El terror (X)

por Daniel Aragonés

El Terror se oculta en las nuevas tecnologías, un apoyo negativo para la fobia social, la agorafobia y el aislamiento progresivo que nos impide relacionarnos de un modo sano.

El síndrome de Hikikomori significa «apartarse, estar recluido de forma voluntaria». Es un término japonés para referirse al fenómeno social en que las personas escogen apartarse y abandonar la vida social, buscando grados extremos de aislamiento y confinamiento. Suele afectar más a hombres que a mujeres.

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Esa es la pregunta clave sin respuesta. Lo que está claro es que las nuevas tecnologías, en concreto las redes sociales, los videojuegos online o las apps contribuyen, alimentan ese aislamiento y esa falta de contacto entre seres humanos.

Traslademos esto a la ficción y hagamos comparativa con la realidad. Vamos a imaginar que la novela El Rey de La Habana es una especie de videojuego. El personaje, Rey, arropado por una vida de cochambre y sexo desenfrenado, avanza de forma caótica hacia un destino sangriento y shakesperiano que aleja su figura de la luz. Pantalla a pantalla, metiendo su apestoso pene en vaginas de olor agrio —así lo expresa Pedro Juan Gutiérrez, el autor— y pasando por todas las penurias habidas y por haber, Rey se pierde por completo, deja de vivir. La realidad de Cuba, un país surrealista, arcaico y frenado socialmente por culpa de la dictadura. A eones de nuestra sociedad y del «avance», rebosante de jóvenes enfermos, sumidos en fobias, anulados de un modo humillante por la modernidad —puedo estar exagerando, pero no lo creo—. Muchos de ellos, encerrados en sus casas por voluntad propia, esclavos de sus ordenadores y videoconsolas. El nuevo siglo: la jaula virtual del planeta.

¿Cómo es posible que existan personas que se relacionen a través de programas y aplicaciones y abandonen el placer de la carne? El miedo a la oscuridad se ha transformado en el temor a que ese cablecito de fibra capaz de conectar tu mente a la de otros seres se rompa, y así se destruya la poca integridad que te queda. Arrinconado en tu habitación, compadeciéndote de ti mismo, abusando de todos esos familiares que te rodean y te quieren, obligándoles a participar de forma directa en el movimiento de tu mundo solo para que alguien repare la conexión que te permite no morir de asco en la oscuridad de tu agujero.

Sin duda, ese camino hacia el progreso nos debilita física y mentalmente. Tanto es así, que ya no somos capaces de valernos por nosotros mismos de la manera habitual y correcta. Es lamentable: el ser humano siempre ha conseguido romper el equilibrio y convertirse en una pieza más de un juego que le convierte en presa, cazador y vencido, todo al mismo tiempo. La ofensa, el agravio y la diferencia se han convertido en una simple discrepancia, es una discusión de corrala entre muertos de hambre. Las opiniones son una nimiedad, el enfrentamiento físico es algo que pasa desapercibido para casi todo el mundo. Solo las voces de los aislados y los ofendidos tienen valor. Si quieres ser alguien tienes serlo en la RED, la calle está reservada a los perdonavidas.

Si creamos un paralelismo entre lo que ocurre en la novela que cito y nuestro mundo real, Rey, el protagonista, como bien dice el narrador, se dedica ya no a vivir día a día, sino minuto a minuto. Ahora mismo está aquí y, de repente, por cuestiones vitales, se traslada a otro punto, muy lejano, abandonando lo anterior sin ningún tipo de remordimiento. Lo importante es no dejar de vivir, con el peligro que eso conlleva, pues se aleja de la sociedad, del sistema, de la propia felicidad y de sí mismo. Todo ello le empuja a pasar hambre, miedo  y miserias; a no ducharse, no comer y robar. En nuestros días, las enfermedades psicológicas que a muchos jóvenes consiguen aislarles completamente de la sociedad, los lleva a un punto similar. Viven de un modo: ya no minuto a minuto o día a día, sino de una manera eterna, efímera, vacía. El tiempo deja de cobrar sentido. Están ahí, en la cuarta dimensión, sentados en sus sillas, con sus cascos, ajenos a la realidad. Buscar trabajo es irrelevante, mantener relaciones sexuales no es significativo, nada tiene el valor real. Son absolutamente dependientes de sus progenitores o sus tutores legales, que les proporcionan los elementos necesarios: conexiones y soporte.

La reflexión que planteo es sencilla y terrorífica: Muchos de nosotros, por no decir todos, vivimos pegados a nuestros móviles, exponemos nuestras vidas y hablamos con gente que no conocemos de nada, desconocidos que viven lejos, muy lejos de nosotros, o muy cerca, quizás demasiado como para comunicarse de esta manera. Aprovechándose de esta coyuntura, cientos de depredadores nos esperan, acechan, estafan, asustan, sobornan, espían y abusan de ese mundo invisible que nos permite la no-exposición de nuestra cara real. Quedan con nosotros, con nuestras hijas e hijos, y nos venden tostadoras de segunda mano, zapatillas y piezas; ofrecen su amistad, nos tienden la mano y montan empresas para que trabajemos para ellos. Muchos buscan bragas usadas o zapatos. Otros solo quieren amistad verdadera, o simple comunicación sana. No digo que todo el mundo sea malo, solo digo que el calor se aleja. Todo comienza a enfriarse de un modo aterrador. La oscuridad de nuestros días está basada completamente en la luz. El terror cambia de manos y de forma. No estamos preparados para lo que viene.

Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror

3 comentarios

FRANKY octubre 24, 2022 - 11:28 am

No te olvides de la figura, que tú mismo o yo representamos, del guerrillero que se solaza tranquilamente en este pseudomundo sin abandonar al mismo tiempo nunca la calle. Somos míticos, madmaxes, siempre al acecho

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Daniel Aragonés octubre 24, 2022 - 12:26 pm

Exacto. Somos los viajeros que atravesamos las llanuras de lo imposible, ajenos toda esa amalgama de mierda, pero al mismo tiempo utilizando todo como arma. Abrazos.

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Vicente octubre 24, 2022 - 4:37 pm

Sigue siento sección top. Siempre acertado, Daniel.

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