XXVII Club de Lectura de Terror: American Psycho (Bret Easton Ellis)

por José Luis Pascual

Aunque en el Club de Lectura hemos leído obras de contenido delicado a nivel moral, como Zombi o La chica de al lado, con American Psycho hemos “tocado techo”. La crudeza de la novela de Bret Easton Ellis va más allá de la explicitud y el gore, tocando algunas fibras que han hecho mella en los miembros del Club, aún siendo la mayoría gente ya curtida en todo tipo de lecturas. 

Aquí queda expuesta mi reseña acompañada de una muestra de opiniones de miembros del Club y, al final, el vídeo del debate que le dedicamos a la novela, que como siempre viene acompañado de una fantástica sección de recomendaciones. Espero que os guste.

Mi experiencia con American Psycho se remonta a veinte años atrás. Sería el año 1999, o tal vez el 2000, cuando leí por primera vez la controvertida obra de Bret Easton Ellis. De aquella lectura se me quedaron grabadas dos cosas: la obsesión del personaje por las marcas de ropa y las tarjetas de visita, y la salvaje crudeza de algunas escenas (la de la rata, por supuesto). En esta relectura hay muchas más cosas que he sacado en claro. La principal: American Psycho es una comedia. Perturbadora, cruel, insoportable a veces y devastadora, pero comedia al fin y al cabo. 

Podemos deducir con facilidad la crítica, ácida y punzante —y sorprendentemente actual— a la pasmada sociedad norteamericana. También es evidente la intención de mostrar la profunda superficialidad —valga el oxímoron— que contamina al individuo occidental, víctima del materialismo más atroz y la pasión por el ego. Una vez más, pura actualidad. En definitiva, Ellis nos habla del enorme agujero que reside en el corazón de América.

La frivolidad extrema alcanza un gran protagonismo en las primeras 100 páginas, en las que asistimos a todo un desfile. Desfile de marcas de ropa, de productos de aseo, de firmas de objetos decorativos, todo de lujo. Desfile de despreocupación, de frialdad, de ego. Ese tramo compone todo un canto a la más absoluta superficialidad y a un desenfreno incontrolado, golpeando a la sociedad occidental con un crochet de derechas que actúa como un ladrillazo en el cráneo. En tal maremágnum de pura exhibición individual, Easton Ellis desliza unas pocas perlas, no muchas, que tienen forma de cuchillo y están diseñadas para matar. Frases que pillan a contrapie y te obligan a esforzarte para recobrar el equilibrio. Líneas que dejan asomar la verdadera oscuridad de la novela, y que en realidad se halla en las antípodas de ese execrable vacío existencial que se desata en el inicio.

Esa sostenida provocación que Ellis lanza al lector forma parte de la comedia. Es un dibujo satírico de un personaje (unos personajes) que resultan paródicos. No nos extrañaría ver gente así en una obra decididamente humorística, desde luego. La exageración funciona a dos niveles: en el primero sirve para acusar la estupidez de los personajes, y en el segundo (el de las escenas violentas) actúa como elevador de la comedia al terreno del humor negro exacerbado. El salvajismo incontrolado del que hace gala Bateman, así como los pasajes sexuales (directamente pornográficos) son meros recursos al servicio de una comedia que, más que hacer reír, busca golpearte en lugares recónditos. 

Más madera: hay múltiples escenas que el narrador, Bateman, cuenta con absoluta frialdad pero que, si las imaginamos, nos tenemos que ir ineludiblemente a la comedia y al humor negro. Por ejemplo, ***SPOILER*** después de asesinar en su apartamento a Paul Owen, Bateman mete el cuerpo en un saco de dormir y lo arrastra afuera, pasando por delante del portero, se encuentra con dos conocidos que, lejos de extrañarse de que esté arrastrando un bulto enorme, le preguntan cuáles son las normas para llevar una chaqueta de esmóquin blanca, y luego se mete en un taxi con el saco a cuestas… Hilarante.

Es en los últimos capítulos donde Easton Ellis pega otro volantazo y parece intentar “humanizar” a su personaje a través de una serie de reflexiones de un tono algo distinto a lo que hemos leído en el resto del libro. Desconcierta un poco ver la fragilidad emocional de un Bateman que nos hace dudar continuamente, como hace dudar a las mujeres con las que cena. Vemos mucho titubeo en él durante esa parte final, mucha reflexión, alejándonos de golpe de todas las escenas de brutalidad inmisericorde. Es, quizá, una nueva muestra del caos que es la cabeza del personaje, y que en realidad se nos muestra tal y como debe ser la cabeza de cualquiera de nosotros, en frases intercaladas e inconexas que componen un sorprendente efecto literario. Quizá era innecesario aportar ese pequeño cambio de tono, o quizá lo ideal hubiera sido verlo anticipado en algún tramo anterior, pero el caso es que funciona.

