Dista mucho lo que yo sé de lo que querría saber. Dista mucho lo que he leído de lo que me gustaría leer. Y mucho dista, asimismo, lo que he escrito de lo que me gustaría escribir: tengo mil proyectos empezados y otros tantos en mente barruntados, a veces me quedo en mitad de una frase, durante meses, o eones. Aun así, dejen que les cuente esto: que una cosa sí la sé perfectamente (La Receta), se trata de lo que llevan dentro estas cuatro miradas de estos ocho ojos perturbadores y aviesos: los de Daniel Aragonés en Pavura; los de Jorge P. López en La Institución; los de Bram Stoker en Los Dualistas, O La Funesta Muerte De Los Gemelos; y los de Henry Kuttner (aunque este cuento está escrito a cuatro manos con Robert Bloch —ya se nos juntarían muchos ojos…—) en El Beso Negro.
Daniel Aragonés escribe:
“El ser humano es un depredador, un usurpador, un animal racional sediento de sangre. No importan las revoluciones o los cambios. Siempre es igual: matar, sangre, quedar por encima, matar, sangre, ser el portador de la verdad y matar y sangre…”
Jorge P. López escribe:
“A nadie le importaban los que se rendían, y si mi memoria hubiese estado limpia de pecado quizás yo también me hubiese ahorcado con los cordones de los zapatos, engañando a los siglos eternos que creía llevar dentro de la Institución, probablemente puesto en el punto de mira de una de esas figuras barbudas y malolientes que llamábamos los Otros Huéspedes”.
Bram Estaca, digo Stoker, escribe:
“Cada uno acunaba entre sus brazos un conejillo y un pedazo de esparadrapo. Entonces, bajo la silenciosa y pacífica luz de la luna, dio inicio una actividad misteriosa, sangrienta y tenebrosa. Lo primero fue tapar con esparadrapo las bocas de los conejos para evitar que hiciesen ruido. Entonces, Tommy agarró a su conejo por el escurridizo rabo, y balanceó su masa a la luz de la luna. Lentamente, Harry elevó a su animal, agarrándolo de la misma manera, hasta que ambos quedaron a la misma altura y lo arrojó sobre Tommy. […] cada chico se retiró arrastrando triunfalmente el cadáver de su conejo favorito, hasta depositarlo en su jaula”.
Henry Kuttner escribe:
“Las murmuraciones de los peones se cargaban con monstruosas exageraciones, todas ellas relacionadas con la transformación que sufrió Morella Godolfo, una mutación demoníaca que le permitía ir al mar a retozar, lejos de las costas, tan lejos que varios testigos vieron su cuerpo blanco surcando las olas a la luz de la Luna. Los que eran tan valientes como para observarla desde lo alto de los acantilados, la veían juguetear con sorprendentes criaturas marinas que giraban a su alrededor en las aguas profundas y se acercaban a ella para acariciarla con sus deformes cabezas”.
Acortemos las distancias, tuteémonos: Daniel, Jorge, Bram, Henry.
Todos nos hablan de lo horrible, de lo terrible que es el mundo, cada uno desde su trozo de mundo particular (desde sus dominios, cada cual con sus demonios y las dementes demandas de estos), y todos se divierten al hacerlo, creedme, los cuatro dibujaron sonrisas maliciosas al escribir esto. Con o sin elementos propiamente sobrenaturales, los cuatro nos hablan de algo brutal, algo que nos pertenece en realidad. Daniel y Bram nos oponen al terrible espejo del Buda redentor, el viejo adagio: Tat Tvan Asi enfocado en lo funesto (de aliteraciones va la cosa hoy). Jorge y Henry nos dicen, en vez de “esto eres tú”, “mira lo que son esos”, “mira en lo que han devenido”, multiplicando el horror, porque podríamos, a no tardar, convertirnos en eso monstruoso también, en eso alieno y detestable, estamos a un paso. Siempre a un paso.
Sin duda la banda sonora de esa cita de Daniel sería Pantera. Lleva el apodo Dr. Irreverente en redes sociales y le va que ni pintado; en esta novela nos trae terror zombi, auspiciado por, quién si no, la Iglesia (entre otros). Daniel es un narrador salvaje, y cada frase de sus libros puede ser leída dando un puñetazo en el atril y dejando un silencio congojoso después… si se entiende lo que quiero decir. Durante este silencio nadie aguantaría tu mirada. En Pavura vemos que todos nosotros, todos, tú y yo, estamos metidos a lo grande en la mierda, vivimos a expensas del capricho loco de un atajo de locos, y no sé si debiéramos tomar las armas, seguir riendo o qué sé yo. Desde luego sé lo que seguiremos haciendo: lavarnos las manos con hidroalcohol…
Jorge P. López es siniestro. Realmente, como escritor, he envidiado su libro (envidia insana). La Institución… ya sólo el título crea ecos protervos ¿verdad? Para acercarse a este libro uno debiera hacerlo desde cero, sin esperar nada, sin saber nada. Así hice yo. En La Institución se muestra la cara B de todo lo que es cara A, el reverso que es en realidad, a poco que miramos, el avieso fondo del escenario en que se desarrolla nuestra obra de marionetas semovientes. Su banda sonora es The Beatles en sus momentos más locos.
