Timothy Walter Burton (California, 1958) es un director de cine, productor, dibujante y guionista estadounidense muy conocido en el panorama internacional. Su identificable estilo lo llevó a dirigir películas de su autoría apoyado por grandes productoras y también a dirigir encargos de dudosa calidad. Hoy vamos a hacer un recorrido por la carrera de este curioso cineasta, y a observar el declive de la misma.
Antes de comenzar con su filmografía hay que dejar claro que Tim Burton como director puede gustar más o menos —más menos que más, me parece—, pero como creador de universos con sus propias reglas en los que imprime su sello de autor, su capacidad es intachable. Su estilo es la mezcla perfecta entre un niño gótico con traumas, un director de arte de cine del Expresionismo alemán y un guionista de serie B. Y hay que reconocer que es una mezcla del todo atractiva en según qué películas y según la edad. Dicho esto, comencemos.
La infancia de Burton se caracteriza por tres cosas que lo marcarían para siempre: dibujar, ver películas por televisión y jugar solo en un cementerio que había cerca de su casa. Otros de sus pasatiempos eran recrear junto a su hermano pequeño delitos famosos o asustar a los demás niños del vecindario. Admitió más tarde en entrevistas que las películas que más disfrutaba eran las de monstruos de la Hammer Productions, las de serie B y las adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe por el director Roger Corman. De hecho, el ídolo de la infancia de Burton era Vincent Price, mítico actor que trabajó mucho con Corman.
Sus primeros trabajos fueron en 1971. Tres cortometrajes que hizo en su adolescencia, entre los que destacan dos: Houdini: The Untold Story y The Island of Doctor Agor, este último de animación. Pronto, el joven Tim se enamoró de la técnica del stop-motion al ver la cinta Jasón y los argonautas (Don Chaffey, 1963); esta técnica tan famosa la utilizaría más tarde en muchas de sus cintas. De hecho, gracias a ella conseguiría su primer gran trabajo en la industria.
En 1976 comenzó a estudiar en el Instituto de Arte de California y para 1979 hizo otros tres cortos más. Destacan, nuevamente, dos: Doctor of Doom, donde ya se nota la influencia del Expresionismo alemán y del cine de serie B, un corto oscuro y, a su manera, espeluznante; y Stalk of the Celery Monster, corto de animación que le abrió las puertas de los estudios Disney. Allí su primer trabajo fue el de aprendiz de animación en los bocetos de la cinta Tod y Toby (1981). Fuera de Disney, Burton continuó con sus ideas originales que no tenían cabida en la empresa. Así, hizo dos cortometrajes clave en 1982: Lau, donde un tono más colorido e histriónico se abrió paso entre lo tenebroso; y Vincent, un fantástico corto en stop-motion donde ya se deja ver la marca “Burtoniana” en todo su esplendor. Además, contó con la voz de su ídolo Vincent Price como narrador.
Vincent, junto a otro corto que hizo en 1984 llamado Frankenweenie, le dieron el reconocimiento y la seguridad para ponerse al mando de una producción de la Warner: La gran aventura de Pee-Wee (1985), su primer largometraje, donde Burton despliega sus alas con una aventura de lo más infantil, colorida e irreverente, como intentó hacer previamente con Lau. Un dato importante es que gracias a este proyecto conoció a Danny Elfman, músico que en ese momento venía de un grupo de pop-rock setentero llamado Oingo Boingo, y que acompañaría a Burton en sus más importantes proyectos.
Fotograma de Jasón y los argonautas y póster del cortometraje Vincent.
Tras este primer gran paso, dio el siguiente más grande aún, poniéndose frente al proyecto Beetlejuice (1988) con Geena Davis, Winona Ryder y Michael Keaton a la cabeza, música de Danny Elfman y un estilo que se mueve entre lo tétrico, lo cómico y lo cutre que convenció a la Warner para ofrecerle la adaptación de Batman (1989) a la gran pantalla. Su primer gran, gran éxito fue este, donde gracias a ciertas libertades creativas que la productora le otorgó pudo darle un tono más oscuro al colorido Batman de los años 60. Además, con Michael Keaton, Jack Nicholson y Kim Basinger en cartel. Batman fue toda una sensación y le aseguró un puesto en la segunda parte aún más oscura: Batman Returns (1992), con Michael Keaton, Danny DeVito, Michelle Pfeiffer y Christopher Walken.
