La sangre tiene algo de atractivo. Tal vez sea lo fluida que es, como agua de río, fresca y revitalizante. Quizás sea lo pegajoso de la misma, recordándonos a nuestros fluidos más íntimos, despertando una parte dentro de nosotros tan sexual como animal. Quizás sea ese carmesí brillante que la tiñe, que nos recuerda al fuego, a ese ardor que nos mueve, a ese regalo que Prometeo nos hizo para avanzásemos, a ese motor de toda cosa en este universo cambiante que Heráclito defendía.
No sé qué es, de veras que no lo sé, pero la sangre es atractiva. Puede llegar a ser terrorífica, sí, pero ¿no la hace eso aún más atractiva? Nuestro imaginario colectivo está plagado de ese tipo de cosas. Los vampiros, sin ir más lejos. Lo delicioso de la sangre, su fuerte componente afrodisíaco. Desde Las novias de Drácula, pasando por la misma obra de Stoker, los vampiros han ido mostrándose cada vez más como seres sexuales, olvidado queda ya el deforme sufridor del Nosferatu de Murnau. La sangre siempre los acompaña y suele ser su versión de un acto sexual. El Beso, como lo llaman en Vampiro: La Mascarada. Algo profundo e inexplicable, un placer que atraviesa toda frontera. Porque, si el hambre de un vampiro no puede entenderse, entonces su satisfacción al beberla tampoco. Y el sexo vuelve a entrar en acción.
¿Qué estaríais dispuestos a dar por placer?
Eso es lo que Clive Barker quiere responder. Aunque, ya os advierto, las respuestas son profundamente desagradables.
En las colinas, las ciudades, relato de Clive Barker. Ilustración por Angel Luis Colón
Clive Barker es un autor inglés de lo más polifacético: novelista, director de cine, desarrollador de videojuegos… Ha trabajado en cuanto ha podido y siempre con un estilo muy marcado que le ha granjeado halagos de personalidades de la talla de Stephen King. Y ese estilo fácilmente puede resumirse en aquella frase que él dijo una vez de «Lo sagrado de un hombre es el fetiche de otro». Y es que esta frase es terrorífica y atrayente en muchos sentidos, y vamos a ir desglosándolos por aquí.
Para Barker, lo que mueve a los personajes, por encima de todo, es el placer, esa sensación fútil que buscan estirar y beber de ella como la fuente de la eterna juventud. Y aquí podría hablaros de Hellraiser y quedarme tan tranquilo pero, como esa os la conocéis todos, voy a hablaros de El juego de las maldiciones. Esta novela es la primera obra de Barker, que ya demuestra la calidad superior de este autor. La premisa principal es la de un hombre misterioso que ofrece partidas a las cartas y, si pierdes, pierdes algo más que dinero. Nuestro pragmático protagonista se harta a buscarlo. ¿Por qué nadie querría buscar una muerte segura, cuando no algo peor? Mamoulian, como así se llama el misterioso jugador, no ha perdido una partida y ha causado la muerte de más de un desgraciado, cuando no cosas peores. Yo os diré por qué lo busca y por qué, cuantas más cosas escabrosas escucha, más lo necesita encontrar: la recompensa. Es el pensar qué hacer si le gana, es el pensar en ese placer tan abstracto. Es algo mucho más profundo que el dinero, que cualquier tipo de posesión material.
Bueno, quizás, si lo dejo aquí, os pareceré un flipado pretencioso, así que vamos a ahondar un poco más, ¿de acuerdo? El concepto del placer y dolor (casi y indivisibles como dirían los cenobitas) queda presente en el personaje de Brer, el cual se suicida pero Mamoulian lo devuelve a la vida al poco para que le sirva una última vez. Brer se está pudriendo en vida, no es más que un cadáver reanimado al fin y al cabo. No obstante, en esa progresiva descomposición no encuentra pánico, sino fascinación. Encuentra algo increíble, como si no fuese su propio cuerpo. Hay algo desagradable, sí, pero no que él pueda sentir, más un impulso psicológico que físico. De hecho, esa misma poca importancia sobre su propio ser le acaba granjeando el final de su arco de personaje, que no os voy a contar, obviamente. Y eso sin hablar de la orgía, por ejemplo, una de las escenas más depravadas e incómodas del libro. O el que la novia de nuestro otro protagonista sea prostituta y se acueste con su proxeneta y que este sea también una especie de medio amigo del protagonista y todo el mundo lo vea como la cosa más normal del mundo a pesar de lo retorcido de como lo presenta Barker, o que la hija del rico excéntrico sea una especie de ángel de pureza y drogadicta todo al mismo tiempo. Placer por encima de todo, ¿os dais cuenta? Y aquí viene lo que hace que Barker destaque sobre el resto.
Es placer por encima del placer.
