gustó mucho la parte en la que el protagonista explica cómo decidió ser médico. Contemplaba, junto a su padre, un mural con el manido tema de «danza de la Muerte», en el que un corro de esqueletos intercalados con personas identificables por sus ropajes bailaban. Todos ellos tocados por la Muerte, excepto uno, como le indica su progenitor.

«En el lugar que señalaba mi padre yo veía una figura flanqueada no por dos esqueletos, sino por un hombre y una mujer. Era el único ser humano participante en la danza al que no tocaba la Muerte. “¿Sabes quién es?”, me preguntó mi padre. Yo no tenía ni idea. “Es el médico. Únicamente el médico es capaz de persuadir a la Muerte de que se vaya y regrese otro día; únicamente el médico posee ese poder”. A partir de aquel momento quedó sellado mi destino».

Destino que, decíamos, le lleva al Caribe. En este primer momento parece que estamos ante una novela costumbrista, muy bien narrada y contextualizada, humanista incluso. Hasta que el racional y docto protagonista se encuentra con la realidad del vudú, la magia o espiritualidad caribeña que desafía todas las reglas de lo científico, de lo razonable.

Empiezan aquí las partes de fantasía y terror en esta novela, por otra parte difícil de etiquetar en un género concreto, y la evolución de Paul en dos naturalezas con un solo objetivo, el objetivo primario de vencer a la Muerte. El camino de la razón unido al de la creencia, y a la vez en permanente conflicto. Una dicotomía desarrollada con maestría y elegancia narrativa por el autor. Paul Clément toma ciertos rasgos del clásico mad doctor en los siguientes capítulos. Vuelve a Francia, continúa con su trabajo como médico y comienza a realizar experimentos de reanimación a base de electricidad. Por supuesto, y como hemos leído alguna cosilla de terror, recordamos a Frankenstein, Herbert West y otros científicos más o menos chiflados que traen de vuelta a los muertos, convertidos en monstruos ansiosos de devorar nuestro cerebro como un político en campaña, aunque no tan inhumanos.

Sin embargo, la exploración de Clément, pausada en el ritmo, elegante en la narrativa, intercalada con escenas de su vida cotidiana y por tanto muy natural, atravesará una frontera diferente cuando aplica sobre sí mismo el método investigado.

En una transición sin excesos ni sobrecargas típicas de la mediocre narrativa de terror, y no negaré que yo mismo caigo en ellas a veces, nuestro protagonista atravesará la frontera de la muerte, de lo racional, para visitar el mismísimo infierno. Esta parte es una delicia narrativa, un ejercicio de equilibrio bien resuelto que hace más creíble la experiencia gracias a la capacidad de observación de Clément, a su estilo natural y cercano. Aun imbuido por el horror y siendo capaz de transmitir los sentimientos, los miedos, la desesperación provocados por la situación, es capaz de hacerlo sin exagerar ni cargas las tintas, y en gran medida su descripción del infierno es tan cercana como las que hace de las calles de París o los territorios caribeños.

Por supuesto, el regreso del otro mundo rompe en gran medida al personaje. Como ya es tradicional en estas situaciones, uno no vuelve de la muerte igual que se ha ido. La pata del mono y otras historias con la misma base ya nos lo advertían. ¿Se ha transformado Clément en un monstruo sin alma?

La respuesta es que no. Lo que ha traído consigo es un demonio, un demonio tan ansioso por vivir y hacer el mal como él lo está por ayudar a los demás y curar a los enfermos. Así, la dualidad inicial del personaje se multiplica y se dispara. La lucha interna, las relaciones personales, su conocimiento de la medicina… todo su mundo se verá afectado y transformado, por supuesto a peor. En esta parte de la novela acompañamos a un monstruo consciente de que lo es, o al menos está convirtiéndose en ello. En algunos momentos lo acepta, en otros lo combate y en otros incluso lo disfruta, siempre con una sinceridad ante sí mismo y ante el lector que convierte cada capítulo en un disfrute. Es dicha sinceridad lo que más me ha gustado de la historia, y creo que el desarrollo de un personaje así, usando además la primera persona, es un acierto y un mérito al alcance de pocos autores.

No soy dado a desvelar demasiados detalles de la trama ni creo que una reseña deba hacerlo, por lo que no os contaré cómo evoluciona la historia ni qué ocurre a partir de aquí. Porque lo bueno está por llegar. Así que me limito a recomendaros esta novela por su solidez narrativa, por su argumento, original dentro de los tropos comunes, por su corrección de estilo y forma y por todo lo que le sucederá a nuestro amigo Paul a partir de aquí.