Pero antes de la secuela de Batman, Burton dirigió la primera película escrita por él (pero sobre todo por Caroline Thompson): Eduardo Manostijeras (1990), con unos jóvenes Johnny Depp (inseparable del director desde entonces) y Winona Ryder. Una mezcla melancólica y graciosa entre la crítica social, el reflejo de los traumas infantiles y la ternura que esconde lo gótico, que ya demostraba algo que perseguiría al director estadounidense para siempre, y es que como creador bien, pero como director… regular. Y es que la película destaca en todo excepto en el apartado de dirección. Aún así, fue todo un éxito.
Tras otro exitazo que resultó ser la escalofriante Batman Returns, la Warner relegó a Burton a labores de productor para las siguientes entregas del murciélago debido a que resultaban películas demasiado oscuras para el público infantil. Por ello, mientras estaba siendo despedido de la Warner como director, produjo con Touchstone Pictures Pesadilla antes de Navidad (1993), una historia de su invención que dirigió Henry Selick y que hizo historia. Y para el año siguiente dirigió la que para muchos —y me incluyo— es su mejor película: Ed Wood (1994). Una excéntrica y fantástica película que es un homenaje al que es declaradamente el peor director de cine de la historia, Ed Wood. Una película imprescindible para amantes del cine. Pero, a partir de aquí, todo fue una montaña rusa de calidad.
Mars Attacks! (1996) resultó ser un error millonario, aunque realmente la película no es tan mala —es serie B con estrellas de Hollywood—, de hecho es divertida. No obstante, se dio de bruces con la crítica y el público. Sleepy Hollow (1999) gustó mucho más, el romanticismo de su estética descubría a un nuevo Burton, un Burton capaz de hacerse cargo de una gran producción “palomitera” con un estilo oscuro. Cosa que ya había demostrado con Batman, pero que en esta ocasión jugaba con las técnicas más cómodas y modernas. Después, en el 2001 se puso a los mandos de una gran producción que también fue un fracaso: el remake de El planeta de los simios. El estilo de Burton no casaba con la historia ya conocida por el gran público.
Finalmente, tras tanto ir y venir de calidad, donde cada vez dejaba más claro que flojeaba en el apartado puramente cinematográfico, se marcó tres éxitos seguidos y la industria volvió a creer en él: Big Fish (2003), para muchos también su mejor cinta, totalmente despegada de su línea autoral, dramática y familiar; Charlie y la fábrica de chocolate (2005), remake de la adaptación de la obra de Roald Dahl que se ha convertido en clásico moderno para muchos; y La novia cadáver (2005), película con la que Burton se quitaba la espinita de no haber podido dirigir Pesadilla antes de Navidad. Curiosamente, estas últimas tres cintas están bastante bien dirigidas para lo que se podía esperar del cineasta.
Después hizo su primer musical, Sweeney Todd (2007), que no fue tan exitazo como las tres anteriores, pero que mantuvo el nivel de calidad marcado por estas. Romanticismo, tenebrismo y buenas intenciones hicieron de este un buen musical. Pero entonces volvieron a él la Disney y la Warner, dándole millonadas para hacer películas mucho más coloridas y familiares, donde su característico estilo se vio remplazado por una vaciedad autoral inimaginable.
Tim Burton en el rodaje de Pesadilla antes de Navidad
Alicia en el país de las maravillas (2010), Frankenweennie (2012), Sombras tenebrosas (2012), El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (2016) y Dumbo (2019), son el reflejo de la decadencia del cine de este director. Entre remakes de clásicos de Disney e intentos de retomar la originalidad que lo caracterizaba en los 80 y 90, Burton sacó Big Eyes (2014), un drama de historia real que pretendía ser Big Fish pero que se quedó un poco en tierra de nadie. Aún así, la intención fue bien recibida.
Después de este intenso repaso, tan solo podemos esperar los siguientes proyectos del incansable Tim Burton con los dedos cruzados y rezándole a un dios que no existe porque sean buenos. Mientras tanto nos quedan los clásicos que nos ha ido dejando a lo largo de su carrera. Una carrera valiente y fuera de la línea, que aunque se tuerza hacia el final, siempre está bien recordar.
Aarón Wong
Redactor