Bajo el Dolmen 22: El Forjador Solitario

por Francisco Santos Muñoz Rico

Hace tiempo que no paso por aquí, bajo mi dolmen. Las plantas están sin regar y los cadáveres se descomponen sin que nadie les escriba una oda… ay; hace tiempo que no paso por aquí, en fin, a pelar la pava literaria, puede que, como afirman algunos, ya todo esté dicho y todo sea boutade y despropósito… O acaso no; y hablo de literatura de Terror (no menosprecien esa mayúscula inicial), que es lo que me mueve a escribir bajo este dolmen, al amparo del inmenso Monolito.

No todo está dicho, claro que no, pero deberá el lector excavar entre mierda a veces, entre restos de culturas abstrusas, ciudades sin gracia, templos aburridos, ídolos de pacotilla, hasta encontrar el tesoro.

Voy a barrer un poco para casa, pero solo porque esta casa es buena cosa:

Hay una recopilación de cuentos de Terror llamada 14 cajas sin cierre, una antología, pensará el aburrido y existencialista lector, como otra cualquiera, otra de tantas. Pues sí, hay un montón y no siempre todos los relatos que uno se encuentra adentro colman las expectativas, pero no hablo contigo, barragán, hablo con el lector que busca incansable, el Indiana Jones literario; pues bien, en la antología esta que os digo hay un cuento de Román Sanz Mouta: El imposible Circo Barco y sus destinos.  Ya desde el título vemos que no es cosa común… El cuento es un sueño, como otros cuentos del autor, o más bien está escrito en lenguaje onírico: mirad cómo empieza:

         «La Niebla atacó.

         Rodeó el barco y lo llenó de sombras, siluetas y sustos.

         El miedo no vino con ella. No aquí. No en este lugar. No con estos habitantes-tripulantes».

Es sugestivo el uso de la mayúscula en Niebla, casi dota a ese fenómeno atmosférico de personalidad propia, ¿verdad? Y ya, claro, ni que decir tiene, esa Niebla “atacó”.

También que se llene ese misterioso barco de “sombras, siluetas y sustos” es sugerente, es, de hecho, pura poesía.

Por último, la aparición de ese binomio habitantes-tripulantes de un solo golpe nos construye un mundo, nos dice que ese barco es mucho más que un barco…

Adéntrese el lector, si quiere y se atreve, en este extraño —como todo lo que escribe Román— relato, yo ya lo dejo, que solo pretendo esbozar, dar pinceladas.

 

Ah, y decir que todos los días hay cosas nuevas bajo el sol, a despecho del Eclesiastés.

Sigo barriendo en mi propia dirección (los arqueólogos barren mucho), y traigo el último libro, una recopilación de cuentos, de Carlos Ruiz Santiago: Miedos que me sangran. ¿Quién dijo que el pulp se había acabado? El pulp es un impulso inacabable, y este escritor es un paladín pulpero, es carne de fancine. Los amantes del género (como se suelen referir a nosotros) aprecian los relatos salvajes, sangrientos, brutos y además: con enjundia; y lo hacen porque tienen claro qué quieren conseguir leyendo: diversión, apasionarse tanto con la historia que no se pueda abandonar hasta terminarla, ¡ritmo! Los escritos de Carlos tienen buen ritmo, casi de cine, y esto siempre gusta a los pulperos. Evidentemente tiene más registros, pero solo lo traía para decir que el pulp no se acaba nunca, como el terror, como la poesía, como cualquier movimiento artístico. Siempre sacamos más, mucho más, barajando las letras del abecedario, que la mera suma de sus partes. La gestalt literaria, le llamaremos.

Por otra parte, y por seguir formulando conceptos e inventando gloriosos neologismos (recuerden que bajo el dolmen hago lo que me place), usando de ejemplos literarios a estos dos monstruos inquietos y hacendosos, cada uno de su padre y de su madre, formulo, aquí y ahora, la ¡INTERENTROPÍA! O cualidad inherente a un sistema de creación literaria que se ocupa de ordenar el caos de tal forma que su creador, sea este Román, Carlos, o quien fuere, al terminar un escrito suelte un aserto del tipo: «puta hostia, qué de puta madre escribo». Es más, a menudo sucede que el escrito es de puto padre también.

Esto es esencial, creo, la satisfacción que produce al propio autor la obra recién terminada y que lo lleva a querer mostrar su retoño al mundo. Al menos a mí me sucede, como escritor; quiero enseñar a propios y extraños mi trabajo y que lo flipen. Es la finalidad de un cuento, que lo lean, o que lo escuchen, y que lo disfruten.

Y quiero ir contra una idea que anda suelta por ahí, ya se hable de música, de cine, de libros… «Las obras de hoy no son como las de antes», «Ya no se hace música como antes», «Ay, cuando yo era joven sí que había buenas pelis en el cine». Señores que tal hablan son unos nostálgicos pedorros de mierda, unos ridículos, es más: murieron en aquella época gloriosa suya, por eso la recuerdan así. Hoy se hace Gran cine, y Grandísima música, y se escriben obras literarias de Gigantesca enjundia, de desmedida magnificencia. Solo hay que ser un poco arqueólogo, ya lo he dicho, y excarvar entre la mugre. Es normal encontrar bazofia sonora en una discoteca de moda, basura cinematográfica en un cine, y peste literaria en bonitos escaparates. Pero hay más, ya lo he dicho, mucho más, bajo el sol, siempre nuevo, siempre pujante.

¡Mueran los nostálgicos!

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