DRÁCULA (Bram Stoker)

por José Luis Pascual

“Ser extranjero en un país extranjero es como no existir. Nadie te conoce ni se ocupa de ti. Lo único que pido es ser considerado como un hombre semejante a los demás, que nadie se pare al verme ni que interrumpa su discurso para exclamar al oírme: «¡Ah, es un extranjero!». He sido amo durante tantos años que deseo seguir siéndolo… al menos, quiero que nadie sea amo mío”.

A veces uno teme adentrarse en obras fundacionales y clásicas bajo el miedo de que el tiempo transcurrido las haya convertido en reliquias poco accesibles o desacordes con la época actual. Así, uno percibe cierto peligro a la hora de embarcarse en la lectura de historias totémicas y universalmente consideradas como obras maestras. Afrontar un texto de características tan canónicas como Drácula causa respeto al lector moderno, primero por esa distancia temporal y después por la enorme exposición que ha sufrido la figura del famoso conde a través de mil novelas, películas o series de televisión posteriores. Este ha sido mi principal temor, y supongo que será el mismo que acuciará a miles de lectores que miren con cierta distancia o recelo la obra de Bram Stoker. Espero que este artículo sirva para despejar tales recelos.

Cuando uno termina de leer Drácula, la impresión que queda es la de haber contemplado un valioso cuadro pictórico rezumante de escenas y detalles. Tal es el estilo recargado de Bram Stoker, que no solo en el corazón de la novela innova, sino también en su forma. La narración, estrictamente supeditada a entradas de diarios, notas y telegramas, supuso toda una revolución en la época de su publicación —allá por 1897—, pero continúa siendo un collage estimulante a día de hoy. Gracias a este tipo de estructura, la novela utiliza elipsis y cambios de decorado a sus anchas, aunque todo queda perfectamente medido para que el ritmo no se resienta. Buena parte de la modernez de la obra reside ahí.

El estilo profuso en descripciones, tan deudor del gótico más clásico, convierte el texto en un cuadro de gran riqueza visual, que si bien proporciona un verdadero deleite al amante de las atmósferas ampulosas, puede ser su mayor enemigo para los ojos modernos. Pero que nadie se asuste, ya que Stoker sabe premiar al lector con otros recursos. Por ejemplo, se dosifica ejemplarmente la información para hilar un relato absolutamente coherente y cerrado. Lógicamente, el efecto de esto queda algo taimado por lo mucho que conocemos la historia en la actualidad, aunque esto no es óbice para que el texto guarde algunas sorpresas. Una de las mayores se esconde en cómo el autor ejecuta algunos cambios de tono. En el capítulo 7, por ejemplo, tenemos una brusca alteración en la atmósfera al narrarse el pasaje del Demeter. Descrito de manera sublime, ese pasaje supone una perfecta ejemplificación de cómo representar la irrupción del mal en un entorno idílico hasta ese momento. Tal enrarecimiento en la historia se ve trasladado al texto, con la transformación gradual del tono romántico e inocente hacia algo oscuro e inquietante. Toda la novela está plagada de ese tipo de augurios funestos.

Esto nos lleva a hablar del contenido y sus implicaciones, ya que ese concepto de transformación sobrevuela durante toda la obra. De hecho, quizá el mensaje principal de Drácula es el del miedo al cambio, ejemplificado en numerosas vertientes. La transformación, en diferentes grados de radicalidad, se da en gran parte de los personajes, desde ese Jonathan Harker que posee una visión básica del mundo y que, de pronto, se encuentra obligado a aceptar que existe un lado mucho menos amable y más terrorífico, a la increíble y gradual corrupción de Lucy, un alma cándida y risueña que se voltea hacia la perversidad y animalidad del más puro y peligroso instinto; pasando por los continuos cambios de personalidad que exhibe el interno R.M. Renfield.
Por supuesto, el propio Drácula representa la personificación de la metamorfosis hacia algo distinto. Él es la tentación, la promesa de lo excitante, la inmortalidad. Pero al mismo tiempo es el éxtasis momentáneo y fugaz. En realidad, el vampiro encarna la contradicción, y nada hay más humano que ello.

Después está la sutilidad con que Bram Stoker aborda las connotaciones sexuales en muchos fragmentos de su relato. En la relación entre Mina y Lucy se advierten veladas sugerencias de un amor más allá del fraternal, y lo mismo podría decirse de algunas aseveraciones del en teoría intachable profesor Van Helsing. ¿Acaso solo yo veo sospechosas esas repetidas transfusiones de sangre de cuatro hombres diferentes a Lucy? ¿Cuatro hombres que, de una u otra manera, ya pretendían a la joven antes de que esta cayera en desgracia? Quizá solo sean interpretaciones maliciosas, pero no me cabe duda de que el autor sembró el texto con estas semillas de ambigüedad a propósito.

Tal vez el exacerbado romanticismo que impregna la obra, o la exuberante manera de hablar que tienen los personajes puedan ser los mayores inconvenientes para afrontar el texto desde una perspectiva más actual, pero como en toda obra de cierta antigüedad, hemos de saber adecuarnos a su contexto histórico. También hoy puede parecernos que el desenlace se demora mucho en llegar, y que cuando lo hace se precipita de forma demasiado brusca, pero mirando a la obra como un todo, estos no dejan de ser problemas menores dentro de la arrebatadora propuesta.

Por lo demás, puede decirse que Drácula establece toda una mitología de manera inequívoca, la del vampiro inmortal condenado a vivir alimentándose de sangre. Es un icono que ha traspasado todo tipo de fronteras y cuya resonancia universal llega hasta nuestros días. La rica metáfora que compone un personaje con tantas interpretaciones posibles le ha convertido en una figura revisitable una y otra vez. No en vano, la cantidad de temas que alcanza es admirable. El bien y el mal diluidos por la aparición de un cauce que los transmuta. La oscuridad como origen y final de la vida. La sangre como elemento infeccioso que nos corrompe. La eternidad como castigo. La erótica del poder. Y esto solo es un mínimo ejemplo.

Que nadie se asuste al enfrentarse a este texto. Drácula recoge toda la esencia del terror clásico, con su ambientación gótica preñada de lobreguez y pesadumbre, y en su momento aportó la novedad de estar escrita a modo de diarios, estructura que sirvió como ejemplo y acicate para numerosas obras que llegaron después, consiguiendo no solo innovar en su época, sino resultando moderna incluso hoy día. Novela ejemplar que deja la impronta de antiguos grabados artesanales creados a mano. Monumental. Imprescindible.

2 comentarios

Nacho Díaz-Delgado Peñas marzo 6, 2020 - 10:59 am

Una novela insuperable que el cine ha sido incapaz de emular

Responder
Cuando Oscar Wilde se convirtió en Drácula – Repositorio de Palabras octubre 21, 2021 - 10:53 am

[…] Stoker. Florence Balcombe, de diecinueve años, comenzó un noviazgo con el autor de Drácula, de treinta y un años. Es irónico que fuese la propia madre de Oscar Wilde quien presentara […]

Responder

Deja un Comentario

También te puede gustar

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia del usuario a través de su navegación. Si continúas navegando aceptas su uso. Aceptar Leer más