Los niños, ay los niños, cuando andan metidos en esto del Terror se convierten en vehículos del mismo de una manera sensacional, y para decirlo de otra manera saltaré de la literatura al cine: Regan MacNeil. Es el ejemplo más vasto, el más brutal, entre otras cosas porque Regan no se quedó siquiera dentro de la película, sino que la sobrepasó, infectó a la propia actriz, la pobre Linda Blair, que ya sea por el Maligno, ya por el abstruso hombre, ha vivido a la sombra de ese papel. Me voy a parar un poco en El Exorcista (The Exorcist, 1973), si os parece, para que no se diga que no sigo desvariando:
La primera vez que vi esa película lo hice escondido en la oscuridad, tras un sillón, en casa, mis hermanos dormían mientras mi padre y mi madre la veían aparentemente como si fuese una película normal y corriente. Y no lo era. En cierto momento quise irme, quise volver a mi cama, pero mi propio silencio era demasiado espeso, la oscuridad del salón era excesiva, la televisión no me dejaba desviar la mirada, y mis padres estaban, a escasos dos metros, a kilómetros de distancia: tenía que esperar hasta el final y sufrirlo lo más bizarramente que pudiese. Con el tiempo “la niña del exorcista”, como popularmente se refiere a ella todo el mundo, digamos que tuvo un sitio preponderante en mi almario particular; protagonista de sueños y visiones.
Pasemos a la maldición de Damien, La Profecía (The Omen, 1976). Tenemos, supuestamente, al mismo “Demonio”, también en forma de niño, pero a este nadie le va a tener lástima: sabemos que el niño es solo un disfraz, de carne, sí, pero al cabo vehículo para ese ente grandísimo y maléfico: a Damien lo odiamos, con Regan pasamos miedo por dos razones básicas: nos podría pasar a nosotros, o le podría pasar ¡a nuestra propia progenie!
Sigamos con películas y niños: Los Chicos Del Maíz (Children Of The Corn, 1984), ¿Quién Puede Matar A Un Niño? (1976). Son de nuevo “niños malos”, nos asustan y los odiamos, quieren, de hecho, matarnos, y no sin antes divertirse un rato con sus cuchillos y azadas. Son, como en el caso de Damien, El Monstruo. Estas películas son esenciales en la historia del cine de Terror, son mitos fundacionales, y en todas las mencionadas hasta ahora son niños, o cosas con forma de niños, o aquello que le pasa a los niños lo que nos asusta: y es que no queda mucho que inventar al respecto. Hay algo más sin embargo, el hecho de que sean niños ayuda, pero estamos hablando en todos los casos de obras maestras, no basta con exponer a un crío y adornarlo de maldad, sangre o maldición, se necesita ese toque mágico. Es verdad que solo con ver el cartel de El Pueblo De Los Malditos (John Carpenter’s Village Of The Damned, 1995) vamos entrando ya en ese estado que tanto nos gusta, pero los ojos glaucos, el pelo blanco y la idea de “raza” que nos da el ingente número de niños no basta: hay un trabajo argumental contundente, un crescendo que concluye con un engrama perpetuo en nuestra sique.
Pero no debemos irnos muy lejos para encontrar esto, la excelencia digo: Denis Rovira, Claudia Placer y todo su equipo, nos demostraron en La Influencia (2019) una vez más cómo el horror de la posesión es cosa aparte. Otra vez el paradigma Regan McNeil: conocemos a esa niña, es una niña normal, pero algo cerca de ella está creciendo, algo protervo, y crece en su dirección, va directamente hacia ella, lo sabemos y no podemos gritar a la pantalla: ¡alejadla de esa maldita criatura, imbéciles! (Los mayores siguen empecinados en sus tonterías de “mayores” y no ven lo que pasa hasta que es tarde, como de costumbre). Y en tanto ella, inocente, como Regan con el Capitán Howdy, sigue metiéndose cada vez más dentro de esa boca de lobo inexorable. He tenido la suerte de hablar sobre ello con la propia Claudia, sobre la influencia, valga el juego de palabras, de ese papel en ella, el personaje sobre la actriz. El personaje, he dicho, pero lo complicado es que son, en realidad, dos personajes: uno es la niña, Claudia puede convertirse en una niña, no debiera darle problemas; pero el otro personaje es un invasor en todos los sentidos, es un ente que escapa de donde sea que procede para posesionarse de este ser humano, es su antagonista, le va a obligar a hacer cosas que ella no quiere: es intrincado psicológicamente.
