Llevo un verano intenso, como intensos están siendo los últimos años de mi vida. Demasiadas cosas para gestar en vientre dañado, muchas pesadillas convertidas en realidades tangibles han golpeado las paredes de unos sueños que nunca fueron demasiado ambiciosos, y pasan por poder disfrutar de mis hijos, poder escribir unas cuantas letras, poder caminar esta senda bifurcada y tortuosa a la que algunos le pusieron el sustantivo de vida.
En este verano intenso tras intenso invierno he tenido la buena suerte de acabar con mis cuatro muebles y mis mudanzas recurrentes en un diminuto apartamento que tiene piscina comunitaria, algo inédito en mis cuarenta y un julios de calor insufrible por tierras murcianas. Y en esas andaba yo, remojando mi osamenta curvada por el paso de los años y los daños, cuando asistí de forma involuntaria a una conversación entre un grupo de muchachos, rondantes y rondados ellos la adolescencia, que tenía lugar a escasos metros del lugar en el que yo jugaba torpemente a ser sirena sin cola en aguas dulces de estar por casa.
«Pues yo llamaría a la otra, que es más fea, pero se deja follar más fácil».
«Eh, pero luego no me vayas a joder, si te la quieres follar tú te la follas después de mí, no me jodas».
«¡Pues para esa llamar a la (…), que termina chupándosela a todos! ¡Y no hay que verle la cara!»
«¿Y tú por qué no dices nada? ¡Ah, porque se ve que eres maricón, eh! ¡Maricón de mierda!»
Poneos en contexto. En situación. En ese momento yo me encontraba sola con mi pareja, pero es una piscina familiar, comunitaria. Llevo a mis hijos cada vez que puedo, acuden familias enteras. Me sentí violentada. Como mujer, como madre, sentí que cada palabra era una patada en las tripas, una hostia de las que no te ves venir, como cuando te quedas mirando una gilipollez por la calle y acude a tu encuentro la farola. Terminó por darme una reacción física: literalmente, la conversación de aquel grupo de mal llamados hombres me provocó arcadas. Arcadas en la piel. En la mente. En la carne.
Hay quien dirá que es una exageración. Son solo críos, son solo palabras. Qué mas da lo que diga, probablemente exageran, hay que ver qué piel más finita. Feminazi, pensarán otros, con media sonrisa hipócrita surcando una boca que probablemente también suelte alguna que otra barbaridad de ese calibre. Lo cierto es que resulta un problema grave. Lo cierto es que resulta una lacra. La falta de respeto hacia otro ser humano, hacia la mujer, nunca es justificable, pero termina siendo un auténtico dislate a edades tan jóvenes. Me lleva a pensar qué clase de comentarios escucharán esas criaturas en casa. Quién o cómo habrá consentido que se refieran a otra persona con la vil bajeza del que desprecia la condición del otro género, el sentido de todo lo que la mujer representa. Me obliga a preguntarme, entre irascible y atemorizada, qué serán capaces de hacer si consideran a una amiga, a una muchacha, un trozo de carne que solo folla y la chupa. Qué serán capaces de hacer juntos, como una turba de animales hambrientos de una presa a la que desprecian antes de cazarla. Como una jodida manada. Porque no se puede hablar de ellos de otra forma: personajes que se envalentonan cuando están en compañía y se acobardan en el momento en el que se encuentran solos y alguien les planta cara. Y me obliga de nuevo a pensar que, por desgracia, tengo que criar a mis hijos en un mundo así, tengo que seguir recordando que no, mi hija no es libre, no puede confiarse, debe aprender a luchar frente a la ciénaga que la rodea, repleta de cocodrilos que solo tienen hambre, un hambre desmedida.
Tengo un hijo también. Y el temor se acrecienta. Mi deber moral, y el del padre de las criaturas, es educar en la igualdad más absoluta. En el respeto tácito y contundente. En que pueda dormir sobre una almohada de conciencia limpia y corazón orgulloso: no, Juan, no eres más que nadie por el hecho de tener un pene en la entrepierna. No tienes derecho a nada, un no es un no rotundo, tienes la misma condición que tu hermana, que sus amigas, que el resto de féminas que te rodea. No, Juan, las mujeres no sirven para follar y chuparla, las mujeres tenemos un nombre, no somos una cosa, el magreo es acoso, la violación el acto más bajo que puede hacer un ser humano, el piropo nos da asco y tenemos miedo cuando un hombre camina detrás nuestro en una calle solitaria. ¿Lo entiendes, Juan? ¿Lo comprendes, hijo mío? Es responsabilidad mía y del hombre que te concibió hacer de ti una persona con principios. Que comprendas que el amor termina y no pasa nada. Que nadie debe depender emocionalmente de otra persona. Que te pueden dejar en una relación, en una amistad, que pueden decirte que no y, joder, NO PASA ABSOLUTAMENTE NADA. Nadie es emocionalmente propiedad de otra persona, en ningún ámbito, bajo ningún concepto. Nadie es propiedad tuya por mucho que firmes unos papeles, por mucho que quieras y no te quieran, por mucho que consideres que tienes un nombre que se ha utilizado sin la referencia adecuada y el significado concreto: derecho.
