En el momento de escribir estas líneas, aún no sé muy bien qué es lo que os voy a ofrecer en este artículo. Y no será por no darle vueltas, porque llevo tratando de golpear el teclado en este archivo de Word ya bastante tiempo. Quizás sea por los temas a tocar o por las maneras de tocarlos, tal vez sea porque siento que mi opinión muta y cambia, porque no me veo preparado. Tal vez solo fueran demasiados exámenes ocupando mi mente, quién sabe. El caso es que he decidido tirarme a la piscina y sacarlo de una vez por todas. Algo caótico es a lo que os vais a enfrentar, ya os lo advierto, episodios sueltos en la cabeza de alguien a lo largo de su vida, algo de lo que espero que podáis sacar las conclusiones adecuadas (sean cuales sean) si os lo ato todo correctamente.
Algo sí que os puedo decir: no vengo aquí con resultados ni soluciones, pero sí con una reflexión acerca de cómo andar este camino. Soy muy estúpido para escribir sobre conflictos y cómo solventarlos, ya hay otra gente que lo hace mejor que yo, pero tal vez el mostraros los procesos internos de una mente mediocre como la mía, los pasos intermedios que nos lleva a entenderlos, os ayude.
Al menos, yo me quito estos murciélagos de la cabeza.
Toda esta idea tuvo su germen en un cabreo. En realidad, esto es un poco mentira, solo es un cabreo más de una lista de gruñidos por similares razones, pero esta es una de esas historias que es mejor coger in media res. Si me acompañáis en esta verborrea vais a tener que fiaros un poco de mí. El caso es que, hará unos meses, vi una imagen de una grapa de algún cómic de Marvel. No sé cuál, tampoco importa mucho. El caso es que, en ella, aparecía, entre un puñado de irrelevantes héroes más, Hulka. Y me enfadé. Quizás alguno de los lectores que, curiosos, confusos o iracundos, andan leyendo estas líneas hayan disfrutado de los cómics de Hulka. Era un personaje un tanto irrelevante, hasta que llegó John Byrne. Hablamos del que ha sido, seguramente, uno de los mayores autores del cómic de superhéroes de la historia. Este tipo transformó al Hulk con tetas en un personaje sarcástico, divertido, crítico con muchos clichés del género y que rompía la cuarta pared que daba gusto (antes que Deadpool, por dar el apunte). Bueno, pues en esta imagen me encontré un monstruo hiper musculado y estúpido. Hulk con tetas otra vez. Un paso hacia delante, dos hacia atrás. Y me cabreé porque, en la idea de perseguir una narrativa más concienciada con la mujer, se había pecado de simpleza de mente y se había caído en los mismos problemas de antes. Un cabreo, uno como otro cualquiera.
Tiempo después (tiempo como medida indeterminada) me encontré una convocatoria para relatos de terror en una revista americana. Ni recuerdo cuál ni importa en absoluto. El caso es que, mirando las bases y emocionándome por tener alguna oportunidad, leí que solo estaba abierta para gente de color. Y me cabree aún más. Bastante jodido está el asunto de publicar escribiendo literatura de género para que encima segreguemos. Una tontería, me dije.
Unos meses después, me leí Ella dijo destruye. No sé si tú, magnánimo lector de esta bazofia que estoy vomitando al teclado, lo has leído. Es una recopilación de relatos de terror. Seguramente, la mejor obra de terror de la década. Seguramente, la mejor obra literaria de los últimos quince años. Así, dicho a bote pronto. Me da igual que sea o no verdad, a mí me lo pareció en su momento y no parece que el sentimiento vaya a cambiar. Esta obra la escribió Nadia Bulkin, una chica medio americana medio indonesia. Y recuerdo que, leyendo sus relatos, una bombilla se me encendió. Yo no podría haber escrito esos relatos. No por falta de calidad literaria, que también, sino por falta de perspectiva.
Nuestro contexto nos influye más que cualquier otra cosa. ¿Habéis visto a hijos adoptados con rasgos idénticos al de sus padres adoptivos? Mucho de lo que nos forma, lo creamos o no, es conductual. Y en la cultura influyen muchas cosas: lugar de crianza, cultura que te acompaña mientras creces, los amigos, la familia… Y a la señorita Bulkin el hecho de ser medio asiática le influye mucho en sus relatos. Muchísimo. Y es algo que vas más allá de la mera representación o investigación sobre una cultura o una atmósfera. Cualquier autor lo suficientemente interesado en el tema podría, con habilidad, experiencia y esfuerzo, crea run buen relato de terror basado en ese contexto surasiático sin necesidad de haber pisado ninguno de esos países en su vida. No obstante, no lo haría tan bien como Bulkin. Porque ella no estudia, ella no aprende ni indaga. Ella lo vive. Lo siente. Ya no como un lugar o un conjunto de información, sino como un contexto social, político y emocional incluso. Una manera de entender las cosas, una serie de códigos inherentes a su cultura.
