El desarrollo de la felicidad
La sociedad actual fundamenta su existencia en una búsqueda continua y absurda de la felicidad. Alcanzar el sentimiento se convierte casi en religión. Y por el camino nos obligan a destruir nuestro aprendizaje cognitivo emocional y remplazarlo por objetos, actos, movimientos o apariencias. Toda la corriente, el viaje, consiste en destruir, eliminar y convertir nuestra vida en un auténtico horror que muchos intentan pintar de color de rosa. Todo debe darnos miedo porque de lo contrario nos aislaríamos del sistema y destruiríamos el funcionamiento que «nos permite vivir en comunidades urbanas», lo que para ellos es la normalidad. Debemos alejarnos del tabú en la misma medida que nos acercamos a él. Dejarnos absorber por las consignas de unos pocos para llegar a buen puerto común. En resumen, siendo la felicidad un sentimiento individual, nos envían la señal errónea de que se trata de algo social, y que si fallas, perturbas la emoción positiva de otros sujetos. Lo importante es vivir en tensión y confundido.
Para ahondar en este concepto nos adentraremos en ciertos aspectos de la historia oculta del ser humano. ¿Cómo hemos convertido nuestras vidas en montoneras de fobias ridículas? ¿Qué es un TOC? ¿Cómo hemos sido capaces de transformar los miedos básicos en una tortura para la supervivencia?
Mucha gente vive en exclusión social, con el miedo, o runrún, de acabar en una mala situación si no ingresa el suficiente dinero o participa activamente en el movimiento social correcto. Sometimiento. Desidia vital. Esclavitud. No importa, nuestra personalidad se ve dañada de forma crítica desde que somos preadolescentes, cosa que nos convierte en ovejas que, de un modo u otro, tienen que elegir un dogma de fe correcto y legal, una corriente o partido, un equipo, un estilo de música, cine o literatura, incluso todo al mismo tiempo, siendo Don o Doña Etiquetas el mandatario máximo.
Aclaración: Cuando hablo de dogma de fe me refiero a muchas más cosas aparte de la religión. Los conceptos y técnicas usadas para el control social evolucionan a marchas forzadas.
Traslademos esto a nuestro terreno: A la hora de crear o admirar una obra de terror debemos tener en cuenta muchas cosas. Hoy por hoy, los personajes pueden estar sujetos a miedos o ansiedades muy distintas de las antiguas. La simpleza vital del pasado ha evolucionado hasta la imbecilidad voluntaria y absoluta. Un forastero en Venecia, en el siglo XVI, iba con cuidado. Un turista, en nuestros días, camina sin temor hasta que se topa con el horror más pueril y gore. La inconsciencia se transforma en muerte. La fobia a los espacios cerrados, o al propio avión, eclipsa los verdaderos peligros de nuestros días, borra la simbología antigua y elimina las viejas creencias, basadas en mitos y leyendas.
Esa búsqueda activa de una felicidad tan efímera como volátil tiene dos o tres caras distintas, incluso en un mismo individuo. Se puede apreciar en infinidad de películas y novelas de terror, en la vida misma, en cada ciudad o pueblo del planeta. Aunque sea de una forma ligera, se ve lo que buscan los personajes, las personas, los seres: una mudanza, cambio de empleo, aceptar un encargo, celebrar un evento. Aunque no parece importante, en realidad lo es, y mucho, se trata de empatizar con una realidad que nos obliga a huir hacia delante de forma reiterada.
Paisaje con Moisés y la zarza ardiente (Domenico Zampieri)
Y ahora, a modo de ejercicio ejemplificado, hablaré de la historia oculta del profeta Moisés.
Como cualquier otro príncipe de Egipto, Moisés fue iniciado en los misterios de su pueblo adoptivo. Maneton, historiador de la época, dejó registrado que lo educaron a conciencia. El profeta era un gran conocedor de El libro de los Muertos. La mística y el ocultismo se convirtieron en su arma más mortífera para combatir la esclavitud.
