BODY HORROR: EL TERROR DE DEJAR DE SER

por Carlos Ruiz Santiago

Si hay una película que me gusta revisitar de vez en cuando, esa es La Mosca. En ella, David Cronenberg creó una opus magnum de las vísceras, lo retorcido y la carne palpitante y sanguinolenta. En concreto, siempre he adorado cierta escena del final, cuando la transformación se completa y vemos cómo el rostro del protagonista se deshace en colgajos medio derretidos. Ante esta imagen, su novia Verónica grita y llora histéricamente.

Como es lógico, a nadie le cabría la menor duda de que esa es la reacción obvia. Sin embargo, ¿por qué grita? Es una cosa horrible lo que ha visto y de seguro teme lo que vaya a hacerle ese ser, más insecto que hombre. Sí, es cierto, pero, ¿y si os dijera que grita por otra cosa?

La mosca, ilustración por BlackCoatl

Está bien, alejémonos un poco de esta escena. Vayámonos a un ejemplo propio, ¿de acuerdo? Un pequeño ejercicio de imaginación. Imagina que estás haciendo tu vida normal y corriente. Has salido de trabajar o de estudiar y te vas con unos amigos. Tomáis algo, os reís, habláis de nimiedades. Después, vas a cenar con tu familia, una velada tranquila, algo típico pero agradable. Entonces vas a dormir tras ver una buena película, Videodrome digamos, un poco de cárnico augurio. A la mañana siguiente, te despiertas, listo para hacer un poco de deporte y empezar bien tu día. Solo que te has transformado en algún tipo de aberración abyecta, de monstruo blatodeo que no se mueve como tú lo harías normalmente. No solo eres un horror para ti mismo y para tus seres queridos, sino que comienzas a pensar que igual no estaría mal comerte a alguno, que tienes mucha hambre que esa carne tierna podría calmar y mucha sed que esa deliciosa sangre podría apagar. Y te asustas de ti mismo por pensar eso. Sin embargo, no dejas de desear.

Esto, en pocas palabras, es en lo que se basa el body horror.

Cuando hablo de este subgénero, a la gente se le viene de inmediato a la cabeza sangre y vísceras por todos lados, un festival de litros de rojo icor artificial volando. Y es un sí relativo el que tengo que dar a todo esto. Veréis, es cierto que la sangre tiene una intención narrativa, ya no en el cine de terror sino en general. Le añade potencia a lo que se muestra, hace parecer a los golpes más contundentes, a los daños más severos. Y es cierto que este género esta lleno de deformidades y horrores sanguinolentos que no coagulan; sin embargo, todo eso no es nada sin una base detrás. Si metes sangre y tripas porque sí, pues te queda La historia de Ricky, que será un divertimento todo lo entretenido (y cutre) que queráis, pero no se le puede considerar body horror, gore en una expresión verdaderamente terrorífica. Puedes meter algunos monstruos horripilantes y sanguinolentos como en Dagon: La secta del mar (con todos mis respetos al señor Stuart Gordon) pero seguirá sin ser body horror. Y todo eso, aunque podría serlo, no lo es.

En el body horror se usa la deformidad del cuerpo para hablar de la deformidad de la mente, cuando no del alma. Y ahora es cuando volvemos a La Mosca, ejemplo más conocido de este subgénero y que me va a valer para ejemplificar todo esto. Lo que a nosotros nos asusta no es ver a ese monstruo en el que se va convirtiendo nuestro protagonista, es ver cómo su deterioro físico acompaña al psicológico. Al principio, trata de arreglarlo, de resistirse, pero cuando comienza a volverse algo cada vez menos humano va aceptándolo, va buscándole cosas positivas a algo terrible. Vemos cómo pierde el sentido del dolor, cómo su comportamiento se vuelve cada vez menos humano, cómo es cada vez menos capaz de discernir por qué lo que hace puede ser visto como algo malo o, al menos, raro.

Poster no oficial de “La Mosca”, ilustrado por Johnny Dombrowski

Al final, cuando intenta activar la máquina con su voz, como llevaba haciéndolo toda la película, vemos que no puede. Por muy horrible que fuera, siempre era un hombre muy expresivo, introspectivo y analítico que expresaba cómo se sentía o qué pensaba. Y, mientras podamos escucharlo hablar, podemos empatizar con él. Con ese gesto de volver su voz irreconocible, Cronenberg ya nos adelanta lo que poco después sucederá.

Y volvemos a esa escena de la que os hablaba al principio. Cuando vemos la cara caerse a trozos y salir el monstruo insectoide de su interior, hay un gesto que igual se pierde entre la vorágine de horror pero que es crucial: los ojos se derriten. Hasta el final, nuestro protagonista ha mantenido ojos claros de persona normal. Los ojos son el espejo del alma, no mienten por mucho que lo intentemos. Si Cronenberg hubiese puesto ojos insectoides desde el principio, el empatizar con él nos hubiese sido tremendamente difícil.

No obstante, una vez llega el final, vemos cómo esos ojos humanos dejan paso a unos oscuros y fríos ojos de monstruo, insondables. Entonces, sabemos que no hay esperanza posible de salvación.