[¿Se me escucha al fondo?]
Bram lleva la cruz (no es un chiste) de haber escrito Drácula; pero vamos, así pasa con Stevenson y La Isla Del Tesoro o Jekyll y Hyde, o con Bloch y Psicosis… es tarea nuestra ahondar en aquello que es magnífico. Y Bram, queridos niños y niñas, es magnífico. Tiene un montón de historias que realmente hablan de nuestra parte más chunga, de nuestros instintos más salvajes, de nuestros miedos más terribles, esos que nos paran el corazón de verdad; en la mirada de Regan MacNeil está Bram Stoker. Un paseo turístico, una visita a un lugar donde torturaban a la gente, et voilà: un imprimátur que termina en torpe drama sangriento (me he cambiado de cuento por la cara, sí). En esta historia, Los Dualistas, asistimos a un circo de los horrores doméstico que, ¡creedme! os va a hacer olvidar al muerdeladrillos de Valaquia. Además: usa niños para cantarnos esta nana, un recurso peligroso pero efectivo. The House Of The Rising Sun.
El Beso Negro. Si no conocíais el relato, imagino que he levantado suspicacias lovecraftianas: Innsmouth. Olvidemos a Lovecraft hoy. Henry Kuttner es un titán pulp, es un Leonardo de las palabras, lo mismo te ofrece épica interestelar que magia, espada y exuberantes féminas de pantis apretados. Permitidme un inciso: yo a lo que se suele llamar pulp también lo denomino “novelucha de kiosko”, y es mayestática pura para mí esta denominación, yo he intentado escribir noveluchas de kiosko, para mí sería plétora divina, una bomba, conseguir entrar en el panteón de los escritores de novelucha de kiosko; y como si yo fuera un Dante moderno os digo (en verdad os digo) que Kuttner es degli altri poeti onore e lume. Otra licencia me tomo para traer la primera línea de este relato: “Graham Dean aplastó nervioso el cigarrillo antes de atreverse a afrontar la sorprendida mirada del doctor Hedwig”. Es una frase absolutamente ligera, pero ya tiene ese aire de novelucha que tanto nos gusta, sin saber quién es Graham imaginamos a un tipo a lo Bogart, sin conocer nada del doctor imaginamos a un comparsa del héroe que resultará ineludible, y el cigarrillo: oh Satán, el cigarrillo nunca puede faltar en las noveluchas, así como en las películas de John Carpenter. Podrá luego el relato desviarse de todas estas cosas que hemos pensado al leer la primera frase o no, pero la cosa es que ahí están, como los rayos láser o las chicas de exuberante busto, cuando nos lo han prometido en la portada. En fin, en el trozo citado, si nos tomamos el relato como lo hemos de tomar, como un sueño, como algo que nos está, real y efectivamente, pasando, algo que vivimos, entonces, y solo entonces, fliparemos con la idea de que esta señora se deje acariciar por esos seres, primos quizá de los Otros Huéspedes de Jorge.
Ah, sí: la receta: en la base pondremos a Stoker, el sofrito, vamos. La enjundia del guiso nos la va a dar Kuttner, porque es enjundioso el tipo en verdad. López será ese “regalito inesperado” de la olla gitana, puede que un chorizo o una morcilla (tripas o sangre, sí). Y la especia final, la pimienta redentora será Aragonés, que nos va a dejar siempre eso que unos, loados sean, llaman regusto, porque es un gusto que doblemente se nos regala al paladar; y otros, malditos sean, dicen que “se les repite”, porque no saben disfrutar de lo bueno y salvaje que da la tierra. ¡Joder! ¡Buen provecho!
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor
5 comentarios
Es un placer, familia. Gracias por estar ahí, a favor de la literatura.
Eso siempre, y ahora más que nunca.
Un abrazo, Daniel.
Retrogracias, Dr.
¿Hay que echarle ajo a los conejos?
Ajos a los conejos
Cebada a la caballada
La ponzoña en la zampoña
Y el fuego en el hogar.
En efecto: aliteraciones premeditadas, León