Mamoulian, el último europeo. Ilustrado por Rowan Woodcock
A todos nos gusta sentir placer, ¿verdad? A todos nos gusta comer ese plato que nos resulta delicioso, tener un orgasmo de esos que te hacen gritar, leer un libro de esos en los que no puedes parar de pasar páginas. A todos nos encanta. No obstante, Barker pone el placer de sus personajes en un grado tan inmenso que se come al resto de cualidades y los vuelve unos miserables. Mamoulian podría tener lo que quisiera con quien quisiera, pero el sexo le asquea, es una especie de viejo asexual deprimido cuyos males en la vida vienen provocados por esos placeres que, directa o indirectamente, él mismo ofrece para, en principio, benefício propio. Porque la escena antes mencionada de la orgía es de todo menos divertida, es desagradable, es tosca y terrible, e insidiosa y hambrienta.
Aquí, de nuevo, podría hablaros de Hellraiser. Al fin y al cabo, las horribles circunstancias a las que Frank, de modo completamente voluntario, se somete en su desesperada búsqueda de placer son más que suficientes para entender esa idea del placer sin placer, del placer por encima del placer. No obstante, esa os la veríais venir y yo necesito que leáis un rato más para que José Luis me dé un par de cabezas de pescado esta semana, así que vamos a hablar de Demonio de libro. Esta novela, aparte de una maravillosa historia para la cual la cuarta pared es cosa de otros, también se trata de una obra muy inteligente sobre estos conceptos que os he comentado. Nuestro protagonista, el demonio Jakabok, es un pobre desgraciado que trata de ser algo feliz en este mundo oscuro. Trata de ser el más terrible de los demonios, lo que le causa palizas de su padre, trata de besar a la chica de la que se enamora de forma un tanto inocente, lo que causa que casi lo maten,…. es sucesivo, cada acción peor que la anterior. Tal vez no sea el mejor ejemplo dado que, con todo lo pérfido y malicioso que tiene, Jakabok es probablemente el personaje más puro de ninguna obra de Barker. No obstante, presenta bien esa búsqueda del placer continuo como algo maldito y desagradecido.
Jakabok Boch, por AtralWolf9
Y ahora voy a desbarrar un poco. Si sois avispados, cosa que sin duda sois, todo esto que os estoy contando os sonará de algo. El placer como mal, el placer como algo terrible que se come al resto. Quizás dicho así no, pero si os hablo del placer como pecado la cosa cobra otro cariz, ¿verdad? Clive Barker es homosexual, y no siempre le ha sido fácil admitirlo, o más bien admitirse. Está muy claro, en sus primeras novelas y relatos sobre todo, que Barker se detestaba profundamente. Una sociedad intolerante, estigmas religiosos y demás fanfarrias que no vienen a cuento, el caso es que el pobre hombre no estaba nada bien. Y eso se nota mucho en su obra. El terror es exorcizar el miedo del autor porque, si este no se aterroriza, el lector tampoco. Es un acto pasional y Barker lo tiñe de autodesprecio y de una mezcolanza de miedo y asco a sí mismo. Un placer estigmatizado que va más allá de cualquier cosa, esa mil veces maldita manzana del edén que no puede resistir porque, joder, está deliciosa. Y sabes que la condenación merecerá pena.
A día de hoy, Barker ya es un hombre de una cierta edad que ha separado, al menos en gran medida, todos estos problemas, cosa que no hace sino sacarme un sonrisilla. Sin embargo, también sirve para reforzar mi punto, dado que el material de Barker da cada vez menos miedo. No me malinterpretéis, sigue siendo un escritor excelente, escabroso y brutal como pocos y en ningún momento se me ocurriría afirmar que se ha vuelto peor, pero sí menos macabro. Ese fuero interno de tormentas sanguinolentas que alimentaba su corazón está mayormente apagado y ya no es capaz de empatizar con lo despreciable y miserable de sus personajes.
A Barker se le conoce como un escritor que gusta de añadir sangre y vísceras a sus obras, y es verdad, pero su terror va más allá. Su terror, como todo el buen horror, trata sobre algo que en el fondo todos somos o pensamos, algo más subversivo. Es eso que queremos y no podemos conseguir. Es eso que queremos y que sí podemos conseguir. Son sus consecuencias. Son todos los argumentos que ignoramos y cómo nos lanzamos a nuestros demonios mismos.
Es el placer.
Es el dolor.
Casi indivisibles.
2 comentarios
En la figura de Mamoulian me inspiré para crear mi Boubon en Juego de sueños, es un personaje tan grandioso como el Randall Flagg de sai King. Es verdad que se asocia, ingenua y tontamente, a Clive Barker con sangre y entrañas a tutiplén, pero una vez que conoces su obra completa, te das cuenta de que ya desde el principio era mucho más, y apenas si se habla de su parte puramente fantástica, tolkieniana, en fin. Es uno de los problemas de las etiquetas, crean una imagen demasiado sesgada
Desde luego es mucho más polivalente que una paja sanguinolenta. Su amor por el fantástico y su habilidad de crear un mundo rico en un entorno urbano es admirable. Es un grandísimo autor, dese luego.
Y me alegro ver que la figura del Último Europeo ha fascinado a alguien tanto como a mi. Yo también tengo por ahí algún que otro homenaje a él y a su esclavo Brer. Algún día verá la luz…