Asuntos de muertos (Nieves Mories-Ediciones El Transbordador)

por José Luis Pascual

Título: Asuntos de muertos

Autor: Nieves Mories

Editorial: Ediciones El Transbordador

Nº de páginas: 294

Género: Terror 

Precio: 20€ / 4,90€ (digital)

Yo también me froté con fuerza esa tarde, en la misma bañera donde Sabina decidió un buen día llenarnos a todos de sangre. Las cicatrices brillaban sobre la piel enrojecida y me entretuve recorriéndolas con el dedo. «No os vayáis nunca, no me dejéis sola», les cantaba. «No dejéis que se me olvide. Los recuerdos se irán, se borrarán, pero vosotras no. Por favor, no me dejéis sola…». 

En el debate que mantuvimos sobre Mandíbula, afirmé que el tema principal de la novela de Mónica Ojeda era la corrupción del amor, una degeneración hacia lo aberrante del sentimiento más puro que podemos llegar a concebir. Algo que quizá se empieza a ver en la literatura contemporánea, aunque es una temática que viene de lejos, presente ya en algunos clásicos de época. Lo que es nuevo es el tratamiento de autores modernos que derriban los límites, disconformes o insatisfechos con los convencionalismos y tropos más habituales. En Asuntos de muertos, el centro del universo sobre el que gira todo es la sublimación del amor. Y cómo hacer para trasladarlo desde un punto inicial que podemos equiparar con esas premisas clásicas hasta el punto más alejado de su eterna expansión. Un amor sublime, circular y, por supuesto, terrorífico.

Con una historia familiar marca de la casa (ver Agujeros de sol o Agnus Dei), densa, circular y epopéyica, asistimos a la trayectoria errática de unos personajes encabezados por Victoria Ava, que de pequeña fue utilizada a modo de medium por su estirpe, y que guarda unas habilidades que van mucho más allá del típico fraude espiritista, y su hermana Mara, fallida referencia tan rota como los demás. Son hermanas nacidas del trauma, condenadas a una existencia quebrada.

Además del amor, Nieves Mories también sublima el mito de Caín y Abel, paradigmas de ese amor fraternal llevado hasta las últimas consecuencias. Victoria y Mara son el siguiente paso, la arrolladora evolución del más intenso afecto, el “más allá” del amor. Una vez más, la autora se hunde de cabeza en una historia de relaciones familiares discordantes, de uniones y roturas íntimas, de la búsqueda de la identidad cuando formas tanta parte de algo que no puedes distinguir más que eso. Pero, ante todo, nos habla de su particular visión del amor:

Sonaba música, no sé de quién. Los pájaros volvían a cantar, con ese piar esquizofrénico que anuncia una noche a punto de llegar. La manta era roja y suave. Ray también era suave y encendía cigarros para dos. Y eso no era amor. Eso era el Hiroshima del amor.

Me maravilla cómo lo que se nos presenta como una novela de terror —y lo es— se las ingenia para escamotearnos los presuntos momentos impactantes en cuanto a explicitud. La que sería escena principal y memorable en cualquier película del género que se precie es aquí apenas un recuerdo o una sugerencia que siempre queda en un segundo plano. Pero, créanme, esto no es relevante. Lo vital es la habilidad de Mories para hacer oscilar el foco y animarnos a fijar la vista en lo que hay dentro de los personajes; personajes que escupen verdades de las que no suelen decirse, y que quizá por ello puedan hacernos daño de una manera que otras obras no alcanzan a arañar. 

En ese sentido, es palpable el vaciado que se intuye de la vida personal de la autora, a través de la plasmación de retazos de su propia historia. Ahí es donde los asuntos de muertos nos ganan, en la potencia de unos hechos que a buen seguro pocas personas habrán vivido como narra la novela, pero que de un modo extraño nos hacen partícipes de su crudeza. Pura emoción extrema. No es algo desdeñable la capacidad de la prosa para involucrarnos en su juego. Tal vez la frecuencia de resonancia tenga algo que ver. 

Nieves juega con la temporalidad de un modo hechizante, vibrante, hipnótico. Fuera la narración lineal, por supuesto. Dentro la ráfaga de imágenes, de polaroids, de momentos capturados que se despliegan ante nosotros desordenados pero intuitivos, conformando un dibujo que ya nos anticipa la magnífica portada de Manuel Gutiérrez. Brazos y cristales. Ceniceros y mordiscos. Es una construcción modélica, planificada y meditada para atraparnos en su red.  

Como toda buena obra, resulta difícil poner el sello de terror en Asuntos de muertos. Olvidemos las fronteras y las etiquetas, aquí no sirven. Lo importante es el impacto brutal de los momentos terribles, tanto los espectaculares como los íntimos, su potencia destructora es similar. El nihilismo y descontento se te pueden adherir a los dedos, el pesimismo puede sacarte una sonrisa, el dolor te puede doler. Mucho. Bravo, Nieves.

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