La vieja sangre (Alfredo Álamo)

por Chris T. Nash

Título: La vieja sangre

Autor: Alfredo Álamo

Editorial: Orciny Press

Nº de páginas: 212

Género: Relatos de terror

Precio: 17 €

SINOPSIS

Ratas y cucarachas protegen el Cabanyal de aquello que viene del mar y de lo que acecha bajo sus calles. El viento trae consigo la magia a un barrio en el que están en lucha las antiguas tradiciones que mantienen su esencia y los efectos devastadores de una supuesta modernidad. Entre solares y viejas casas de pescadores sobreviven una serie de personajes que se enfrentan a muertos que tratan de engañar a los vivos, seres hambrientos de carne humana, súcubos que absorben la creatividad de los artistas… o las nuevas tendencias de la economía que amenazan con arrasar con las leyes del barrio.

Los relatos que componen La vieja sangre de Alfredo Álamo están cargados de un horror social que nos muestra las ansiedades de nuestra época, como toda buena obra de terror. La gentrificación, la crisis de la vivienda, las adicciones o incluso la covid-19 son algunos de los elementos con los que el autor juega en esta obra que constituye todo un gótico mediterráneo y que nos pone los pelos de punta por lo cercano de sus peligros.

RESEÑA

Entre 1986 y 1998 nací, viví y crecí en un barrio bastante chungo de Sevilla, Los Pajaritos. La heroína era un común denominador en la España de la época, que aunaba poder adquisitivo con barrios de colchones en el suelo y agujas por doquier. Yo salía a jugar, con los patines o la bici de mi hermano pequeño, y me adentraba por la callejas más de lo que a mi madre le hubiera  gustado. Observaba todo con ojos de niña curiosa. Me fascinaba el quiosco de la plaza, que se erigía bajo un enorme árbol como si saliera directamente de sus raíces, el patio entre edificios donde la maleza descuidada te hacía imaginar una selva, la calle de los gitanos donde se zapateaba día sí y día también, el puesto de patatas chips recién fritas, regentado por un señor a la par grasiento. Aunque son barrios de ciudades diferentes, descubrir La vieja sangre ha sido para mí como rememorar mi infancia, con ojos de adulta, y dar explicación a todo lo que mi fantasía había creado por aquel entonces.

Los diez relatos que componen el libro de Alfredo Álamo se entrelazan entre sí bajo el suelo del Cabanyal, un barrio de Valencia, como las líneas de metro. Sus historias forman un todo, escritas a modo de fix-up. En dichas historias nos encontramos con personajes de la cultura urbana española: el señor que regenta un bar de mala muerte, los yonkis, el gitanillo del barrio, el señor de las palomas, los rockerillos, el chatarrero, la buscavidas, los viejos. Pero también hay una música que sobrevuela el Cabanyal, hecha de trap y de vientos, de poesía y lamento de muertos, de palabras mágicas y chillido de ratas. Y esa melodía es lo que distingue a la vieja sangre de los Piesdepiedra.

«Así que Carlos pasó por allí haciendo como que no veía los rostros apergaminados y secos que se asomaban por el sucio mirador de hormigón, tarareando trap, escapando de la negrura que emitía y que amenazaba con absorberle el alma. […] Como todo ser vivo, el barrio tenía sus infecciones. Los que las conocían, las evitaban. Los que no, solían acabar como aquellos pálidos rostros que se asomaban al mirador de la casa del muerto».

Cada relato da voz a un personaje del barrio, que suele formar parte de la vieja sangre. Toma una fotografía de su vida e introduce algún elemento fantástico, el todo aliñado por unos toques de problemas sociales actuales. De esta forma tenemos músicos que combaten la buena música, no porque no quieran salir de pobres, sino para evitar a las musas. Muertos que intentan robar el alma del rey del barrio. Una pobre señora a la que intentan desahuciar pero que tiene poco de pobre. Un gul que consigue que los yonkis pierdan peso; no amigos, no es culpa del caballo. Una chica que da su magia a cambio de olvidar el barrio. Un dios Baco hambriento de croquetas con ingredientes sospechosos. Viejos que no son más que los fantasmas del pasado.  El negocio de sus vidas, encontrar una sirena, o quizás no. Vender todo por partes, hasta los sentimientos encapsulados. La pandemia como última maldición del barrio.

En cuanto al estilo, Alfredo usa la palabra justa pero no impostada. Los relatos tienen una belleza de cuento, pero de cuento callejero, de leyenda popular urbana, como si siempre hubieran existido. El último relato, El trap del último aliento, es música pura, plagado de rimas internas que no se hacen pesadas y son la esencia del relato. En cuanto al punto de vista, el narrador en tercera persona nos aleja de las historias a la misma vez que les dota de algo místico y como sacado de cuento, ese querido «había una vez», hasta parece haber alguna alusión al flautista de Hamelin. A mí, personalmente, me recuerda también un poco a Neil Gaiman en Neverwhere.

Alfredo Álamo crea magia callejera en estos relatos y folklore urbano.

«—Pere, el de la barca roja. Pere, el de la casa rota. ¿Qué buscas tan lejos del barrio?

—Camorra, el que ya no navega. Camorra, el destechado. Buscamos evasión y sustento. Trato justo. Justiprecio».

Espero que esta reseña sea un buen pago, justiprecio, para poder conseguir que Álamo escriba más de esta mierda (y digo esto sin saber que algo hay por ahí, o no).

2 comentarios

Daniel Aragonés junio 30, 2023 - 9:49 am

Una reseña muy interesante, con un aire nostálgico que le otorga calidad lírica. Este autor tiene algo singular.

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Vicente junio 30, 2023 - 10:10 am

Buena reseña, habrá que echarle un ojo al libro.

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