Ya hablé aquí del anterior libro de la autora, La ciudad mimética, que me causó muy buena impresión, y esta, sencillamente, me ha gustado más.

De primeras arranca la novela con el aire lúgubre y pausado que el dibujo de la portada tan bien anuncia y transmite: los primeros apuntes sesgados con que conocemos a Klaus, motor de la historia, remiten a personajes puramente literarios del estilo de los de Borges o Bioy Casares, me refiero a esos personajes tan carismáticos y al mismo tiempo tan poco probables aquí, fuera de los libros, y que los autores, esos seres egregios y raros, crean con dos pinceladas someras; el Pereira de Sostiene Pereira, el Augusto Pérez de Niebla, de Unamuno, o el Axel de Verne en París en el siglo XX. 

Así es Klaus.

Pero la trama debe arrancar, y necesitamos cargar a Klaus de historia, de recuerdos, de pesares, de alegrías (si es que estas existen), de bagaje… conocer datos, otros personajes, a su vez con sus pertrechos vitales, ¡la historia!

Sabéis que no me gusta destripar para nada las historias, así que no esperéis lo contrario. Tampoco soy de poner etiquetas, pero os diré que igual venden esto en la estantería de Horror Cósmico (¿existirá esa estantería en algún ínclito lugar?), o simplemente, en Terror. Pero por supuesto: el libro es bueno y lo disfrutaremos independientemente de si hay o no monstruos, romances o aventuras…

Cuando fuimos al colegio, entre los cigarrillos del recreo, mirar las piernas de ciertas chicas de la fila de delante, y fingir (ya entonces con infinito cansancio) una actitud chulesca para sobrevivir, nos contaron que una historia debía tener “planteamiento, nudo y desenlace”, y nos pareció, allí en esos tiernos tiempos, que era cierto y certero. Esta historia tiene, efectivamente, un planteamiento, un nudo, gordiano, por supuesto, pero imposible de cortar de un tajo, y un desenlace glorioso y desolador. Pasemos al siguiente párrafo, por favor, pónganse cómodos:

Esas tres sencillas divisiones están enmarañadas con gracia en el texto, como sucede en una novela de detectives en la que te dosifican los antecedentes de la historia prácticamente hasta la última página. El nudo que decía antes gordiano, e imposible de atajar a lo bruto como Alejandro, lo es porque no está hecho de cuerdas, más bien de gusanos que se entrelazan con artería y gracia (venga ya, se titula Miasis, es fácil imaginar de qué va la cosa). Y el desolador y glorioso desenlace nos remite a esa mirada realista sobre lo fantástico que encontramos ya en La ciudad mimética, o en autores como Cormac McCarthy.

Hay dos personajes que sostienen, junto con Klaus, la historia: Alejo y Gorgona, el uno en las antípodas del otro, el uno abierto y locuaz, la otra críptica y oscura como un grimorio polvoriento, pero entrelazados de alguna manera hasta el final, como si cada uno representara un camino dispar que Klaus debe transitar; debe elegir el uno o el otro, atrapado en un mecanismo dramático inexorable que le empuja continuamente, venga, venga…

Pero independientemente de que la historia esté bien medida, de que sea de por sí buena, de que nos remita al clásico texto pulp en la tradición weird más excelsa, es, sobre lo anterior, de gran calidad literaria, con imágenes tan efectivas que invitan, ya en las primeras páginas, a una futura revisión. Y solo por esto merece la pena, repito, sin tener en cuenta géneros ni modas ni monsergas de estas.

Por último quiero hacer mención del protouniverso que se atisba entre las dos novelas, La ciudad mimética y Miasis, que bien pudieran ser el mismo, y que al lector atento y dado a la especulación harán sospechar de futuras historias en que tal vez repitan algunos de los engendros de la autora, como sucede en Tolkien, en Francisco Javier Olmedo Vázquez, o en todos esos creadores que gustan de ser fagocitados por sus propios monstruos, por su propia imaginación desbordante.