Título: Todos los hijos punkis que no tuvimos
Autor: Javier Pillastre
Editorial: Pez de Plata
Nº de páginas: 192
Género: Relatos, Narrativa contemporánea
Precio: 19,90 €
SINOPSIS
«La nieve es pavorosa, la nieve es el futuro», escribe Scott en su diario. El futuro es de los hijos de otros, reflexiona Virginia frente a un centollo desmembrado un domingo de invierno. En ese No Future en el que se desarrollan todas las historias, se multiplican todas las imágenes: la cabeza de Alejandro Magno recostada sobre La Ilíada, el personaje de Sabino Trapiello bailando pogo en una fiesta gallega o la épica Gonzalo Zapico espoleado por un desamor que no sabe si sufre o se inventa en un arenal de Brasil.
Y es que el amor, dispuesto a moverlo todo sin pedir permiso a nadie, inestable como el alcohol que se empieza a evaporar apenas se derrama, es el responsable de conectar unas historias imprevisibles que adoptan, en esencia, diversas formas que van mucho más allá de la propia geometría: un triángulo de deseo, una tortuga verde, la bandera republicana, un enorme cuchillo de carnicero o cierto verso de Vicente Huidobro sobre una mujer descuartizada. Ahí está el amor, o el repentino deseo, el mismo que se desvanece en la noche berlinesa entre las llamas de una hoguera de San Juan.
RESEÑA
Rebeldía, nostalgia, resistencia a desaparecer y que con nosotros desaparezcan los últimos copos de una nieve que hace demasiado tiempo que no cae. Todo eso desprende la literatura de Javier Pillastre, o al menos los cuentos incluidos en Todos los hijos punkis que no tuvimos. Es este libro una radiografía del desencanto de unos personajes que advierten, aunque sea a través de presentimientos intuitivos, su próxima extinción, precedida por una creciente falta de ubicación en el mundo. El apocalipsis punki. Nuestro apocalipsis.
La calidad del autor llueve torrencial en este volumen de cubierta llamativa y sugerente. El libro comienza fuerte con el cuento que da título al libro y anticipa algunos de los temas principales —melancolía, sensación de pérdida, adultez confusa, los sinsabores del amor—, pero sobre todo golpea con «El gallinero», relato que gira la vida de su protagonista de un modo arrebatador. Aquí Pillastre dibuja un fresco portentoso que retrata un momento, un solo día en la vida de un hombre desastroso. No diré nada más, tan solo que tras su lectura ya lo consideré como uno de los mejores relatos del año, al menos hasta que llega «Sirius B», que condensa momentos vitales y emociones que afectan, así como una metáfora de situación fascinante, y entonces uno no sabe con qué cuento quedarse. Esta situación se repite varias veces a medida que avanza la lectura.
De ahí pasamos al horror ártico y reverencial, ese tan cercano al de las inmensidades cósmicas o marinas, que tiene su merecida ración con «El cuarto diario de Scott», un diario que uno desearía que no acabase nunca. Lo mismo pasa con el desfile de mujeres que una vez fueron el centro de la vida del personaje en «Una mujer descuartizada viene cayendo desde hace 140 años» (¿puede existir un mejor título que este?). Sensibilidad, atención al detalle y un poso mitológico representado por una niña bailarina. O con «La luna y la astilla», que certifica la capacidad de este autor para contar vidas enteras en pocas páginas, vidas que a veces ni siquiera han empezado a acontecer. La forma y estilo de Pillastre solo pueden calificarse como cautivadores.
Todas las ocasiones en las que pensó decirle a Miriam que la dejaba y no se atrevió a hacerlo son ahora un escándalo de pájaros en su persecución.
La buena literatura es capaz de capturar instantes y convertirlas en una poesía extraña, original. Eso es justo lo que hace «Fin de siglo en la Atlántida», texto que se presume autobiográfico y que, de nuevo, convierte lo real, lo cotidiano, lo aparentemente banal, en un imaginativo desfile de imágenes y conceptos con los que comulgar y recordar tiempos mejores. La forma en que las relaciones humanas se representan a través de metáforas resulta envidiablemente hipnótica, y como muestra tenemos «Tartaruga» o cómo intentar darte la vuelta como ser humano cuando has caído en arenas que te envuelven y un enorme y pesado caparazón atenaza tu espalda.
Existen fragmentos en Todos los hijos punkis que no tuvimos que poseen la capacidad de hipnotizar. Una impresión alucinada, o tal vez solo una intuición de aire invisible, me indica que Javier Pillastre escribe a paladas, como quien llena un perol de la mejor comida de cuchara y no le importa que desborde, que chorree, que lo impregne todo. Lo comprobamos en «Gestapo», un caleidoscopio de historias contenidas en otras historias, una narración que nos explica a través de nuestro pasado y que accidenta la mentalidad moderna contra la pretérita en un verdadero espectáculo literario.
«Neandertales», última pieza del tomo, culmina una obra redonda. Como en otros momentos del libro, Raymond Carver se asoma con una sonrisa pícara, especialmente en su habilidad para fundir lo ínfimo y lo universal en una frase, en una descripción, en un diálogo. Muchos de los cuentos de Todos los hijos punkis que nunca tuvimos conversan con Samanta Schweblin en cuanto a encerrar el misterio y envolverlo en conflictos cotidianos, y en esa querencia por la parquedad explicativa y el impacto emocional subterráneo. Ojalá el nombre de Javier Pillastre sonara tanto como esos dos. Lo merece.

José Luis Pascual
Administrador