Bajo el dolmen 14: El cielo, al atardecer, parecía una flor carnívora

por Francisco Santos Muñoz Rico

El cielo, al atardecer, parecía una flor carnívora.

Este titulillo de hoy, para quien no lo sepa y lo quiera saber, es una frase de Roberto Bolaño en el extraño libro 2666. Y digo extraño porque así me parece a mí Roberto Bolaño; en otro libro suyo: Los detectives salvajes, también se respira de tanto en tanto un aire raro, misterioso, casi mefítico, como si al leer nos estuviésemos metiendo en zona pantanosa y en cualquier momento pudiéramos hundirnos…

—Ey, Franky, esto es un artículo para una revista de terror, tío, ¿con qué leches me sales ahora? ¿Bolaño?

Pronto empiezas a interrumpir. Perdonadle, es el Diderot que llevo dentro, que gusta de interrumpir. Te contestaré con dos cosillas, Diderot mío: la primera: ¿acaso no has leído el título? Podría ser un verso escrito por William Hope Hodgson, sin duda. Y la segunda: bajo mi dolmen ¡se desvaría! Son mis prebendas.

Ya acallado ese interrumpidor que todos llevamos dentro, continuaremos hasta que se manifieste de nuevo, que lo hará, cuando no pueda más.

De existir una persona que solo consumiera terror, nada más que terror y no ninguna otra cosa más, os digo yo que ese, seguramente, sería si no un redomado imbécil, sí un auténtico gilipollas.

—¡Jajaja!

¡Hasta mi Diderot interior se ríe! Porque sabe que es verdad. En general, los llamados “puristas”, en literatura o en lo que sea, suelen ser bodoques indefectiblemente. Esto que digo a continuación es una perogrullada, pero aún ha de ser dicho: no existen las fronteras, señores, salvo acaso como intentos de representación de cosas reales, de forma provisional, para hacer tales cosas más fácilmente compresibles al hombre. (Perdónese al filosofastro que también llevo dentro por salir… es que “somos muchos aquí dentro”, como decía, más o menos, Reagan McNeil).

En efecto: no es el terror lo que me gusta, sino la buena literatura, y simplemente diré que tiendo al lado oscuro, no solo en literatura, en general en la vida. Y ahora que los puristas, los que no quieren mezclar el jazz y el flamenco ni Mujercitas con Drácula, se han ido refunfuñando, diremos: el terror se encuentra por doquier, y de hecho hay novelas de terror, novelas con premisas escalofriantes, que ni siquiera se venden como terror…

—¡Pon un ejemplo, Franky, tío!

A eso iba, condenado hiperactivo: El bigote, de Emmanuel Carrère. Para mí esta es sin duda una novela de terror, una novela que si te sucediera a ti, querido lector, te acojonaría. No me gusta destripar (dejémonos ya de ridículos anglicismos, por favor, que nadie vuelva a decir espoiler), y este libro, con poco que se destripe, podría dejar de interesar al lector poco avezado: baste decir que ¡hay que leerlo!

De cualquier manera el terror, hemos dicho, como cualquier otra cosa, poniéndonos y sin ponernos metafísicos, carece de fronteras; o sus fronteras son arbitrarias, o se difuminan en cuanto que nos acercamos a ellas, como pasa cuando caminamos en la niebla: acaso la única frontera real es esa: la niebla. La niebla de Unamuno puede engendrar pesadillas, sobre todo si nos metemos en el papel de su criatura, un hombre que se cuestiona su propia realidad, su mismidad, aquello que lo hace ser él; y Amélie Nothomb habla, en Higiene del asesino, verbigracia, de cosas realmente desconcertantes que bien pueden meterse en ese saco: terror. ¿Unamuno, Amélie Nothomb? ¿Terror? Sí, señores: ¿y qué me decís de El retrato de Dorian Gray? Si buscamos en el sagrado google algo así como “los diez mejores libros de terror de todos los tiempos”, en dos de cada tres páginas que consultemos aparecerá el Dorian Gray; pero si mi querido Oscar Wilde hubiese nacido en esta época de locos su historia, en las librerías, no estaría en la estantería marcada con el cartelito “terror”, en absoluto, estaría más cerca de los libros de Amélie Nothomb. Cuestión de perspectiva y oportunidad.

