Título: La noche de los maniquís
Autor: Stephen Graham Jones
Editorial: La Biblioteca de Carfax
Nº de páginas: 160
Género: Terror, slasher
Precio: 18,50€
Es curioso lo que asusta a la gente.
Para mí, algo mil veces más escalofriante que cualquier bicho era un hombre de plástico, inexpresivo, que después de verse una película entera en el cine se levantaba de su butaca y salía tan campante al mundo real.
¡Ay, la juventud! Escuela, amigos, aventuras, cine, playa, travesuras… Travesuras. ¿Quién no ha llamado por teléfono a desconocidos para gastarles una broma al más puro estilo Bart Simpson? ¿Quién no se ha colado en el colegio cuando estaba cerrado? ¿Quién no se ha llevado alguna gominola de más de la tienda de chucherías? ¿Quién no ha asesinado a todo su grupo de amigos convencido de que estaban malditos? Bueno, esto último no (espero). La noche de los maniquís se sitúa en esa maravillosa y despreocupada etapa de nuestras vidas en la que la mayor preocupación era que pasaran rápido las horas de digestión que nuestros padres nos obligaban a guardar para poder bañarnos en la piscina después de comer. Pues bien, Stephen Graham Jones le da una vuelta de tuerca a todo ese espíritu de un modo insospechado.
El catalizador de la trama es la broma que un grupo de adolescentes gasta a una amiga que trabaja en el cine del pueblo. Por supuesto, tal broma no acaba demasiado bien.
Tenemos aquí una obra que desprende un tono original, con una muy lograda voz narrativa que se despliega con gran desenfado. Con ello, el autor consigue inducirnos a ese estado de inocencia e imaginación asociados a la niñez o preadolescencia. Sin embargo, a través de una serie de detalles muy sutiles, se nos proporcionan pequeñas pistas para sugerirnos que miremos de otra manera. Y qué manera.
El tremendo cambio de punto de vista que se genera en el lector a mitad de novela es un recurso que Stephen Graham Jones despliega con maestría, consiguiendo que el tono aparentemente naif nos despiste y, sobre todo, nos perturbe. Y no es fácil, porque la voz del protagonista no invita a ver la novela como una obra de terror, sino más bien como una comedia amable. Eso hasta que se produce el giro que mencionaba, claro.
Es entonces cuando empezamos a reconocer los ecos del Zombi de Joyce Carol Oates, aunque escondidos en unos códigos más ocultos. Y es que asistir poco a poco al grado de enajenación del personaje principal es una de las grandes recompensas que ofrece La noche de los maniquís. No es sencillo dibujar un personaje tan huido de la realidad a una edad tan temprana, pero el autor lo borda. Leer la novela se asemeja a descubrir a un incipiente Patrick Bateman, cargando las tintas en el aspecto sarcástico de la trama y huyendo de la violencia explícita de la obra de Easton Ellis. El impacto no es tan fuerte, pero es igualmente disfrutable.
Aunque no consideraría la obra como un slasher, el autor de algún modo homenajea a esas películas basadas en masacrar adolescentes. Él mismo da a entender en los agradecimientos que es un gran seguidor de este tipo de filmes. En cambio, la novela es mucho más, en cuanto a que utiliza un tipo de trama y de recursos del cine chusco de terror para dibujar una etapa vital que transita entre la inocencia y la edad adulta.
Por todo ello, por esa ambigüedad que puede llegar a dar mal rollo, por ese fino humor negro y sarcástico que va creciendo durante la novela, e incluso, por qué no, por la coqueta edición de La Biblioteca de Carfax, con una maravillosa portada de Tomás Hijo, podemos recomendar sin ambages esta pequeña joya. Además, nadie podrá negar que Graham Jones se ha sacado de la manga uno de esos personajes icónicos que, con forma e imagen de maniquí, podría convertirse en un mito. Ojalá pueda ser explotado en alguna obra más.
José Luis Pascual
Administrador
2 comentarios
Con lo que cuentas en la reseña, dan ganas de leerla. Apuntada queda.
¡Gracias, niña!