HECATOMBE. Así, en mayúsculas, tal como aparece en uno de los poemas de EdenfobiA. Eso es lo que transmiten las ideas, los conceptos, las imágenes con que Daniel Aragonés nos ametralla inmisericorde. Un grito ensordecedor en contra de una sociedad que ve próxima su demolición y es incapaz de hacer nada para cambiarlo. Un salto para sobrevolar el sistema capitalista reinante y aterrizar en la soledad de las pequeñas cosas, las únicas capaces de salvarnos. Un desastre incipiente que se anuncia con las aguas retirándose de la orilla. ¿Puedes verlo?

Es curiosa la relación con Metástasis de Francisco Santos Muñoz Rico, poemario que sirvió de inspiración a Aragonés y del que rescata la figura de las esferas como una idea ajena a nosotros, un catalizador del fin que se manifiesta con silueta cuasi alienígena. Ambos libros se retroalimentan para conformar un díptico de asoladoras intenciones.

Y luego el silencio frío.

Trozos de carne pútrida

que se hunden en una tierra

que jamás fue suya.

Hay un concepto especialmente poderoso en EdenfobiA, una imagen que se nos revela como un hallazgo: el sucio amanecer como agente destructor de la creatividad, del dolor que nos lleva a escribir, de la calma oscura que nos asienta. Aragonés contrapone el canon lumínico con cosas como la bomba nápalm o un jardín sin color, al mismo tiempo que establece el tránsito de los días como una pena condenatoria. Es la canción de los descastados, los únicos capaces de rescatar la belleza de lo fútil, los únicos capaces de abrazar lo incierto del momento presente sin detenerse a mirar hacia el futuro.

Y la noche da paso

al pútrido día,

entonces todo

pierde el sentido…

Un evidente pesimismo invade las páginas de este libro. Parece la única manera cuerda de enfrentarse al mundo actual, tan proclive al abismo. Esto nos lleva a la depresión, siempre amenazando con aparecer campando a sus anchas como el verdadero jinete apocalíptico. EdenfobiA está repleta de caminos descendentes que son descritos mediante la mera observación de la realidad. Puede ser triste, pero el propio poemario se encarga de alertarnos y de guardarse un resquicio a la esperanza en el postrero poema. Ese antivirus puede salvarnos la vida, no hay duda.

Estamos ante una declaración autoral de intenciones, o tal vez simplemente un vehículo que ayuda a recorrer el mundo y mirarlo sin filtros de colores ni retoques edulcorantes. Vivimos inmersos en una HECATOMBE, así, en mayúsculas; somos las cucarachas que sobreviven al holocausto nuclear, míseras larvas sin conciencia ni piso firme. Este libro insta a abrir los ojos, aunque entonces ardan.