Hay un capítulo que me parece fundamental, y que sirve de pilar sobre el que se construye toda la novela, y es el titulado «Almuerzo con Bethany». En él, se comprimen muchos de los aspectos que hacen de American Psycho lo que es. Tenemos una comida en un restaurante, y toda la superficialidad que está tan presente. Luego, hay unos diálogos que alcanzan un nivel de absurdez total, llegando a resultar surrealistas. Con eso, se genera la sensación de extrañamiento, ya que en esos diálogos vemos lo perturbado que está Bateman. Y, por supuesto, tenemos el desenlace del capítulo, que es donde la violencia sale a la luz y nos pone el alma en vilo con una escena de asesinato absolutamente brutal.

No quiero extenderme mucho más, pero pensadlo: capítulos dedicados por enteros a la discografía de distintos músicos, constantes confusiones de identidad entre los personajes, discusiones por ver quién tiene la mejor tarjeta de visita, enumeraciones inacabables de lociones de aseo… Comedia, comedia, comedia. Y aún así…

Aún así, American Psycho impacta hoy como el primer día. Hay algo de primordial en su violencia, que nos arrebata y nos impulsa a cerrar el libro. Da igual si todo es real o solo un delirio, lo importante es cómo Ellis nos enfrenta a un personaje inhumano a modo de espejo y nos hace preguntarnos qué tenemos en común con él. La respuesta, eso sí, puede ser aterradora.

Los miembros del club hablan:

En su día, a mediados de los 90, la obra me entusiasmó. La leí en dos días, y la releí en los dos días siguientes. Me fascinó la voz de su protagonista y su estructura fragmentada, que escondía algo profundo e incómodo, más allá de la violencia explícita de algunas escenas que no me resultaron especialmente difíciles de leer porque percibía (y sigo percibiendo), una enorme distancia con lo que se cuenta, ya que el estilo está impregnado de una vocación esteticista y superficial, a juego con el mensaje que intenta transmitir. Al volver a ella, me doy cuenta de que es una obra que en su día reafirmó una concepción de la voluntad creadora que ya emergía en mi cabeza. También me he dado cuenta de la enorme carga de comedia que contiene y que en su día me pasó desapercibida.

Bernard J. Leman

Esta novela hace dos retratos: el de Patrick Bateman, un yuppie psicópata de finales de los 80 en Nueva York, pero también muestra la vida de una de las zonas más exclusivas de la ciudad.
Así, el autor, a lo largo de un año, nos da el perfil de un asesino que pasa desapercibido ante los otros por causas que tienen que ver más bien con la sociedad y no tanto con la destreza de Bateman.

Nos encontramos ante una novela cuyo lenguaje recargado y lleno de referencias nos introduce, a través de un humor bastante negro, en una sociedad superficial capaz de tragarse todas las emociones y personas que caen en ella. De esta manera, asistimos a un lugar lleno de vida, pero totalmente vacío en su fondo. Allí no hay nada que en realidad merezca la pena, o simplemente el tipo de personas que está creando el sistema no es capaz de aprovecharlo. Esta es, probablemente, una de las mejores preguntas que te plantea el autor.
A medida que avanza el libro, Ellis abandona el humor para escoger un tono oscuro, sombrío y a juego con la evolución de Bateman y sus atrocidades para desembocar en un final en el que la ruleta de la vida sigue sin que nada importe.

Publicada en 1991, revolucionó la sociedad de entonces, lo que refuerza el gran trabajo del autor a la hora de plantear una reflexión social porque no solo se trata de un macabro psicópata, estamos ante un mundo insano incapaz de encontrar la humanidad.

Creo que es un gran acierto que el autor deje bien claro que Bateman no tiene ninguna justificación para sus acciones. No es un personaje con una infancia desestructurada, no tiene ningún suceso traumático en su vida, ni se da ninguna referencia que justifique en modo alguno su locura; parece que el mal simplemente le nace de dentro y con ello subraya el hecho de que el resto de habitantes de ese mundo miren hacia otro lado o, más bien, hacia ninguna parte en concreto. Queda, así , expuesta una sociedad cómplice ante la miseria de otros y responsable de su propia deriva.

Susana Calvo

Daniel Piniella

Para concluir, os dejamos con el debate realizado en directo el pasado 18 de julio, que contó con la participación de Juan Carlos (de TOC Libros), Daniel Piniella, Jota, Susana Calvo y un servidor. Esperamos que os guste.

Próxima lectura: T.ERRORES, una antología de terror y error (Varios autores)

2 comentarios

Rocío julio 26, 2021 - 2:29 pm

Yo llegué incluso a dudar de que Patrick Bateman matara en realidad o si todo ocurre en su imaginación. Del mismo modo que llegué a dudar también sobre si Bateman es real. Las confusiones de nombres, el contestador del detective donde confiesa sus crímenes y que se lo toma a broma…. no sé. Para mí que es lo que un hombre haría, no lo que llega a hacer. Pero es mi opinión, claro.
Un abrazo.

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José Luis Pascual julio 26, 2021 - 3:57 pm

Durante toda la lectura, y en el videodebate se refleja muy bien, ese fue uno de los caballos de batalla. Estoy contigo en que es difícil de creer que todo lo que se narra suceda realmente, pero esa ambigüedad e incertidumbre es lo que le da a la novela ese toque tan especial.

Muchas gracias por comentar. Un abrazo.

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