A una modesta banda de punk se le presenta la oportunidad de dar un bolo en un apartado local frecuentado por neonazis. Tras concluir el concierto sin problemas, serán testigos accidentales de algo que no deberían haber visto, y es ahí donde empezará su pesadilla.
El subgénero “gente encerrada y acosada” siempre me ha llamado la atención. Desde la intensa Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), muchas han sido las películas que han puesto a sus protagonistas en una situación extrema que traslada grandes niveles de estrés al espectador. Por eso. y por la gran cantidad de opiniones positivas que estaba generando Green Room, mis expectativas eran bastante altas. Y por eso, tal vez, el resultado final no ha terminado de convencerme.
Jeremy Saulnier, autor de la notable Blue Ruin (2013), pone a sus personajes en una situación fatídica causada por una desafortunada coincidencia. Con esta premisa a desarrollar, «Green Room» se convierte en ese tipo de película en la que los acontecimientos se van sucediendo en cascada con una gradual e imparable escalada de consecuencias. El director ha optado por meter a un grupo de neonazis como contrapunto de los protagonistas. Aunque esta decisión queda justificada en una de las mejores secuencias de la película (el provocativo inicio del concierto), en realidad hubiera dado igual que se utilizara una banda de motoristas, una organización mafiosa o, por qué no, una cuadrilla de vampiros.
Sea como sea, en mi opinión Saulnier consigue generar un tono de creciente tensión que no augura un desenlace halagüeño, y que sabemos que terminará explotando en un momento u otro. Toda la primera mitad donde se va acumulando el nerviosismo y la incertidumbre constituye lo mejor de la película y sirve para engancharnos fuertemente. El problema viene cuando todo revienta. Ahí es donde intuyo un cierto desdén en la resolución de determinadas situaciones que hace que esa tensión disminuya y que, finalmente, el visionado de «Green Room» no sea del todo satisfactorio. Y es que las reacciones y comportamientos de algunos personajes me resultan demasiado forzados y difíciles de creer.
A nivel estético, el toque indie que Saulnier ya imprimiera a su Blue Ruin le sienta bastante bien a la película. La utilización de la cámara lenta y la innegable calidad de la fotografía digital le otorga a este tipo de películas un acabado fantástico, aunque personalmente creo que «Green Room» se hubiera beneficiado mucho si se hubiese optado por una estética más sucia. Supongo que la tendencia general es la de adaptarse a las nuevas tecnologías, así que hemos de dar por perdida esa suciedad y grano del celuloide, que aportaba una siniestra turbiedad a buena parte del cine de género de hace ya unos cuantos años.
También tenemos cierta dicotomía en torno a los propios personajes. Mucho se ha hablado del buen hacer de Patrick Stewart y lo imponente de su papel. No cabe duda de que su presencia eleva la calidad interpretativa del filme pero pienso que aún podría haber dado mucho más de sí. No considero que sea culpa del actor, pero me da la sensación de que el guion no consigue aprovecharle totalmente, quedando su personaje un tanto desangelado. Nada que objetar en cuanto a los jóvenes actores que interpretan a la banda protagonista, donde destacan en importancia y entidad el trabajo tanto de Imogen Poots como del tristemente fallecido Anton Yelchin. También quiero destacar el buen hacer de Macon Blair, el absoluto protagonista de la mencionada «Blue Ruin» que aquí aparece como un secundario con bastante relevancia.
Mi nota: 6