[Advertencia: puede que las siguientes líneas sean solo aptas para nostálgicos]
Desasosiego: he aquí una clave del terror. Es fácil entenderlo, pero menos fácil crearlo, o eso parece, ¿verdad?
Me retrotraigo a mi adolescencia, busco en ese proverbial baúl de los horrores, o de los recuerdos, mi primer desasosiego serio, si no el primero sí uno que recuerde de forma contundente; y me voy a la adolescencia porque la niñez es demasiado vasta. Dejad que rebusque un poco entre monstruos y fantasmas: aparto un viejo muñeco de trapo de Fred Kruegger, unos cromos mezclados de la Pandilla Basura y de Wishmaster, un intento fallido con mecano de El Robot Ninja, un feo y sucio Moquete de blandiblú… ¡eh, un cómic porno del Hombre Invisible! (los niños de hoy tienen el porno hasta en la sopa, ay, en los viejos tiempos debíamos hacer misiones alucinantes para hacernos con unas paginillas guarras). ¡Un momento! Dejad que quite el polvo de un soplido a este extraño objeto, el anacronismo hecho cosa: una cinta de VHS. La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1973).
No voy a destripar nada hoy si hablo de esta peli del demiurgo fantástico Tobe Hooper, y eso por tres razones: todos la hemos visto, si no, no estaríamos aquí. Ya se destripa bastante en la peli, no me necesitan a mí. Y por último: si le sacamos las tripas a una cinta de VHS después no funciona.
En fin: unos jovenzuelos aparentemente normales y estúpidos van en una furgo: más allá de los cortos ropajes de las chicas no hay nada que interese, de momento, al también jovenzuelo Franky. La gasolinera en que se detienen no va a ser desasosegante, como mucho pintoresca; pero se les ocurre recoger a un autoestopista. Y aquí me detengo: después de esta película, que es mito fundacional, he visto cientos, si no miles, de películas que pretenden ser de la misma familia, o género, pero, ay ay ay, ¡pero! Es común que este tipo de peli aburra: se detienen en exceso en presentarnos a unos personajes que de todas formas no solo sabemos que van a morir, ¡lo deseamos! Suelen ser todos bastante estúpidos y a uno le apetece verlos por dentro, pero vamos, por dentro de verdad, sus tripas, no sus sentimientos. Son pelis malas, pero La Matanza De Texas no: acaban de meter a ese tipo raro, a ese tipo “desasosegante” en la furgo; hablan con él, le dan conversación amablemente aunque sea raro, aunque sea un paleto que les recuerda todo lo que ellos no son o no quieren ser: ellos son buenos chicos americanos, joder, seguramente están de vacaciones y luego van a ir al college; sus madres los han educado bien, aunque de vez en cuando se cojan un pedo con birras y/o hierba… pero ese paleto está subiendo el tono, está diciendo cosas que generan, poco a poco, DESASOSIEGO. El tiempo que estas pelis malas modernas posteriores de que hablo tiran a la basura enseñando tetas y tonterías, esta obra maestra lo emplea en calentar el ambiente.
Otro alto: entre esos chicos de la furgo hay un gordo en silla de ruedas (igual esto es políticamente incorrecto y debiera decir persona con ligero sobrepeso y una merma cinética en los andares, o algo así; uf, menos mal que solo cuatro gatos incorrectos me leen). Repito: un gordo en silla de ruedas. Esto es significativo: el demiurgo de esta genial película ya está jugando con nosotros, sabe que a la buena y normal gente que va a ver la película un gordo en silla de ruedas les va a generar un determinadísimo y cristianísimo sentimiento, algunos de primeras incluso lo llamarán “pobrecillo”, ¿verdad? Pues no, ese gordo es repelente, y desde que abre la boca no hace otra cosa que mostrarse repelente. Por si no quedaba claro que este personaje debe ser eso, repelente, el mágico demiurgo ha puesto a su hermana dentro de la furgo, para que nos pongamos algo de su parte en las discusiones familiares.
Puede que yo desvaríe, es cierto, de tantas veces que he visto la peli ya veo relaciones, causas e intenciones hasta en los guarismos de la matrícula, ya uso la película como si fuese un tarot… o puede que no.
