Título: La capacidad de amar del señor Königsberg
Autor: Juan Jacinto Muñoz-Rengel
Editorial: AdN Alianza de Novelas
Nº de páginas: 208
Género: Ciencia ficción, humor, surrealismo
Precio: 17,50€ / 9,99€ (digital)
Era el primero en cruzar la puerta de entrada cada mañana. El primero en sentarse en su puesto, que siempre resplandecía pulcro e impoluto. Nadie se distraía menos durante el horario laboral; no fumaba, no era usuario de nuevas tecnologías que pudieran inducirlo a perder el tiempo por el cual le estaban pagando, nunca iba al servicio de caballeros más de lo estrictamente necesario. Ningún otro trabajador se esforzaba tanto en leer más rápido, escribir más rápido, sacar más partido a cada minuto para beneficiar a la empresa. Era quien realizaba más horas extras, y nunca las reclamaba. Dedicaba cada instante de su vida —también aquellos en los que se alimentaba, descansaba y recuperaba fuerzas— a dar lo mejor de sí mismo y a aspirar al máximo desempeño de sus funciones. Pero el señor Königsberg no amaba su trabajo.
La literatura contemporánea distribuida a gran nivel necesita, creo, ángulos displicentes para con el lector. No deberíamos conformarmos con tramas planas y trilladas, con prosas que uno puede llegar a adivinar con páginas de antelación. Hoy más que nunca, me parece fundamental que los creadores de historias hurguen en su interior con ahínco para encontrar nuevas maneras, distintos enfoques, realidades originales. Suele decirse que todo está ya contado, y es posible que así sea, pero es la forma en que se nos presentan las historias donde la sorpresa aún ha de tener cabida. Realmondando conceptos que pueden resultarnos familiares, Juan Jacinto Muñoz-Rengel cabalga continuamente en esa sorpresa en las páginas de su nueva obra, La capacidad de amar del señor Königsberg.
La novela sigue a Paul Königsberg, inmutable oficinista que hace de la realidad su particular mapa cuadriculado y específicamente delimitado. Este hombre vive instalado en una rutina diseñada al milímetro, sin dejar que ningún contratiempo altere sus horarios de trabajo, su metodología o sus costumbres. Durante su tiempo libre, este hombre de férreos principios mantiene un similar comportamiento, y los fines de semana no puede dejar de acudir al muelle a contar embarcaciones, dar de comer a los patos del lago o dedicarse a tejer cualquier tipo de prenda. Todo debería cambiar cuando una extraña raza alienígena invade el planeta. Pero, ¿de verdad cambia algo?
La capacidad de amar del señor Königsberg destaca por varios aspectos. El primero es, sin duda, su personaje principal. El señor Königsberg es un ser humano irreconocible, más cercano a la figura de un androide programado que a la un ser sintiente. Sin embargo, el lector no puede dejar de encariñarse con él, apiadarse de su patetismo y admirarse de su constancia. Es un personaje monumental, profundamente literario, de los que últimamente escasean.
El segundo punto importante es el modo en que Muñoz-Rengel convierte lo rutinario en lo verdaderamente importante. Pocas veces disfrutamos de una contraposición tal de los hechos más anodinos —la preparación del puesto de trabajo, la limpieza de una tostadora, la manera de limpiar unas gafas— con otros eventos que, en otro tipo de obra, serían los puntales de la narración —desaparición de personas, invasión extraterrestre, postapocalipsis—. El foco siempre está puesto en el mismo sitio: la obnubilada manera de ver el mundo del señor Königsberg. Esto nos da un contraste que ya de por sí resulta novedoso.
La novela está recurrida por un singular sentido del humor, que por momentos parece tan alienígena como los personajes (tanto extraterrestres como humanos) que pululan por la obra. En este aspecto, encontramos cierto apego hacia esa imposible comunicación entre seres tan distintos a la que siempre aludía Stanislaw Lem. Quizá esa comicidad a la que antes hacía referencia también venga influenciada por el checo.
Pese a tal componente sarcástico, estamos ante una de esas obras que hacen norma del constante cambio de tercio, intercalando y amalgamando tanto géneros como tonos. De lo cómico pasamos a lo sombrío, de lo aséptico pasamos a lo personal. Y, sorprendentemente, del pulp más descacharrante pasamos al sentimiento romántico. Eso no lo esperábais, ¿eh?
Ahí radica buena parte del éxito del constructo ideado por Muñoz-Rengel: la sorpresa. Los capítulos son breves, y en ningún momento puede uno adivinar lo que vendrá a continuación, pues cada vez que nos hacemos una composición de lugar, viene el viejo y pícaro demiurgo para desbaratar nuestros planes con aire juguetón y desafiante. Pero hay más, mucho más. Es una delicia observar cómo desfilan los diferentes cambios temporales, a veces basados en un simple objeto como catalizador y motivo del salto. Y contemplar las pequeñas variaciones en el espíritu del señor Königsberg como quien observa las mínimas transformaciones en una planta, segundo a segundo, minuto a minuto, vida a vida.
Con esa mirada, me parece intuir algunas veladas (muy veladas) críticas irónicas a ciertos tropos de la narrativa popular, que aquí se metamorfosean en figuras delirantes que es mejor no desvelar. Solo diré que la novela, en su parquedad, se pliega y despliega para admitir ecos de Richard Matheson, de Cormac McCarthy y hasta del mismísimo Lovecraft. En esos parámetros, entre otros muchos, nos movemos.
Pero también hay un importante poso metaliterario. Me parece adivinar algunos toques autobiográficos en la novela. La aparición de una niña en un momento dado es una pista del proceso de gestación de la obra, y puede abrir un nuevo plano en la lectura. ¿Nos está contando Muñoz-Rengel pasajes de su vida? ¿Es toda la novela una mixtura de distintos momentos que ha atravesado el autor? Si nos vamos a esta interpretación, la continua irrupción de elementos a priori discordantes puede cobrar un sentido mucho más cimentado.
En fin, resulta imposible no coger cariño al señor Königsberg a medida que asistimos a sus evoluciones y revelaciones. Su manera de enfrentarse al mundo no cambia demasiado, al menos en apariencia, pero Juan Jacinto Muñoz-Rengel nos devuelve la jugada para hacer que seamos nosotros los que cambiemos y que nuestra percepción se amolde a lo que quiere.
Novela que quiebra, que choca, que reta. Sus cambios de tono y de decorado suponen tanto un muro como una promesa. Porque, del mismo modo que los lectores buscan una literatura acorde a sus gustos, la literatura tiene todo el derecho de buscar a sus lectores. La capacidad de amar del señor Königsberg te está buscando. ¿Estás dispuesto a ser encontrado?
José Luis Pascual
Administrador