La humanidad siempre ha tenido una fascinación especial por lo desconocido, quizás porque, precisamente, lo que no conocemos despierta nuestra imaginación. ¿Quién no ha fantaseado de niño —y de no tan niño— con la idea de convertirse en astronauta o en un Indiana Jones? Claro que la vida luego nos pone en nuestro sitio y esos sueños quedan olvidados para la mayoría. Aunque siempre hay excepciones. ¿Cómo si no hubiera podido alcanzar el Hombre las cumbres más altas, los lugares más fríos de la Tierra o salir al espacio?
Sin embargo, hubo un momento en el que todos estos hitos se antojaban prácticamente inalcanzables. Pero para todo lo que se nos niega contamos con nuestra imaginación. Porque donde las capacidades técnicas no alcanzan, la mente inventa realidades improbables. No hay más que dar un repaso a la literatura de los siglos XIX y XX, época de desafíos y descubrimientos. Títulos como Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, o Las montañas de la locura de H.P. Lovecraft son buena prueba de ello. Otro ejemplo es El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, donde se narra el viaje que Marlow, el personaje protagonista, hace por un río del Congo en busca de Kurtz, un agente comercial que al parecer se ha vuelto loco. Historia que sería homenajeada más tarde en el cine en Apocalypse now de Francis F. Coppola.
En mi opinión, si hablamos de lugares inexplorados existen tres grandes retos en los que todavía estamos en las fases preliminares de exploración. El primero se halla en las profundidades de los océanos. Novelas como 20.000 leguas de viaje submarino de Verne o la película Abyss, que sería novelada por Orson Scott Card, son ejemplos paradigmáticos de nuestra atracción por el fondo marino. Lovecraft dedicó un buen montón de relatos a los seres que se esconden allí abajo, donde también podríamos encontrar continentes perdidos como la mitológica Atlántida o Lemuria.
El segundo desafío de la humanidad es el espacio. La ciencia ficción es una cantera inagotable de historias en las que se explora la inmensidad del Universo. Este género seguramente siga vigente durante muchos siglos porque el Universo es un lugar inabarcable, ciclópeo como diría el de Providence. Si hacemos un poco de memoria acerca de novelas espaciales, a muchos nos vendrá a la cabeza en primer lugar la monolítica 2001: Una odisea del espacio. Aquí cine y literatura se unieron para crear una historia única, en la que el descubrimiento va más allá del simple terreno, avanzando por los caminos de la evolución, la consciencia y el espíritu. También podríamos citar la inolvidable Alien, en la que la exploración del espacio viaja de la mano de la ambición humana.
El tercero, pero no menos aterrador y desconocido, es nuestra propia mente. Tal vez sea este el lugar que más miedo nos produzca porque proviene de nosotros mismos. Es nuestra esencia y, sin embargo, es casi un desconocido. En la materia gris se puede ocultar todo un universo. El cerebro es como una de esas casas de fantasía, más grandes por dentro que por fuera. Títulos como Misery de Stephen King, After dark de Haruki Murakami o Sandman de Neil Gaiman son ejemplos de historias que tratan esta temática. Es difícil saber cuántas cosas pueden salir de esa chistera, quién sabe, incluso un conejo blanco. Y si seguimos al conejo llegaremos a obras como Alicia en el país de las maravillas o a la archiconocida saga cinematográfica Matrix. Aunque creo que nadie ha abordado tan directamente el tema como Christopher Nolan lo ha hecho en su filmografía. Filmes como Memento u Origen exploran la psique humana hasta retorcerla como el tiempo al acercarse a un agujero negro.
En lo desconocido puede existir cualquier cosa, igual que en una pesadilla. Porque, en cierto modo, eso es lo que es. El miedo proviene muchas veces del desconocimiento, y a través de él se desata la imaginación. Es un ciclo en el que no es posible encontrar principio ni fin. Se retroalimentan formando una rueda bien engrasada, que inventa y a la vez alienta nuestra ansia por descubrir.
C. G. Demian
Redactor