Lo mismo, quizás incluso más remarcado, me sucedió leyendo Ring Shout. Yo no podría haber escrito esa novela. Es imposible. Hay muchas obras de racismo de una calidad enorme hechas por autores que pueden ser blancos como la leche. Y ninguna llega a este nivel. Se trata de algo cultural, solo lo podréis notar si la leéis. Son disquisiciones y reflexiones de alguien para el que esos racismos son su vida. Literalmente. Incluso si partimos de la (equívoca) base de que hoy en día no hay racismo ninguno. Todo eso forma parte de un acervo cultural, de una historia propia que los une. Y cualquiera que pretenda decirme que esas cosas no importan, no influyen o que son remover aguas ya calmadas es que no entiende un carajo de cómo funciona la ficción. Y la historia, ya que estamos.
Lo que fuimos, por muy olvidado que quede, siempre nos influye. Para bien, para mal, pero nos influye. Somos quienes somos por quienes nos precedieron, y ellos a su vez. Sus aciertos y errores, al menos en parte. Eso es algo que ninguna comprensión formal o pasional de cómo construir historias o personajes nos puede dar. Igual que yo puedo escribir mejor de un barrio obrero que un tipo de Triana. Todo nuestro contexto se vuelve parte de nosotros y lo comprendemos con la profundidad con la que solo se asimila lo propio.
Y ahí me di cuenta de que, tal vez, me estaba cabreando por nada. De que, quizás, estaba mirando las cosas por el lado que no era. Veréis, me fastidia no poder participar en cosas en las que creo que podría hacerlo bien, me fastidia que trastoquen personajes que me gustan. Son quejas lógicas, y creo que esas cosas que antes os he comentado que me cabreaban están mal hechas, eso no ha cambiado. No obstante, sí que creo que son un precio aceptable a pagar. La vida no es perfecta y depende de muchas apuestas y precios que asumimos. Y yo estoy dispuesto a asumir esa sarta de tonterías si, a cambio, le estoy dando la oportunidad a artistas con tanta fuerza como los ya mencionados (y otros muchos). A contar cosas desde una perspectiva única y con una fuerza especial, porque me paso el día predicando sobre ficción independiente y voces nuevas y, sin darme cuenta, estaba predicando en contra de eso al tratar de buscar una igualdad completa en este injusto mundo de mierda en el que vivimos.
No es lo ideal, no es justo ni bonito ni agradable. De hecho, es algo que debería desaparecer. Y lo hará, con el tiempo. Como medida temporal, supongo que es aceptable. Porque, al final, lo importante es que todos tengamos la oportunidad de expresarnos, de soltar nuestros demonios y poder sonreír al final del camino. Y toda esa gente que vive el machismo o el racismo de maneras tan acuciantes, que lo tiene tan unido a su ADN como otros tienen otras cosas, merece escupir su verdad. Y, si para ello hay que trastocar un poco las estructuras convencionales y trucar la balanza, supongo que puedo transigir. Porque no es menos para mí, sino más para todos. Esta idea tan simple a mí me ha costado muchísimo comprenderla. Y ahora me alegro. Porque yo no pierdo oportunidad, ni tú, sino que todos ganamos perspectivas. Y, a la larga, es de lo que vive el arte.
No sé que pretendía conseguir con este artículo. Supongo que ordenar unos pensamientos inconexos, quizás empujar a alguien a salir de una indignación que entiendo y ver el marco total de las cosas. Hay mucha gente con mucho que aportar. Llevan mucho tiempo sin poder aportar. Y ahora que están hablando, ¿no les vamos a dar un altavoz? Sé que es injusto, y estoy seguro de que algún día cambiará, pero, mientras tanto, aceptemos. Cuantas más voces se alcen, no se nos escuchará menos al resto, sino todo lo contrario.
Porque las historias necesitan nueva sangre para seguir respirando, y la inclusión es tan necesaria como el papel y el lápiz, el teclado y la pantalla.
Porque no somos enemigos, tan solo viajeros con una historia que contar.