Las propias enseñanzas que el profeta impartió a su pueblo tiempo después, tras el exilio, partieron de ahí, fueron inculcadas por los egipcios durante su niñez y adolescencia. Los propios 10 mandamientos son una influencia clara del juicio de los muertos. En uno de sus pasajes o versículos, se solicita «al espíritu» que declare ante Osiris y asegure que ha llevado una buena vida, alejada de ciertos actos inmorales específicos, y todo esto ante los 42 jueces de los muertos. «No haber robado, no haber jurado en falso, no haber matado…». En la historia escrita no existen las casualidades, el control se oculta tras un dogma. La felicidad es una sombra que persigue al hombre.
Exponer esto no supone denigrar u oscurecer la figura real de Moisés. Es lógico que sus enseñanzas estuviesen enmarcadas dentro de la franja histórica en la que vivió. Él no pretendía formar parte de una religión futura, inexistente en aquel momento.
Cuando años más tarde se desterró y vagó por el desierto, estuvo en contacto con un viejo y sabio maestro, sumo sacerdote etíope, que atesoraba una enorme biblioteca de tablas de piedra. Con el tiempo, Moisés se casó con su hija y el sacerdote lo inició a un nivel superior. De ahí la imagen de la zarza ardiendo, símbolo del estado en el que Moisés se vio a sí mismo. A partir de ahí, decidió basar su existencia en hacer el bien de una manera estoica. Conducir a su pueblo de esclavos a «una tierra que manase leche y miel» se convirtió en una prioridad. Era su deber convertirse en salvador.
Y aquí es donde nace el terror, en la búsqueda de una felicidad efímera y volátil para todo un pueblo. Todo ello enfrenta a Moisés y al faraón, y lo obliga a usar su báculo y lanzar todas esas plagas de sobra conocidas. Según cuentan algunos libros, ese báculo estaba tallado con madera del árbol prohibido del jardín del Edén. Hecho con un pedacito del propio cosmos. Al usarlo estando iniciado en un nivel superior, hacía uso del poder del Universo.
Cuando Moisés se cansa de intentar convencer al faraón de que libere a su pueblo y finalmente se lo lleva de forma autoritaria a vagar por el desierto, decide subir al monte y bajar con las tablas, convirtiendo su propia figura en la de una especie de dictador autoritario, alguien mucho peor que el propio faraón. Y todo para conducir a su gente a la prosperidad, en busca de la felicidad.
Y aquí es donde todo el texto se aúna, pues el gran regalo que Moisés hizo a su pueblo no fue otra cosa que el sentimiento de culpa. La moralidad, por primera vez en la historia escrita, aparece representada en el cuerpo de Moisés, y con ella una llamada a que el corazón de los hombres cambie y la felicidad se represente en su forma más pura.
El báculo de Moisés representa en realidad una serpiente, la imagen luciferina más atroz y oscura, símbolo del mal.
Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror
Daniel Aragonés
Colaborador
5 comentarios
La novela de nuestro amigo Cabezuelo, ODIO, ahonda en este capítulo del terror.
Y sobre Moses, o Moisés, o El Gran Legislador (entiéndase el Gran Dictador) Divino, señalaré solo, pues sé que no estoy en el atrio de mi cátedra, sino en el tuyo -lo reconozco por las latas chafadas de medio y las colillas que alfombran todo esto-, señalaré, decía, que llevó al pueblo a las puertas de la tierra prometida sin llegar a entrar él mismo en la tal tierra prometida, esto no solo emparenta su historia con la de Constantino, que obligó a todo su pueblo a practicar el cristianismo sin practicarlo él, sino también con la figura mítica de todos esos extraterrestres que llegaron a la Tierra para enseñar a los humanos (agricultura, cultura, industria, etcétera) y después, en el momento en que podían echar a andar ellos solos, abandonarlos con la promesa de un futuro regreso.
Como siempre, gran artículo, Daniel.
Gran artículo, como siempre: Casualidad, la semana pasada, terminé Efialtes. He pasado unos días terribles en el Teatro del Inframundo, hipnotizado por las Ceremonias de la Bestia. Me ha gustado muchísimo, un libro que se te clava al corazón y la mente. Gracias, Daniel.
Me alegra mucho leer tu comentario. Gracias por el comentario y la referencia a «Efialtes». En estos tiempos las novelas se pasan de moda en tres meses. Un abrazo.
Un abrazo, Daniel.