—O de oportunismo.

En efecto, oportunismo editorial (las editoriales fueron las verdaderas inventoras de la propaganda). Por eso volvemos a reivindicar: ¡la buena literatura! Los géneros son meros mojones en el camino.

—¿Mojones dices, en el camino?

Sí, puedes tropezar con ellos, caerte y romperte los dientes; o puedes dejarte orientar por sus leyendas inscriptas.

Y ahora, como decía Willie Wonka: “piénsenlo, del reverso”: autores de terror que no escriben terror: Ambrose Bierce, Edgar Allan Poe, ¡Yo! Los textos cómicos de Poe, o sus ensayos, por ejemplo, cuando los leemos comprobamos que ese cartelito, “escritor de terror”, es solo una necesidad impuesta por la simpleza, o simplonería, imperante que todo lo devasta. Y he dejado el caso más terrible para el final: Stephen King.

—Pero si es el rey del terror, Franky, cuidado con lo que dices…

Tranqui, tío. Solo quiero decir que una buena parte de su obra no tiene que ver con el terror, y este dato no todo el mundo lo conoce, por tonto que parezca. Por poner un ejemplo reciente hablemos de Laurie, imaginemos que esa novelilla de Sai King hubiese sido publicada bajo un seudónimo impenetrable, e imaginemos que a los críticos más empingorotados del orbe les hubiese encantado: ¿habría ido a parar ese librito al estante con el cartelito “terror”? En absoluto.

—En absoluto, de nuevo estaría más cerca de los libros de Amélie Nothomb, tal vez entre ella y Carrère.

Desde luego. Es verdad que en esa historia sucede algo terrorífico, no digo que no, pero no es un cuento de terror, creo yo, ni mucho menos. (Sigo esforzándome por no destripar nada, eh).

Hablemos de mí. En mi novela corta El tesoro de la Urraca partí de un suceso que en sí mismo pudiera devenir en una historia de terror, pero por ese querer mío que me lleva al lado oscuro, finalmente me salió una especie de drama, o simplemente: una historia, sin adjetivos. Y es esto lo que nos deja huella: leer una buena historia; no nos perdamos entre etiquetas, amigos, los mojones del camino son demasiado grandes para tropezar con ellos, además están siempre a un lado, si seguimos, como Buda nos aconseja, el camino de en medio, no tenemos por qué tropezar con ellos. Si dejas que los árboles te impidan ver el bosque ya sabes lo que pasará: loco furioso, te dedicarás a talarlos, ay, condenado, y adiós bosque…

—Anda, parafrasea un poco a Stephen King para despedirnos.

Ok: Así es la vida: te atrapa y lo único que puedes hacer es vivirla.

2 comentarios

Román febrero 22, 2021 - 3:35 pm

No resultará sorpresivo el que coincida con usted, más hoy que otros días (o sería otres días?).
La novela de terror se subestima, banaliza y obvia por su etiqueta de género, como si sus cimientos no estuviesen arraigados a la realidad.
Hay obras mayúsculas que arden con crítica social o introspectiva reflexión en el conocimiento del yo (casi filosófico),
Camufladas en una atmósfera de sugestión que no oculta, y sí acerca, al lector dentro de dichas y muchas otras problemáticas, aparte de proponer el juego que supone el miedo, propio o ajeno.
Pero es una etiqueta que ora hay que seguir combatiendo, ora hay que enorgullecerse.
Somos los que somos contando lo que contamos.

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FRANKY febrero 22, 2021 - 4:43 pm

Mejor no podría haberlo dicho: efectivamente: orgullosos nos enseñorearemos de nuestras etiquetas, y al tiempo, nos las arrancaremos.

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