Título: Gotas
Autor: Elio Quiroga
Editorial: Dolmen
Nº de páginas: 432
Género: Terror, zombis, ciencia ficción
Precio: 19,95€
«Por las noches Eduardo se enfrascaba en intentar sistematizar mediante ecuaciones los supuestos universos que había visitado bajo los efectos del ácido, creando familias de monstruos y partículas fantasma supersimétricas, a las que bautizaba con nombres realmente extraños.»
Muy a menudo los personajes, en los libros en general me refiero, se encuentran con situaciones fantásticas y/o horribles y no tienen ni idea de cómo enfrentarse a ellas, al menos de primeras. En las páginas iniciales de esta historia ya piensas: he aquí un tipo, uno de los protagonistas, que lejos de sorprenderse o asustarse, va a “saber actuar”; y esto es de agradecer, de hecho nos ahorra algo que podría resultar tedioso, el “oh, ¿pero esto que es?” Al ir conociendo al personaje, Eduardo, vamos cimentando en nuestro esquema mental la idea de predestinación (¿casualidad o juego del autor?), para mí una cosa que ayuda a que la historia tome un carácter mucho más, digamos, épico, que si así no sucediera. Aunque también es cierto que la construcción de los personajes se me ha quedado corta, se les ve, por expresarlo así, que son títeres en manos de otro, y los personajes debieran tomar, en mi opinión, si no el control total, sí cierta parte de él, lo que le pasaba a Unamuno con Augusto; y esto, la artificialidad de ciertos personajes, hizo que se me atragantara un tanto la lectura al principio. Por supuesto, lo capital aquí es la acción (Steven Seagal actúa como el culo pero yo debo haber visto todas sus películas), y hablamos de Dolmen: acción zombi, pues, y de esa sí que hay. Los redivivos, en este caso, apelan a ideas que aunque ya han sido tratadas con mayor o menor acierto (Cell, de Stephen King, por ejemplo), me refiero a la “mente única” del rebaño, siempre son buena cosa. Por otra parte al enemigo zombi no le importa perder efectivos y sí hacerte a ti soldado de su causa; es uno de sus encantos. Estos zombis de Gotas tienen el aliciente, además, de su propia evolución dentro de la trama.
El estilo, en general, no me ha convencido, aunque no quisiera resultar funesto: es solo mi opinión. Pero el ritmo cinematográfico (casi se puede ver como una película la novela) sí que nos deja con algunos momentos de acción realmente interesantes, que bien tratados (en esa supuesta peli mía) serían épicos.
El humor en la narración es una constante, y con este la crítica ácida: me he criado en Melilla y sé lo que es la corrupción, y parece que los canarios lo saben también perfectamente, pero en fin: tal vez sea endémico mundial esto; de cualquier manera el autor no deja títere con cabeza al describir a políticos, policías, militares, constructoras, y toda esa caterva de tartufos sin escrúpulos; y no dudo de que los canarios que lo lean se echarán: o bien “unas risas”, o bien “las manos a la cabeza”.
En la primera parte del libro se desarrollan dos tiempos, o dos historias en tiempos distintos, con la lectura por parte de Eduardo del diario de un científico, como él, con fama de excéntrico, un personaje muy potente, en mi opinión; y el hecho de conocerlo por su diario y saberlo ya perdido en la nada del tiempo pasado nos hace verlo con especial dramatismo.
En la segunda parte hay algunos momentos (no me gusta destripar), por ejemplo unos diálogos entre Eduardo y ciertos señores, que me parecieron muy conseguidos; y para lectores, como yo, de gente como Stanislav Grof o Thimothy Leary, o cualquier otro teórico “loco” de los que no están en contra de las sustancias que ayudan a concebir realidades distintas a la cotidiana, para nosotros, decía, estos momentos encandilan.
Por último, el juego metaliterario, por decirlo así, hace que termines el libro con esa misma sensación que cuando leemos a J. J. Benítez de “¿hasta qué punto las cosas que pasan aquí podrían estar sucediendo realmente…?” Y todos sabemos que la realidad ¡supera con creces, fatalmente, cualquier ficción!
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor