Título: Profanación
Autor: Amparo Montejano
Editorial: Luz Negra
Nº de páginas: 164
Género: Terror
Precio: 14 €
Este libro está dedicado a todos los niños que sufren, a todos los que callan, a todos los que padecen abuso o maltrato. Y, sobre todo, está dedicado a los niños de infancias rotas que hoy son adultos; porque ellos comprenderán su esencia mejor que nadie.
Una vez, hace algunos años, creí comprender los entresijos de ese sentimiento extraño, ajeno y particular llamado miedo. Lo encontraba en diversas y varias acciones, yo, que siempre he sido un alma asustadiza, que variaban desde ciertos demonios familiares que me acompañaron (y acompañan) cuasi desde el nacimiento, hasta la primigenia esfera de la inquietud por la oscuridad, los monstruos, la negación ante un espejo. Una vez creí comprender que el miedo es subjetivo y variable, precoz o tardío, caprichoso o firme, que tenía tantas capas como capas tienen nuestros sueños, tantos tentáculos como adornan las pesadillas inefables de aquel genio que una vez, hace mucho, mucho tiempo, inventó y reinventó el miedo.
Después me convertí en madre. Y todo esa teoría se estrelló contra ese bloque de hormigón compacto e irrompible llamado instinto. Mucho más primigenio que el miedo a la falta de luz. Mucho más atroz que la más atroz de las plumas. Mucho más reconocible, incapacitante y desvergonzado que la más perversa de las malicias.
No es que Profanación, la obra gestada y parida por la inmensa Amparo Montejano vaya a marcarte de forma distinta si tú has gestado y parido una vida, desde luego. Pero en mi caso sí que ahonda con mayor saña en la tinta de cada uno de mis tatuajes, moviéndolos de sitio para dejar espacio a nuevas heridas, las que te provoca el mayor de los terrores que puede vivir un ser humano: la perversión de la inocencia.
Amparo lo sabe y lo acentúa, lo acentúa y lo remarca regalándote unas letras que bailarán despacio en tu estómago, despertando los fluidos, adentrándose en los recovecos que ni siquiera crees tener. Y lo hace provocándote un problema, enorme, porque la literatura va de eso, porque sabes dónde te metes, porque nadie te dijo que fuera fácil: hacerse un nudo en las tripas a base de grafemas rubricados y pacientes es el gran valor de este libro. Porque Amparo nos habla de la corrupción más absoluta. Del enorme y garrafal fallo de la especie humana. Del fracaso como mamíferos. No hemos podido proteger a la infancia. Ahí tenemos nuestro Vía crucis. Nuestro puñetero Monte Calvario.
Nos trae Amparo, y no es casualidad, las palabras de Ana María Matute. La niña asombrada de la guerra, la que presenció, con horror, lo que el adulto es capaz de hacer con el espíritu más puro, el que debería permanecer inmune, al que deberíamos respetar a toda costa. Con una complicidad que supera tiempo y espacio, Amparo rinde un debido homenaje a aquella que quiso hacernos comprender que la infancia es el límite y ese límite tendría que ser sagrado para los que la rodean: madres, padres, hermanos, profesores. Tras este guiño a la dama de nuestras letras, la otra dama, la del terror, tal y como bien anuncia Pily Barba en su maravilloso prólogo, comienza la verdadera Profanación.
Comienza el descenso a los infiernos.
La desnudez de las entrañas.
Y no lo hace de forma casual, o ligera, no. La prosa de Amparo es la belleza de la oscuridad. El mimo de la blasfemia. La elegancia del cuento antiguo, ese que parecemos haber olvidado con las prisas, con el yugo de lo digital, con la ligereza de los finales felices. Amparo nos lee frente a las llamas de la hoguera y lo hace con una maestría que pocos escritores pueden alcanzar. Lo hace con la metáfora extrema, el simbolismo máximo, lo hace con un estilo añejo cuajado de esquirlas de un invierno que en vez de helar, calienta. Costumbrismo, realismo, fantasía, terror, desesperación, todo cobra sentido, sentido pleno, se enreda como dos amantes perdidos entre labios, lenguas y torsos, amantes con dientes ensangrentados que una vez sacian sus cuerpos necesitan morder el hálito de un amanecer vencido.
Profanación es la canción de cuna de un vientre que nunca albergó vida.
El beso que jamás diste.
La profundidad del bosque, ese que aún no se somete a la coacción del hombre. Ese que se traga a Caperucita mientras el lobo huye.
Comienza la obra de Amparo con un breve bocado, Bombillas Negras, que nos adentra en esa deliciosa metáfora que acompañará todas las páginas de Profanación. El breve impacto sirve para prepararnos las venas: el chute de escenarios, situaciones y personajes empezará a incrementarse con la perversa villana de El dios impedido y su pernicioso uso de la palabra de Dios, la niña sin nombre ni lengua que castiga a los castigadores en La marca de la bruja, el agujero en el estómago, mancillado con la mancillación de la inocencia que nos regalarán en Transmutación; un terror, el del hambre, presente en El catador de frambuesas, con un concepto de arte distorsionado y distorsionante, visual y caníbal, feroz y casi poético.
Rata nos habla de la más baja condición humana, la del servilismo, la esclavitud y la degradación suprema, y para entonces la úlcera en tu garganta ya sangra, y la úlcera en el desgarro de tu esófago ya sangra, y te sangra la elegancia del daño, perpetrado con alevosía pero también, increíblemente, con una gran dosis de ternura, la ternura que Amparo pone en cada párrafo, en cada línea. El monstruo de las galletas y su toque de atención a esa lacra llamada acoso escolar, La oscura belleza de extraordinarios horrores sirve a Amparo para enseñarnos cómo se escribe un relato con aroma a pasado y técnica del presente, Tienes ojos y nos los ves para construir una deconstrucción entre madre, hija y la fantasía más asoladora, Pasto para gusanos obliga a los que somos padres a tratar de recomponer cada víscera en su sitio, obliga a mirar a nuestros hijos y ser conocedores de cuánto podemos perder. Pensar en lo que sentiríamos si. Eso nos hace Amparo. Lastimarnos para ver. Ofrecernos un dios de la locura al que rendir culto público y perdón privado.
Sigue un brevísimo suspiro del miedo más clásico en Qué miedo dan las noches para comenzar a descender en este clímax de droga legal: el final de esta autopsia, de la extremaunción para los creyentes, nos lo ofrece el brillante Tom y Emmie cortan flores y su tétrica oda a las canciones y juegos infantiles: un escondite con sabor a sangre. Por último, Diario de Pam Wilkinson, el cuento número trece, el decimotercer delirio, vuelve a los orígenes: la formación de todo aquello que hemos profanado. La gestación. El nacimiento. El nonato, la placenta que, viscosa y viva, impregna en primera persona el resto de los relatos de una moraleja final: ya nacemos profanados. Nosotros somos la primera bestia. La primitiva. La única.
Escribe el broche final José R. Montejano, con un epílogo donde pone y expone, explica e implica, teje y cose con cuidado, hilvanando cada palabra, lo que Amparo ha puesto en el libro, lo que es y significa, lo que su presencia engrandece este a veces empañado mundo de las letras. Porque después de tanto horror, de tanto relato para no dormir, la ternura también reclama su espacio, su pequeño territorio en un campo de monstruos. Eso es lo que siente Amparo por su obra y lo que nos ofrece. El oficio artesano, tan antiguo como antiguo es el mundo, de contar cuentos. Tímidamente sencillo. Extraordinariamente complejo.
Finalmente quería destacar la cuidada edición de Luz Negra, acompañamiento perfecto para la magnífica prosa de Amparo. Con el toque justo de impacto visual, el esmero convierte este pequeño libro en un objeto de arte puro, ese que nace de dentro, de todo lo bueno y lo malo que somos capaces de albergar.
Qué suerte contar con escritoras como Amparo, que aman lo que hacen y lo que hacen la ama a ella en una simbiosis única y perfecta.
Qué sentido le dan a la palabra escrita obras como Profanación.
Lorena Escobar
Redactora
2 comentarios
Pedazo de reseña. Si el libro merece esto, debo tenerlo. Mis más sinceras felicidades.
Menuda reseña te has sacado de la chistera. Magnífico trabajo, Lorena.
Profanación será uno de los libros que les en este mes.