En fin: el tipo raro, entre una tontería fuera de tono y una bobada que se pasaba de la raya ha prendido fuego a algo y ha sacado una navaja. ¿Pero qué diantres…? La escena se dispara, antes se estaban incomodando y poniendo nerviosos, ahora, directamente, se han asustado: ya he dicho que eran buenos chicos, una navaja no debería estar allí, y mucho menos para que su portador la use cortando carne. Lo echan del vehículo entre gritos alocados, en desorden, pero todo está dirigido por el mágico demiurgo Hooper, no se deja nada a la improvisación: la escena es tan realista que ya estamos metidos todos dentro de esa furgo, y no podemos salir. Es que en la realidad cotidiana las cosas se resuelven así: gritos desordenados, empujones, órdenes inconexas, miedo. Y un loco que se carcajea en medio de los chicos. El conductor va a lo suyo y no se entera bien de qué está pasando: ¿una navaja, han cortado a alguien, a nuestro buen gordo en silla de ruedas, se ha cortado a sí mismo ese paleto feo? Y le dicen desde atrás: ¡frena, para! Delicioso caos; y ya se sabe qué es el caos: el desasosiego. El orden es tranquilidad, y allí había orden hasta hace unos minutos, ahora hay sangre y caos, y nadie lo comprende. El loco baila en el arcen mientras la furgoneta acelera, ya le han dicho al conductor: ¡arranca, corre, acelera!
La cosa quedará en un episodio raro y chungo, pero los chicos, esos buenos muchachos americanos, van a intentar pasárselo bien y olvidarlo: hasta nos ha dado un poco de pena, lo admitimos, el gordo repelente. El DESASOSIEGO ha hecho su trabajo, nos ha dejado un poso incómodo, y ha hecho eso que dije antes: meternos dentro de esa furgoneta (a algunos para siempre): no necesitamos conocer a los personajes de maneras tontas y ridículas (escuchándoles hablar de sus amores u otras mierdas semejantes, por ejemplo), con haber vivido junto a ellos este episodio desasosegante tenemos bastante, y además no nos hemos aburrido. Hooper no se limitaba a grabar a lo loco, en absoluto.
Ya sabemos las cosas maravillosas y horribles que pasan después, pero aquí, hoy, nos ha dado por hablar del desasosiego, así que salto a la escena en que tienen a esa pobre chica, ya sola sin amigos, en la mesa familiar a la hora de la cena, en un lugar de honor, ella protagonista de la velada, una invitada muy especial en esta familia de desquiciados. Y llega también la hora de conocer al abuelo, no es un cadáver aunque lo parezca, está vivo ese ente sagrado, ese cabeza de familia paleto y endogámicamente glorioso: es una escena, de nuevo, marcada por el desasosiego: el de ella y el del espectador. En el culmen del patetismo o del amor reverencial le dan el mazo al abuelo para que le reviente los sesos a la chica, a esa res. El pobre hombre, ese saco de huesos y malicia, esa momia, no puede con el martillo, se le cae, y los ojos del joven Franky lo registran todo con fascinación. Alrededor de la mesa unos le jalean, otros se enfadan, “déjame a mí, maldito carcamal” dicen con la mirada. DESASOSIGO, este leitmotiv de hoy, se escribe en grandes mayúsculas.
He llamado res a la chica, pero no porque yo sea un tipo muy malo, no: se trata a todos los efectos de una res, ya ni habla, solo muge; va corriendo sin ton ni son por donde puede. Y cuando escapa, a ellos ni les preocupa especialmente, porque es solo un animal grande y tonto, lento y estúpido: vayamos detrás con parsimonia, asestémosle un martillazo y listo; no es nada, solo una vaquilla díscola.
Muchas más claves tiene el terror, pero hoy me dio por esta, tal vez vi algo en el mogollón de padres que recogen a los hijos, u observé algún comportamiento en la carretera, quién sabe, que me hizo recordar esa pérdida de la tranquilidad, ese paso del orden al caos que propicia el terror.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor