De vez en cuando, el cine nos regala piezas arriesgadas que nos recuerdan que hay vida más allá de superproducciones y sagas mainstream, y que existen autores comprometidos con la misión de contar las cosas de otra manera. Producciones que se sitúan al otro lado del espectro, y que a día de hoy se antojan más necesarias que nunca para sacudir nuestra anquilosada concepción del arte de contar historias.
Piercing es, en cierto modo, una comedia romántica. Retorcida, surrealista y malsana, pero comedia romántica al fin y al cabo. La película nos presenta a dos personajes notablemente perturbados. Él, un joven que ha sido padre recientemente y que oye voces que le instan a matar, contacta con una prostituta para no dirigir sus ansias asesinas hacia su bebé. Ella, la prostituta trastornada con impulsos de automutilamiento, acude a la llamada de él. El encuentro entre ambos no terminará como ninguno de los dos esperaba, aunque sin duda acabará siendo una cita inolvidable.
Nicolas Pesce demuestra dos cosas con su película. La primera, que todavía se puede innovar en el género aun tomando como punto de partida un material ajeno, en esta ocasión la novela de Ryu Murakami. La esquinada mirada del director convierte a una historia ya de por sí peculiar en una propuesta arrebatadora tanto a nivel visual como conceptual. La segunda, que es posible homenajear y revisitar obras clásicas desde el surrealismo y lo imprevisible. Porque hay mucho de giallo en Piercing, pero también de Hitchkock, de Lynch y de Miike, sin que estas influencias arrebaten a la película su sello puramente original.
El tono aparentemente naif de la película esconde vericuetos perversos rayanos en la locura. Se tocan temas como los trastornos sexuales o los traumas de la paternidad, añadiendo algunas secuencias con alto contenido onírico y simbólico, siempre dentro de un ángulo torcido que nos sugiere tal vez cierta profundidad en el mensaje, si es que lo hay.
La excepcional banda sonora ya nos pone en guardia sobre la naturaleza del filme de Pesce, utilizando temas de clásicos del terror italiano de hace unas décadas. Pero igualmente encontramos una fotografía especial, siempre en lugares cerrados y reducidos que ayudan a edificar la atmósfera de la película. Lo único que se corresponde con planos exteriores son las fachadas de unos edificios gigantescos, que en realidad corresponden a unas alucinantes maquetas que ayudan a crear esa ambientación extraña que reina en la película.
Christopher Abbott –al que vimos en Llega de noche– y Mia Wasikowska llevan todo el peso de la película cumpliendo con sus roles de personajes perturbados e inquietantes pero al mismo tiempo tiernos e ingenuos. La extraña química que se establece entre los dos funciona muy bien dentro de los parámetros de una producción de este tipo.
Puede que el ritmo de Piercing no sea uniforme y que durante su metraje encontremos algún que otro bache que repercuta en el espectador, pero el simple hecho de no saber qué demonios va a pasar en la siguiente escena ya es un motivo de peso para considerar a la película como un sugerente placer para paladares inquietos. Evidentemente una película con tanto de bizarro, de surrealismo y de imprevisibilidad no va a ser plato de gusto de un público mayoritario. Pero si es usted de los que busca sabores diferentes y sensaciones que escapen a los convencionalismos, podrá encontrar en Piercing elementos de disfrute. Y muchos.