Sin embargo, en el caso de tu hermana, la cosa se complica. ¿Cómo aislarla del miedo? ¿Cómo explicarle que es libre para decidir, para elegir, para acostarse y no acostarse con quien quiera en un mundo lleno de putas manadas?
La educación comienza en casa, sí. No, no podemos culpar a las malas compañías de que un muchacho de catorce años viole. No podemos mirar hacia otro lado si escuchamos hablar a nuestros hijos con sus amigos de follarse a la más fea del grupo. No podemos quitarnos de encima la mierda de no haber sabido, o intentado al menos, poner las cosas en su sitio. Explicar. Explicarles que el sistema judicial es una falacia, algo que hemos visto justo mientras comíamos, en una sentencia de la justicia italiana que considera que diez segundos de acoso por parte de un sexagenario a una adolescente no es una agresión porque es muy poco tiempo. Explicarles que una mujer decide acostarse con un hombre y eso no implica que quiera acostarse con el resto de sus amigos. Explicarles que la igualdad, la real, no pasa solo por equiparar derechos, que sí, por equiparar sueldos, que sí, por equiparar niveles, que sí. Pasa por un cambio de mentalidad. Pasa por un respeto absoluto a lo que cada uno es y representa en el mundo. Pasa por saber que la violencia está mal, que el abuso es inconcebible, que la maldad hay que erradicarla como se quita la mala hierba, sin titubeos, de cuajo. Hace poco escuché que una manada de chicos entre catorce y quince años había violado a una niña de doce. Doce años. Violada. Por muchachos. Mi hija tiene diez. Tiemblo. Tiemblo como los juncos apaleados por la incertidumbre del viento.
Así que no, la conversación que escuché el otro día no es algo sin importancia. No compro ese mensaje ni lo haré nunca. No compro la banalidad en cuestión de género: la lacra comienza por restarle importancia. No compro el mensaje de son solo críos: los críos están violando a edades cada vez más tempranas. Fallamos como sociedad, de forma estrepitosa, fallamos cada vez que consentimos que alguien coarte los derechos que todos tenemos, fallamos cuando le fallamos a cada chica violada, a cada mujer maltratada, a cada huérfana y huérfano. Fallamos todos porque no hemos sabido, porque no han sabido nuestros dirigentes, porque no hemos sabido como madres y padres acabar de una vez por todas con el machismo y todo lo que representa. Me desgarraré en gritos mudos y gastaré tinta invisible para seguir diciendo que no, NO ES ALGO SIN IMPORTANCIA.
Joder, chillemos tan alto que la mierda no pueda meterse en nuestras cuerdas vocales y quitarnos nuestra única arma: la palabra.
Seamos todas y todos uno en esto, en esto de lo que depende el futuro de mi hija y mi hijo, de todos los que vendrán después.
Llamemos a los violadores por su nombre, llamemos las violaciones por su nombre, llamemos al machismo por su nombre y basta ya de poner trabas a una libertad que debería ser defendida con las uñas y los dientes de animales salvajes.
Animales por y para la vida.
No jodidos animales hambrientos.
No putas manadas.
Lorena Escobar
Redactora
8 comentarios
BRAVO!!
Yo me considero persona por encima de todo.
Un artículo brutal.
Buenas reflexiones, Lorena. Da miedo pensar en todas las cosas que pueden ocurrir.
Qué artículo más necesario!
Hace que nos juzguemos a nosotros mismos como sociedad. y que sintamos miedo y vergüenza.
Hay tanto que cambiar aún….
El problema es que la psyche humana es más compleja y perversa de lo que parece.
No vengo a justificar nada, ni a echar tierra en estas reflexiones, que, por otro lado, están muy adscritas al pensamiento hegemónico.
2 apuntes:
-La fantasía de violación es una de las más extendidas en las mujeres, te lo puede corroborar cualquier psicoanalista. Hablamos de puesta en escena, de fantasmagorías, pero, es innegable que la perversidad también reside ahí.