Claudia me sorprende con esta frase sencilla y contundente: “Para mí es un juego, sin más”. El fantasma de Regan McNeil extiende su sombra sobre Linda Blair. El fantasma de Nora, sin embargo, se queda en su sitio, como mero divertimento: que es, según repetimos autores y consumidores de Terror, el fundamento de esto de pasar miedo: divertirse. Pasarlo bien pasándolo mal, se suele decir, y acertadamente. “Un juego”, decía Claudia, y en esa misma conversación, más tarde añadía: “Yo no tengo que tirar de técnicas ni nada de eso, sólo de mi imaginario. Puedo ser cosas que jamás sería”. He aquí una idea contundente expresada con un oxímoron muy pertinaz: ser aquello que jamás sería, es decir: volvemos al juego. Y esa es, al mismo tiempo, la carga de horror que conlleva la posesión, el extrañamiento total con uno mismo. En la película Venom asistimos a lo contrario de una posesión: una simbiosis. Tom Hardy y el simbionte se llevan bien, quieren las mismas cosas; en el caso de una posesión el invitado es el total antagonista, y eso es lo horrible, convertirnos en aquello que no somos en absoluto, en aquello que odiamos, en lo alieno. Pero finalmente apunta Claudia, a la vez haciendo la idea más clara y enrevesándola: “Siempre hay una parte de la persona que también se involucra”. Es el viejo juego del yin y el yang, el partido de ping pong cuyo comentarista es Heráclito el Obscuro: también hay algo chungo en nosotros, al cabo es lo que sirve de puente entre “eso” y nosotros.
Pero ¿dije que iba a saltar de la literatura al cine? William Peter Blatty, David Seltzer, Stephen King, Juan José Plans, John Wyndham, Ramsey Campbell. Ninguno está libre de pecado: ellos lo escribieron antes de que los otros lo filmaran. Cuando juntas una obra literaria magnífica con una producción cinematográfica de gran calibre pasan estas cosas.
Ahora hablemos de mí: en mi novela Aquí Hay Monstruos he usado niños, y aquellos que han leído mi producción coinciden en colocar esta novela a la cabeza en cuestión de terror, y no dudo de que la inclusión de niños tiene mucho que ver. Todos llevamos ese niño dentro al cabo, y una de las cosas que hacen que funcione una obra literaria es la identificación del lector con el personaje, que viene a ser lo mismo que hace un actor con su papel: identificarse. Vernos a nosotros mismos en el papel de tal ente de ficción y sentir lo que él siente: pasarlo mal, volvemos a lo mismo, para pasarlo bien.
No me puedo ir sin hacer especial mención de Stephen King, cada vez que mete un niño en escena lo borda; y no se limita a traer un niño y retratarlo de manera que digamos “qué personaje tan creíble, anda”. No. Stephen King ha llevado a los niños a paroxismos, a situaciones abominables, increíbles, nunca antes vistas. No voy a destripar nada a nadie, esto va a ser anónimo: niños que mueren traicionados por sus amigos, ¡a manos de sus amigos! Niños que atraviesan infiernos para acabar pasando por una epifanía en la que comprenden la última y verdadera esencia de Dios; niños que viajan entre mundos y padecen serias secuelas; niños que matan para sobrevivir, niños que se suicidan. Por algo es el maestro.
Ay, los niños. Yo tengo dos, y me sirven mucho para, a través de sus ojos, observar el mundo extraño y maravilloso este en que vivimos: ¡albricias!
Otra adenda final: la escena, en La Influencia, del cole (no digo más) es de lo mejor que he visto en años. Si no conocéis la película debierais solventar tal abstrusa circunstancia.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor
5 comentarios
¡Bravo!
Mujer de un escritor de terror amante de las pelis de terror y de sus dos hijos terroríficos.
Que mal lo pasó cuando salen niños…pero que interesante todo esto que escribes (aunque ya me lo dices en persona)
Un gusto leerte y escucharte.
Gracias dentro del monolito por brindarle esta oportunidad a Fran.
Sé que ahora es un poquito más feliz.
Gracias a ti por comentar, y a Fran por estos artículos tan especiales. ¡Soy muy fan!
Gracias por el artículo, Sr. Frank. Me intereda muchísimo el subgénero niño malvado. No conozco la peli, así que pasaré a subsanar tamaña irresponsabilidad en cuanto me sea posible.
Si te interesa el tema, me gustaría añadir una peli británica de 2008 llamada “The children”, que recuerdo bastante malrrollera. Y por supuesto, “La huérfana” de Collet Serrá!
Seguro que te gusta! Gracias por el interés!