El miedo es algo subjetivo, una sensación totalmente personal que arraiga en nuestro interior para después ser exteriorizada de diferentes maneras. Lo que a un individuo le causa espanto, puede ser motivo de burla para otro. Esto es perfectamente extrapolable al cine de terror, pero aún así casi todas las listas de “la película más terrorífica de todos los tiempos” están encabezadas por “El exorcista”. Personalmente, he de decir que no es ni de lejos la película que más miedo me ha hecho sentir, pero creo que para opinar objetivamente hay que ver las cosas con perspectiva y ubicarlas en su contexto temporal.
La generación que se había acostumbrado a las películas de monstruos de los años dorados de la Hammer o que sufría en sus carnes el suspense de Alfred Hitchcock no tenía muchos referentes para afrontar el aterrador realismo del que hacía gala la película de William Friedkin. Tan sólo se podría hablar de algo parecido con el estreno en 1968 de La semilla del diablo, aunque la también maldita película de Roman Polanski ahondaba más en el aspecto psicológico que en un terror más visceral. Basándose en la exitosa novela de William Petter Blatty (tambien creador del guión para la película, aunque siempre bajo la estrecha supervisión de Friedkin), “El exorcista” se proponía sacudir las plateas mostrando un horror que fuera más creíble que todo lo que se había hecho hasta ese momento.
“El exorcista” empieza con un magnífico prólogo en Irak, donde el Padre Merrin participa en unas excavaciones en las que se encuentra la extraña figura de un antiguo dios. A raíz de ese hallazgo, una serie de raras visiones parecen presagiar algo malo. Ya aquí se empieza a dibujar el tema principal de la película, que es la eterna lucha entre el bien y el mal.
Tras este prólogo, cambiamos de escenario con un portentoso zoom que nos lleva desde una panorámica de la ciudad hasta la vivienda donde vive la pequeña Regan con su madre, y donde discurrirá en su mayor parte la trama. El uso del zoom se repetirá en unas cuantas ocasiones, y me resulta muy llamativo cómo lo utiliza Friedkin, dando testimonio de un modo de rodar que lamentablemente apenas vemos hoy día.
Hacía bastante tiempo desde la última vez que vi la película, y no recordaba todo el tiempo que dedica el director a una presentación de personajes que me parece modélica y que se extiende durante casi la primera mitad del film. Toda esta parte sirve como trampolín para dar impulso a una segunda hora intensísima donde se suceden las secuencias de posesión y exorcismos que resultan a cada cual más impactante.
Aunque hayan podido perder un poco de impacto con los años, todas esas escenas en la habitación de Regan siguen conservando un poder sugestivo fuera de toda duda. Por cierto que, aunque toda la fase de la posesión resulta aterradora, no menos aguntiosos son los momentos en que la niña es sometida a diversas pruebas médicas. Desde luego, estas imágenes (que no se vieron en la versión original, pues se añadieron en el montaje que se estrenó en el año 2000) no son aptas para hipocondríacos.
Hablemos del elenco de actores que participó en la película. William Friedkin quedó encandilado con Linda Blair desde que la vio, y lo cierto es que el resultado le dio la razón. La joven actriz da todo un recital transmitiendo a la perfección todos los estados por los que va pasando su personaje. Lástima que, como veremos más adelante, su capacidad actoral pareció desvanecerse al hacerse mayor.
El hasta entonces escritor (llegó a ganar un Pulitzer) Jason Miller debutó aquí como actor dando vida al Padre Karras. La composición que hace Miller de un sacerdote torturado en plena crisis de fe me parece de un nivel excepcional, otorgando a su personaje matices más propios de un actor consagrado que de un novato.
Max Von Sydow aporta una gran presencia y, aunque está poco tiempo en pantalla, su personaje es realmente el centro sobre el que gira toda la trama.
Por último, Ellen Burstyn también borda su papel de madre atormentada por la “enfermedad” de su hija y se convierte en otro de los puntales del film. Burstyn fue nominada al Oscar a mejor actriz principal, mientras que Jason Miller y Linda Blair recibieron nominaciones a mejor intérprete secundario.
Dick Smith y un joven Rick Baker fueron los encargados de todos los efectos visuales y de maquillaje, realizando un trabajo memorable. Todos recordaréis la paulatina transformación de la niña y su aspecto que se ha convertido en todo un icono del cine, pero menos mencionado es el maquillaje de envejecimiento que se aplicó a Max Von Sydow y que resulta tan natural que mucha gente no repararía en que era maquillaje. La increíble escena de levitación también supone una cumbre en cuestión de efectos especiales para la época.
Mención aparte para unos cuidadísimos efectos de sonido por los que Robert Knudson y Christopher Newman ganaron el Oscar en esa categoría. La responsable de la voz de Regan cuando estaba poseída fue la actriz Mercedes McCambridge, cuya bronquitis crónica le hacía poseedora de un tono de voz muy peculiar.
Friedkin también dio en el clavo, y de qué manera, eligiendo “Tubular Bells” de Mike Oldfield como tema principal de la película. Ni que decir tiene que quedó como uno de los temas más famosos de la historia del cine.
Los continuos avatares de la filmación, con todo tipo de infortunios que retrasaron mucho su producción, la famosa leyenda negra de muertes de gente que trabajaba en la película (leyenda totalmente real, por otra parte), los constantes encontronazos entre el director y el escritor de la novela, la propia fama de tirano de Friedkin ganada a pulso durante el rodaje; todo esto creó la gran carga de malditismo que acarrea la película, e involuntariamente contribuyó a crear una atmósfera perfecta para un film de terror. Vista hoy, a más de 40 años de su estreno, podríamos achacarle que algunos efectos han quedado algo obsoletos, que hay algún golpe de efecto innecesario, y que tal vez su mayor incoveniente sea que muestra demasiado en lugar de sugerir. Pero a pesar de estos detalles, creo que a grandes rasgos sigue cumpliendo el objetivo con que fue creada, y que su valor sigue vigente. Imprescindible.
Mi agradecimiento a José Luis Palacios y a la gente de Artistic Metropol por hacer posible la proyección en pantalla grande.
Mi nota: 8,5
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