-La hibristofilia también está extendida en el mundo femenino de parafilias; no sé como podría tratarse a la hora de “educar en igualdad”. A muchas mujeres les gusta el malote del insti, el mafioso o el macho alfa; es un tema evolutivo. Lo que está claro es que las mujeres que se acercan al fuego, tienen más boletos para quemarse.
En fin, hay mucha literatura al respecto; los recovecos de la psyche humana son muy oscuros; y los niños no son ángeles caídos del cielo. En la película “La caza” (Thomas Vinterberg, 2012) se muestra bien la falsa inocencia de la niñez y el potencial daño que puede causar.
No estoy de acuerdo con el comentario de Andy.
Primero: la autora no habla de las fantasías sexuales de las mujeres. Habla de un grupo de energúmenos planeando tener sexo con unas u otras chicas sin importarles quienes son, cómo son, y mucho menos lo que desean o su opinión.
Segundo: todos tenemos fantasías sexuales. Pero eso no quiere decir que queramos realmente cumplirlas. Por ejemplo, por mucho que una chica pueda fantasear con ser seducida por el malote de la clase, eso no quiere decir que desee que él (o él y sus amigos), la violen.
Tercero: decir “Lo que está claro es que las mujeres que se acercan al fuego, tienen más boletos para quemarse.” me parece muy parecido a justificar algo brutal. Igual soy yo que no sé leer entre líneas.
Cuarto: “La caza” (Thomas Vinterberg, 2012) es una película maravillosa. Pero igual no vimos la misma versión. Yo no detecté perversidad en esa niña. Detecté estupidez, intolerancia, veneno, histeria colectiva… pero todo en los adultos. La niña es llevada a una situación que no desea en ningún momento y que tampoco sabe manejar.
Quinto: Ojalá lo que defiende la autora (y supongo que también la web), fuese realmente el pensamiento hegemónico.
No es posible construir un mundo mejor si excusamos estas actitudes en base a nuestros instintos animales.
@David
Hablar de manadas es de lo más común desde el altercado mediatizado de Pamplona, los energúmenos Guardia Civiles y andaluces; lo tenían todo para ser condenados de antemano, que por cierto, tampoco ayuda a “construir un mundo mejor” el hecho de condenar socialmente a sujetos antes de ser condenados judicialmente: del Populismo Punitivo a la quema de brujas la línea es recta.
Primero: la autora saca de contexto una conversación anecdótica de su experiencia personal para generalizar al respecto; la histeria colectiva y el miedo han hecho mucho daño al respecto; la simple idea de que todo varón es un maltratador en potencia, un violento o un “terrorista machista”. Hay mucho dinero público que se dilapida infundiendo estas ideas, incluso todo un Ministerio dedicado al pregoneo tóxico de este tipo.
Segundo: yo no he dicho que las fantasías sexuales dejen de serlo, simplemente digo que también existe perversidad en ellas.
Tercero: a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Cuarto: la niña de “La caza” sabe mucho más de lo que parece, de ahí la “falsa inocencia”; y coincido con usted, en lo de “estupidez, intolerancia, veneno, histeria colectiva”, que es, por otro lado, lo que le he referenciado arriba con el Populismo Punitivo y la caza de brujas.
Quinto: el pensamiento hegemónico puede llegar a convertirse en Pensamiento Único; quizá a muchos les recuerde a otra genial obra de ficción: “1984” (George Orwell, 1949).
Un saludo.
Gran reflexión.
Aunque todos hemos dicho gilipolleces de adolescentes (tanto nosotros como ellas) al punto al que llegan algunos es deplorable. Pero más que lo que digan unos adolescentes me preocupa lo que hagan y sin duda con eso tenemos un problema enorme como sociedad. Cada vez los jóvenes se respetan menos los unos a los otros o las opiniones ajenas y esto no es una cuestión de género, ocurre en ambos.
Tampoco ayuda para nada la ley del menor. No podemos tener violadores reincidentes sueltos porque no tienen la edad para ser juzgados. Lo siento pero alguien así no debe estar suelto con el resto de la gente, independientemente de que que tenga 12 años.
O aprendemos a afrontar los problemas con rapidez, o al ritmo al que cambia la sociedad en una década esto es el salvaje oeste.
Respecto a los comentarios de Andy…
Sin conocerlo, apostaría lo que fuese a que no es padre de ninguna hija adolescente. Porque si tuviera la mala suerte de que le pasara algo como lo que se comenta anteriormente, por otra parte más corriente en los tiempos actuales que hace varias décadas, cuando nosotros éramos jóvenes…¿seguiría manteniendo el mismo discurso?