Título: Impureza de lo accesorio
Autor: Francisco Santos Muñoz Rico
Editorial: Open City
Nº de páginas: 190
Género: Cuentos salvajes
Precio: 10,40€
Normalmente yo no estoy loco. A veces noto algo, como un cosquilleo, como si se asomase al balcón de la eternidad una parte de mí que es más auténtica, más fuerte, más más. Sé que suena raro, también sé que nadie va a leer esto y que probablemente ni siquiera lo esté escribiendo. Son voces que van y vienen. Voces y cadenas.
La violencia pensada. Impura. Accesoria. Y gratificante. Si la escritura es desahogo, paz mental, misal y mantra, Francisco Santos Muñoz Rico es su profeta. Un profeta que no deja nada en el camino, porque el camino sigue y es quien habla, regalándole palabras e historias nuevas cada día. Literatura.
Impureza de lo accesorio es ante una recopilación de relatos cuyo subtítulo, Los cuentos salvajes, dan idea de la dirección que toman obra y autor. Francisco (Franky) asegura que estos cuentos fueron escritos en una época turbulenta a nivel interno, y en muchos de los relatos se traslada, como no puede ser de otra manera, la mente de su autor. Una de las curiosidades del volumen es la alternancia de cuentos de una extensión más o menos habitual con un conjunto de microrrelatos, que sirven de toma de aire en la inmersión que realizamos como lectores a la idiosincrasia de Franky.
Para dejar una parte de sorpresa al potencial lector, no hablaré esta vez de todos los textos incluidos, me ceñiré a resaltar los detalles que más me han impactado/sobrecogido/emocionado/horadado.
El primer golpe viene con Voices, una especie de El diablo sobre ruedas íntimo y personal en el que ya entramos a formar parte de la metaliteratura y del propio cambio de voz narrativa —brillante, así como su juego con el título— que se produce a mitad de cuento.
El estilo de Franky le permite moverse por todos los géneros y por ninguno con la misma facilidad. Estación 4 y Estación 5, por ejemplo, hablan de la soledad desde un decorado de ciencia ficción. Debe de ser muy difícil acostumbrarse a estar solo, al silencio, al calor. Este díptico infalible es otro (más) de los puntos álgidos de la colección. Medidas quirúrgicamente, sus palabras afectan y emocionan, porque las reconocemos enseguida: son las palabras del alma. Gasolina, en cambio, nos ofrece una pequeña pieza de wéstern introspectivo en un duelo del protagonista consigo mismo.
Aunque comienza con una advertencia al más puro estilo heredado de Lovecraft, La máscara zuni, relato vertebral de la antología, puede considerarse como la constatación de las verdaderas intenciones del autor. Aquí se transmutan los clásicos, se pervierten adquiriendo un hilo de modernidad y profundidad psicológica.
También tenemos la escatología de Ese monstruo, en el que un personaje tiene el irrefrenable hábito de oler bragas y, por extensión, sangre menstrual.
Pero Franky, como autor multiterreno y a la vez inclasificable, también nos habla del Padre tentando a las emociones (siempre abrazando lo fantástico como una rémora pequeña pero tangible de la realidad), de la desolación que puede dejar una ruptura —otra vez la puñetera soledad—, de la locura que interrumpe nuestra vida de forma repentina, con silueta de monstruo. También de la ira, y de la intolerancia.
Y la mezcla. Ciencia ficción con terror con drama existencial con comedia negra. Por ejemplo, en El generador de sombras, un cuento que bien merecería ser trasladado al celuloide, si es que tal cosa sigue existiendo. Pero claro, eso supondría reconocer la incapacidad de guionistas y directores para crear una historia como la que propone Franky.
¿Y qué decir del juego a tiempo real de Perros rabiosos y lameculos de oficina? El autor-demiurgo juega a una cuenta atrás que, como todas las cuentas atrás, no puede terminar bien. ¿De verdad creéis que cortar el cable correcto en el último segundo es un buen final? ¿Qué hay de los fuegos artificiales, de las luces, del infierno en la Tierra, del renacer? Pues Franky aprieta el detonador. Con sutileza, pero lo aprieta. Y acaba con una risa, por supuesto.
La capacidad de contar historias, de narrar, no es dada a todo el mundo. De hecho, ni siquiera la poseen muchos que se hacen llamar escritores —unos pocos elegidos tan solo, diría yo, y Franky es uno de ellos—. Su virtuosismo puede parecer sutil, pero en ocasiones emerge a nivel formal, como en Número oculto, pieza metaliteraria que utiliza algo tan antiguo como los teléfonos fijos y las historias dentro de historias para generar una suma que fascina.
Y esa es la palabra, fascinación. No sabría definir dónde se esconde la magia de las letras de este autor, pero puedo asegurar que está ahí, en Impureza de lo accesorio. Quizá el título lo contenga todo. Estamos ante un autor erudito, cuyos textos admiten cierta derivación, a veces filosófica, a veces cerebral, pero siempre apasionante. La inserción de mecanismos fantásticos en historias reales es algo tan antiguo como vigente. Hay que saber hacerlo, y aquí se hace muy bien.
¿Puede un autor al que admiras sorprenderte una y otra vez sin perder su estilo? ¿Puede darte lo que buscas y necesitas de él sin convertirse en previsible? Pensadlo bien, rebuscad entre los libros que más os gustan de vuestra biblioteca personal, entre los relatos e historias de esos autores fabulosos. Hacedlo, y decidme si existe alguno que pueda compararse a Francisco Santos Muñoz Rico. Y presentádmelo después, por favor.
José Luis Pascual
Administrador
7 comentarios
Cabronazo!!!!
Muchas gracias
Un placer. Te vas convirtiendo en autor de cabecera, signifique eso lo que signifique.
Buena reseña.
¡Gracias, Vicente!
Como editor, me parece una reseña perfecta.
¡Gracias! Y enhorabuena por la labor de editor, publicar a Franky merece aplausos.
Es un escritor de cabecero. Con una carne muy jugosa.