Pero alejémonos un poco de los artrópodos como los de esta cinta o de hermanas listas de la misma como Bite. Hay otro subgénero que lleva el body horror en la sangre de manera endémica: el de los hombres lobo. Si se hace bien, la transformación de hombre a licántropo es una cosa horripilante, dolorosa y contrahecha. ¿Por qué es tan crucial? Porque representa esa pérdida del control, ese dejarse llevar por los impulsos. Al fin y al cabo, el body horror no es más que eso, es reducirnos a carne, lo que la carne ansía sin norma alguna de pensamiento o bondad inherente a nuestra persona.

Clive Barker siempre ha entendido este concepto de manera sublime. Con su Hellraiser nos presenta a los Cenobitas, y esos horrores que ofrecen. «Placer y dolor, casi indivisibles», como dirían ellos. De nuevo, premia la sangre y los pedacitos de gente, pero no es eso lo importante. Lo crucial es la depravación inherente a esos actos, el hecho de dejarse llevar por los placeres más básicos del ser humano hasta un punto lo más álgido posible, adentrándose en lo indecible, como si se tratase de la mano del mismísimo Slaanesh en Warhammer, el cual por cierto bebe también de este subgénero.

Los Cenobitas, por THC-TylerHCollection

Y Barker nos presenta este subgénero multitud de veces, desde su Demonio de libro, donde cuanto más horrible se vuelve por dentro más horrible lo vuelven por fuera, o en El juego de las maldiciones, donde el sexo se entremezcla con la sangre, siendo este primero el principal foco de espanto e incomodidad.

Porque, si estamos hablando de que el body horror es el control de la carne sobre lo demás, ¿dónde quedaría entonces el sexo? Esto es algo en lo que Clive Barker ahonda con mucho ahínco. Sus cenobitas, al fin y al cabo, son los señores del placer. Esas ropas sadomasoquistas, como todos los asesinatos que comete la madrastra de la protagonista, son motivados por la lujuria y cómo, cuanta más hay, más sangriento se vuelve todo, o Frank relamiéndose en ese final tan tortuoso que tiene. Son pequeños detalles como que, para callar a la protagonista, no le tapan la boca con la mano sino que le meten un par de dedos, en una actitud claramente sexual. Y, aunque Barker suele ahondar mucho en el tema, no es el único.

Volviendo a Cronenberg, en su polémica y extrañísima cinta El almuerzo desnudo (Naked Lunch), nos habla de esto mismo. La depravación y el sexo volviendo a la gente horrores medio fusionados, dolor y placer de nuevo unidos. Horrores insectoides que esputan leche, drogas psicotrópicas y toneladas de sexo homosexual. Si leéis la novela original en la que se basa, es un festival incluso más representativo de este género, un viaje lisérgico a un infierno de lo más carnal y filosófico, a su propio modo.

Y estos son solo algunos ejemplos de los más célebres, pero cosas menos conocidas como Species, Tetsuo el hombre de hierro o Slugs: muerte viscosa beben de aquí.

Escena de la película “Naked Lunch”, de David Cronenberg

Entonces, después de estar hablando tanto rato de tripas, carne y horrores mentales llega, de nuevo, la gran pregunta: ¿por qué grita Veróncia si no es por el horror presenciado? Pues muy fácil, Verónica grita y llora porque ve cómo reluce el mal del que fue el hombre que ella amaba, reducido ahora a sangre y carne, dolor y placer, todo una amalgama inseparable.

Porque, amigos míos, el body horror no es más que mostrar con los ojos lo más oscuro y primitivo del alma humana.

6 comentarios

Gusano Perverso julio 4, 2020 - 3:17 am

Amé esta nota. Un gran trabajo.

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Carlos Ruiz Santiago julio 9, 2020 - 12:32 pm

¡Muchas gracias! Me alegro de que lo disfrutases

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FRANKY julio 27, 2020 - 7:52 pm

Tetsuo el hombre de hiero es muy lyncheana en cierto modo; la prostitución también es un buen camino para hablar de estas cosas: cuánto me vendo? y si un cliente me pide una amputación? hasta dónde puedo cortar?
Excelente artículo, amigo!! He visto y leído todo de lo que hablas, nuestras bibliotecas estarán muy en onda, jejeje

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Carlos Ruiz Santiago julio 27, 2020 - 8:56 pm

Desde luego, Tetsuo es otro peliculón. Esa escena del pene-taladro sigue llegándome al corazón jajaja. Desde luego es un tema que puede explorarse desde muchas perspectivas. Y si, por lo que te conozco creo que los dos somos carroñeros de todo lo oscuro, retorcido y brutal.

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Aarón Jesús diciembre 26, 2022 - 7:34 pm

Me encantó la nota. Estaba buscando algo así de esclarecedor con un género difícil.

Creo que la intención del body horror es discutir la moralidad de la carne; es decir, hasta qué punto un ser se vuelve inmoral, simbolizado en su forma física repugnante y peligrosa. Incluso me atrevería a decir que la transformación es esencial para definir el género como tal, pues solo así se siente el contraste del horror entre lo moral y lo inmoral.

¡Nos vemos pronto!

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José Luis Pascual diciembre 27, 2022 - 1:22 pm

Muy de acuerdo con tu punto de vista.

¡Muchas gracias por el comentario, Aarón!

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