Título: Duramadre
Autor: Víctor Sellés
Editorial: Obscura
Nº de páginas: 285
Género: Intraterror, baile de máscaras
Precio: 17,90€
Al filo de la madrugada, en una casa que no es suya, en una ciudad desconocida, una extraña le devuelve la mirada.
FRANKY: Escribo esta reseña desde dentro de un sueño lúcido, sé que debiera hacerlo en la vigilia para publicarlo en Dentro Del Monolito, porque todo lo que escriba aquí desaparecerá cuando despierte, o se quedará aquí, y solo unos pocos onironautas lo podrán leer. Pero da igual: está fluyendo, no lo puedo parar.
Duramadre, deputamadre.
Hay hombres que son como un accidente a punto de ocurrir.
Este libro gira en torno a la muerte, como esas máquinas que ponen en la feria para hacer algodón de azúcar: la señora gordita de sonrisa afable, pelo blanco y delantal mete el palito de madera en medio de esas telarañas móviles, rosas o azules, y lo va moviendo como si lo hiciese de cualquier manera (aunque lo hace con arte la tía), dando vueltas como un mago con su varita y sus ensalmos… Víctor Sellés es esa señora, pero tiene un palo en cada mano, uno es el Viejo, otro Lorena. El algodón de azúcar, esas telarañas de colores, es el Diablo. O la muerte.
Sellés juega con otros muñecos sobre su tablero: tulpas y callejeros aspirantes a místico, torvos matones de la vieja Garduña. Esta novela me ha recordado a esa teoría que dice que en tu sueño tú eres todos los personajes, o que cada personaje representa una parte de ti; se entiende, asumo, que Víctor es todas sus criaturas.
¡Víctor! ¡Manifiéstate!
VÍCTOR: Al habla la señora de los dulces, la del algodón de azúcar. Que en realidad somos tres, como los fantasmas que atormentan al Viejo entre capítulo y capítulo de Friends. Cloto, Láquesis y Átropos. Una remueve el dulce para que no se espese, otra coge el palo y empieza a enroscar los hilos…
Supongo que te haces una idea de por dónde va la cosa.
Tres mujeres en uno, tres tulpas en la frente de un dios como fases de un eclipse. Tres formas distintas de decir lo mismo.
La feria tampoco es una feria. O sí, si la vida es una feria. Con su noria, su tiovivo y su casa del terror, claro. También con su laberinto de espejos. Porque esto en el fondo va de espejos. En ellos se reflejan los personajes de esta historia. Una, dos, tres veces.
Lorena, el Viejo, el Diablo.
Supongo que cualquier personaje es como un tulpa. No sé si los que pueblan esta novela tienen mucho de mí o no, pero sí sé que acaban adquiriendo entidad más allá de su creador. Todos los personajes permanecen encerrados entre las páginas de los libros y (¡con suerte!) también un poquito en la mente de los lectores, vagabundeando por sus cerebros como fantasmas en una casa encantada.
Por cierto, Franky: cuéntate los dedos otra vez, anda. No vaya a ser que en realidad no estés soñando.
FRANKY: Tengo seis dedos, no: siete, como siempre, supongo.
En los sueños lúcidos, o en los dominios de la mente (o de la mente de aquel que se enseñorea sobre ella) es fácil invocar a los entes casi siempre; como yo acabo de hacer con el autor. Pero a veces las cosas se tuercen, o parecen torcerse, o al cabo te das cuenta de que dentro de tu propia mente andas tan perdido como si estuvieses fuera. También sucede que desde dentro de tu propia mente, de lo que tú creías tus dominios, alguien te habla, o te ayuda (o te jode, claro); y en estas cosas enrevesadas se ve uno obligado a pensar al ir leyendo la novela de Víctor Sellés.
En otras muchas cosas piensa uno, sigamos citando frasecillas:
Cuando la carne es hendida por el cuchillo —cinco centímetros son más que suficientes para atravesar los espacios intercostales y causar daños irreparables— el sistema se rompe.
En todo el libro hay un juego que me gusta: como si las ideas fueran rebotando de la mente de un personaje a la de otro, y cada uno las va tratando a su manera. Lo que decía antes Víctor de los espejos: un juego. La literatura es siempre juego, la buena literatura digo, la otra, la mala, es muy seria y no juega, bah. Esta es juego, y los entresijos del mismo se muestran al lector avezado; tiene eso de que gustamos (los avezados): que el lector va escribiendo el libro conforme lo lee, como en un sueño lúcido en el que vamos construyendo la historia conforme la soñamos. Y solo estos lectores avezados que digo, es decir: tú, querido lector, son capaces de eso, de jugar con el autor a construir una historia que aparentemente ya está cerrada.
Por último quiero señalar que le vale la pena al autor el riesgo de escribir la historia en presente, cosa muy peligrosa; ¡tan peligrosa, ay, en verdad! A veces he abandonado un libro sencillamente por la pretensión del que lo escribía de hacerlo en presente, como si esto fuese fácil… es una enfermedad moderna.
En fin: recomiendo este libro desde el corazón, tiene una carga a nivel intelectual, sentimental, visceral, a nivel de salvajismo (recordemos que hablamos de muerte, y de muerte dura), una carga, decía, muy potente, y por tanto el libro no deja indiferente.
Gracias, Víctor, por manifestarte en mi sueño/reseña.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor