Un viaje metaliterario, intrahistórico, metafísico y abstruso
Empezaré este viaje alejado de la literatura o el cine de género —no creo demasiado en las etiquetas, sino en el camino—. Hablaré de forma ligera de Indigno de ser humano, de Osamu Dazai. Una novela corta, escrita en tres cuadernos y en primera persona que narra el declive, el deterioro, la culpa, la ocultación de las emociones y el asco. Decir que el célebre autor se suicidó poco después de publicar esta obra, arrojándose a un canal del río Tama, en Tokio, de la mano de su amante.
Así empieza el primero de los cuadernos:
Mi vida ha estado llena de vergüenza. La verdad es que no tengo la remota idea de lo que es vivir como un ser humano.
La novela narra la ruina existencial y progresiva de Yozo, desde su extraña infancia hasta que fue repudiado por su familia cuando intentó suicidarse.
La cultura japonesa y el honor. Siempre con la cabeza bien alta, oprimiendo todos y cada uno de los sentimientos que se puedan apreciar desde el exterior y que te hagan parecer débil. No cabe la risa o el llanto, hay que ser como un junco y dejarse llevar por el aire.
La obra está repleta de frases y confesiones estremecedoras que ya quisieran tener en sus páginas muchas novelas catalogadas como TERROR. Cuando habla de su infancia es realmente conmovedora, porque en realidad se siente indigno de ser humano, y como Holden —El guardián entre el centeno—, guarda en su interior, sellada por completo, cualquier tipo de sentimiento o inclinación que puedan dañar o exponer su verdadera cara; solo enseña al mundo una imagen falsa de sí mismo. Supongo que el mero hecho de ser el pequeño de una familia de diez personas le hizo sentirse como una mota de polvo, alguien insignificante que comía apartado del resto mientras se helaba de frío. Sin duda, los sentimientos encontrados que me supusieron leer esta novela fueron tantos que significó un antes y un después en lo referido a comprender el auténtico Terror que supone sentirse otra cosa, algo indigno, alejado de la propia raza humana, de la masa social. Porque no hay que olvidar que la irrupción del mundo occidental en oriente ocasionó un cambio radical en la concepción de las emociones. En El elogio de la sombra, Tanizaki nos habla de la grandeza de una cultura que basaba su esplendor en las sombras, en la penumbra, por lo tanto en la imperfección y la belleza que supone que existan cosas ocultas a la vista. En occidente habíamos escapado ya de la oscuridad, y todo nuestro desarrollo tenía que ser brillante y perfecto, incluidos nuestros sentimientos, basados en la exaltación del ego —no me extiendo más.
Después de esto, y aunque parezca un cambio de rumbo radical, voy adentrarme en una idea que me ofreció el gran Francisco Santos. Pronto entenderéis el porqué. Cuando en artículos anteriores hablé de los miedos básicos, el susodicho autor me dejó un comentario muy interesante, el cual me recordó la novela con la que he abierto este curioso monólogo y lo que implica la figura del niño en la comprensión del terror. Los orígenes. La pureza y lo que ocasionan esos primeros daños en ella.
Solo hay que observar un poco a los pequeños diablos. Pronto nos daremos cuenta de muchas cosas. Ellos son protohumanos adultos, ajenos al control de masas y la sugestión. ¿Qué pasa si los ignoras? Muy sencillo, enloquecen por completo, tiran de ti como animales, gritan, llaman tu atención al máximo —¿recordáis el punto relacionado con el ego?—. Qué decir del baño o el corte de uñas y pelo, incluso dicen que les duele —mutilación—. El sentimiento de abandono cuando dices que te vas —la soledad—. Franky nos habla de la irritabilidad y falta de autoestima de algunos imbéciles que aprietan a los más débiles y los empujan hacia la pérdida de autonomía, sobre todo lo vemos cuando el psicópata disfruta cabreando a los pequeños: pellizcándoles, tirándoles del pelo y, lo peor: inmovilizándoles.
Cierro este párrafo citando al propio Franky: Curiosamente, el principal y aparentemente más poderoso, el miedo a morir, es el que los niños se pasan por los cojones, jajaja. Así funciona la trasmisión de datos genéticos, así hemos evolucionado y sobrevivido por los siglos de los siglos, hasta hoy.
Hace años, de niño, sentía pavor por ciertas cosas que ahora me parecen ridículas. Pasé años encerrado, con ansiedad y ciertos problemas mentales bastante desagradables. A veces, cuando salía a la calle y me alejaba de mi zona de confort, la paranoia se apoderaba de mi raciocinio. Agorafobia, fobia social, miedo a sufrir daños físicos. Y qué tiene que ver esto con todo lo anterior: el origen. En este caso, muchos progenitores, cegados por sus propios defectos y temores, nos conducen al abismo, a la ceguera —no en todos los casos, por supuesto—. La transmisión de datos es así y funciona como funciona, basada en el defecto y la perfección, en la mejora y el fallo. Ahora es cuando aparece Juan Tamariz y toca su violín imaginario. Pero cuidado, que puede abandonar vuestras mentes y mostrarse ante vosotros de un modo terrorífico: un tipo calvo, de pelo largo y grasiento, casi sin dientes, supuesto mago, ladrón de almas y sonrisas trémulas. Un demonio japonés en ciernes.
No dejes que mis palabras te perturben. Deja que la noche te despierte. Observa tu rostro frente al espejo. Pupilas dilatadas. Ojos inyectados en sangre. Te arde la garganta. Latidos irregulares. Algo se esconde en lo más profundo de tu alma. Terror, horror. Son las 3 de la madrugada, esa maldita hora otra vez. Ya no sabes si tu insomnio te está jugando una mala pasada o en realidad estás enloqueciendo. Escuchar esos arañazos no ayuda, ya lo sé. Como si cientos de ratas mordisqueasen por dentro de la pared. No te laves los dientes a estas horas, es mala idea, hazme caso. Cuando te enjuagues escupirás sangre. Es un signo inequívoco. El miedo ha pasado el umbral. Tu muerte está cerca.
Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror
Daniel Aragonés
Colaborador
2 comentarios
Gran artículo, una vez más.
Arigató masai yo, o como mierda se escriba