Título: Meterra
Autor: M. Derqui Martos
Editorial: Pez de plata
Nº de páginas: 520
Género: Surrealismo, Experimental
Precio: 25,90 €
SINOPSIS
He aquí la biografía imaginaria de un pintor que fracasa como hombre y como artista. Lo que empieza como un recuerdo infantil se torna en un paisaje siniestro, un territorio mítico, Meterra, al que el protagonista no puede acceder. En esa odisea vital, Juan abandona su Zaragoza natal para probar suerte en París, hervidero cultural que supondrá el inicio de su declive. Nos encontramos con un antihéroe de manual, un protagonista bufo acompañado por unos secundarios hostiles en una ciudad inhabitable. El último pasajero del abismo que conduce hacia la destrucción definitiva.
RESEÑA
Que levante la mano aquel que no haya pasado por la experiencia de ir a ver una película, visitar una exposición, escuchar un disco o leer una novela y, al terminar, pensar: «pero ¿qué demonios acabo de ver/escuchar/leer?». A menudo, tomamos la sensación de aturdimiento y confusión que nos queda en tales ocasiones como algo negativo. Bajo mi punto de vista, esto no es más que un craso error (habrá excepciones, por supuesto), pues en estos tiempos de reinante y creciente mediocridad, no hay nada más satisfactorio que toparte con algo que te noquee.
Publicada originalmente en 1974 y recuperada en su 50º aniversario por la editorial Pez de plata, Meterra comienza con un grupo de niños en un colegio. Una niña, Bela, practica una melodía en un piano y siempre se equivoca al llegar a cierta nota, lo que provoca el escarnio de Juan. Poco después, ella se harta y se dirige hacia una de las paredes. La toca y, al hacerlo, se abre un portal a un mundo boscoso de ensueño. Bela da paso a todos los niños, que se internan en esa otra realidad, excepto a Juan, quien se queda solo y apesadumbrado. Esto es solo el inicio. Lo que sigue es aún más imprevisible.
La saga de Juan y Bela es desarrollada a lo largo de los años. La particularidad de la novela reside en la forma elegida por M. Derqui Martos para contarla. Y es que el autor no se ancla a un estilo convencional, sino que se inmiscuye en la búsqueda continua del accidente literario. Esto es, la novela apuesta por el cambio constante de estilo narrativo, de voz, de paisaje… De esta manera, Meterra comienza con un tramo en el que encontramos un narrador convencional, pero enseguida muta a un segmento en el que todo se nos cuenta a través de un interrogatorio entre dos personajes que desconocemos y, después, la obra vuelve a mutar para convertirse en una suerte de descripción experimental que juega con el lenguaje y la sensorialidad de un modo muy arriesgado.
Con ello, tenemos una obra difícil, exigente y densa, que pide mucho al lector pero que al mismo tiempo ofrece un universo único. En Meterra coexisten la crítica a la hipocresía en la religión cristiana y, particularmente, en su enseñanza en las escuelas; el dibujo de nuestro país a través de la represión; el proceso de creación artística contado de manera metafórica… Mil y un temas distintos que asoman la cabeza y después desaparecen tras golpearte. Pero, ante todo, emerge una sensación de tristeza por el que quizá sea el tema principal de la novela: el abandono y la culpa vistos por los ojos de un niño.
En ese sentido, la obra deja un poso lóbrego y profundo que afecta de manera peculiar. Su tratamiento recuerda en muchos momentos a Kafka, pero en otros muchos no se parece a nada que haya podido leer anteriormente. Sí que encuentro cierta similitud tonal con un cómic europeo publicado hace unos años: Los Wrenchies, obra que también permeaba esa sensación tan delicada que es la indefensión infantil y que creaba un mundo de fantasía muy peculiar y muy meta. Dicho esto, es muy posible que, dado lo particular de la obra de Derqui Martos, cada lector encuentre sus propios referentes y que estos no se parezcan en nada a los de otro lector de la novela.
Uno de los grandes méritos de Meterra radica en el efecto que causa su forma de jugar con lo experimental. A veces nos topamos con todo un torrente, un caos, un diluvio de palabras que, mágicamente, se tornan imágenes y secuencias en la mente del lector. Lo que a priori parece incomprensible, enseguida se asienta en nuestra cabeza como un lenguaje nuevo pero plenamente funcional. Un ejercicio de genio que no solo no teme a los límites, sino que los abraza para quebrarlos una y otra vez. Dentro de tal huracán de palabras, subyace un rito de paso, la iniciación sexual y, de nuevo, la sensación de abandono y culpa.
Para rematar, en el último segmento del libro se entremezclan los narradores hasta confundirse, logrando el autor un efecto desconcertante. Tan es así, que podemos intuir cierta intención de chiste o broma con tanto cambio. Para que se entienda, hay todo un fragmento en el una voz le pide al narrador que describa una escena desde distintos estilos y tonos. Sin embargo, ello no incide en la trama, y somos capaces de discernir en todo momento lo que está sucediendo, pese a lo imprevisible de las escenas o el comportamiento de los personajes.
Es complicado hablar de esta obra, pero leer Meterra es sumergirse en un tsunami de formas literarias, una vorágine en la que se entremezclan narradores convencionales con otros tan experimentales que hoy, cincuenta años después de su publicación, siguen sonando a novedad. Tramos de frases interminables dan paso a segmentos de oraciones incompletas, que a su vez desembocan en diálogos vertiginosos en los que se nos escatima la mitad de la información… Esta novela es tan impredecible como el derivar del pensamiento humano, y quizá por eso resulta tan fascinante. ¿Acaso Derqui Martos trató de trasladar al papel el mecanismo que rige nuestra consciencia? Si es así, me atrevo a afirmar que lo logró. Por eso Meterra es tan incomprensible. Por eso Meterra es tan emocionante.
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José Luis Pascual
Administrador
1 comentar
Que maravilla de obra. En cuanto acabe con unas cosas, la leeré. La reseña es buenísima.