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Entrada publicada originalmente en la desaparecida web Terror.Team
“Entonces caí en la cuenta de que algo se interponía entre el libro y la luz; la página estaba ensombrecida. Alcé la vista y vi lo que me resultará muy difícil, quizá imposible, de describir.”
Estamos curados de espanto. En pleno siglo XXI, la saturación de contenidos hace que encontrar algo que realmente te sorprenda sea una tarea ardua y cada vez más complicada. Por eso, cuando me vendieron este libro como un relato que realmente lograba causar escalofríos, no dudé un instante en comprarlo.
La casa y el cerebro, relato famoso por ser considerado como una de las mejores historias de casas encantadas por el mismísimo H.P. Lovecraft, cuenta cómo un hombre, movido por su curiosidad y escepticismo, se aventura a pasar una noche en una casa victoriana de la que todos sus inquilinos huyen presa del pánico. Encontramos aquí una cierta novedad al presentar a un protagonista que acude voluntariamente a ser testigo de los fenómenos en lugar de toparse con ellos accidentalmente, como sucede en la mayor parte de relatos de la misma temática. De hecho, aunque se trata de un escrito que ayudó poderosamente a edificar los caminos por los que se moverían los cuentos de fantasmas, y que cuenta con numerosos elementos que se han repetido posteriormente hasta la saciedad, lo cierto es que también hace gala de una entidad propia y una frescura que, aún hoy, resulta muy estimulante.
Como digo, «La casa y el cerebro» creó culto y muchos de los recursos utilizados por Edward Bulwer-Lytton en su novela han sido fusilados posteriormente en otros escritos sobre casas encantadas. Aún así, podemos decir que presenta cierta originalidad en cuanto a su desenlace, al presentarnos a un personaje ancestral posiblemente basado en el enigmático Conde de Saint Germain. Recordemos que durante los años en que se publicó «La casa y el cerebro» (su primera edición consta de 1859) el espiritismo vivía una auténtica edad de oro, con fervientes seguidores entre las clases más altas de la sociedad. Esto queda muy bien reflejado en esa parte final en la que el protagonista se enzarza en una intensa discusión con el misterioso Richards, en la que de alguna manera se pretende racionalizar lo sobrenatural. De ahí que el título “La casa y el cerebro” ya marque la diferenciación entre los dos segmentos.
Su corta longitud hace que sea una lectura idónea para una tarde de frío invierno. Como sucede en este tipo de cuentos, su éxito depende de la implicación que sea capaz de conseguir el lector. Tal vez no consiga transmitir la horrible pesadumbre que desprendía Otra vuelta de tuerca de Henry James o la perversidad de la que hacía gala La casa infernalde Richard Matheson, pero aún así no cabe duda de que es justo considerarla una pieza bastante valiosa y remarcable dentro de la literatura de género. Entiendo que esto en su época debió ser lo más aterrador del mundo, pero hoy en día se queda algo corto a la hora de transmitir terror, pese a que contiene un par de momentos genuinamente escalofriantes. Hay que tener en cuenta que está escrito con un estilo sobrio, estructurado de manera muy clásica y que, aunque no hurga demasiado en el aspecto truculento, logra ser una alternativa muy válida que no desmerece en absoluto a los más evidentes textos de Lovecraft o Poe.
Un capítulo aparte merecería la figura de Bulwer-Lytton, personaje que prosperó en la sociedad hasta el punto de que le fue ofrecida la corona griega tras la abdicación del rey Otto de Grecia, circunstancia que fue rechadaza por el escritor. Fue muy prolífico en diferentes géneros, y sus escritos de temática sobrenatural y fantástica se deben a su interés por el ocultismo, tan en alza en su época. De hecho, fue miebro de la Sociedad Rosacruciana Inglesa, de la que llegó a ser “Grand Patron”. Su novela Paul Cliffordes famosa por comenzar con la infame frase “It was a dark and stormy night” (era una noche oscura y tormentosa). Estas palabras están consideradas como una de las peores frases iniciales de la historia de la literatura, y curiosamente dieron lugar a un concurso de malas primeras frases denominado “Bulwer-Lytton fiction contest”.
Como suele ser habitual, la cuidada edición que nos presenta Impedimentaresulta impecable. Tal vez se echa en falta algún otro relato corto que complemente la edición, ya que las 100 páginas del libro saben a poco. En conclusión, no recomendaré «La casa y el cerebro» como un relato escalofriante que te dificulte conciliar el sueño, pero sí como una pieza exquisita de regusto clásico que nos traslada a una época más inocente y, al mismo tiempo, más perversa. Tal vez así la disfrutéis más.